La Guerra Civil española 80 años después. Javier Cervera Gil
Además, el uso del término de procedencia soviética ligaba, según los franquistas, a los comités con la policía política rusa, con sus técnicas y con su ideología, justificando de esta forma su golpe de Estado. Como se podrá leer a lo largo de este capítulo, los comités tuvieron unas raíces heterogéneas, lo que les hizo únicos. Cada comité tuvo sus peculiaridades ligadas a la ideología, las experiencias previas de sus miembros y el espacio donde se formaron. Aunque no cabe duda de que recurrieron a procedimientos similares a la hora de llevar a cabo sus funciones o el objetivo de las mismas, la revolución, cada comité fue único. Cada uno de ellos jugó un papel diferente en los procesos revolucionarios abiertos tras el golpe de Estado.
La violencia fue una más de las diferentes labores que llevaron a cabo estos centros. Fue una parte del complejo proceso revolucionario puesto en marcha por los miembros de los comités en el verano-otoño de 1936. La violencia ejercida por los miembros de estos espacios estuvo ligada a su contexto, es decir, derrotar una sublevación y extender el proceso revolucionario abierto por el golpe de Estado. Nadie niega su uso por parte de los miembros de los comités y sus milicias y brigadas, pero no todo militante de una organización o un centro obrero se vio involucrado en actos violentos. El franquismo logró impregnar a todo espacio aledaño al comité la lúgubre sombra de la checa, según ellos la definieron. En la Causa General encontramos los mejores ejemplos. En ella se elude el uso del concepto comité y se denominan checas.5 Como se podrá leer a continuación, los comités compartieron sede con espacios obreros de diversa índole, o espacios aledaños, con los que establecieron una estrecha relación (sobre todo, ateneos, círculos socialistas, casas del pueblo, agrupaciones y radios). Sin embargo, no todos los miembros de un espacio obrero pertenecieron al comité ni a sus milicias. Algunos incluso carecieron de cualquier tipo de armamento. La mayoría siguieron manteniendo su militancia a través del carnet de alguno de estos centros obreros, involucrándose en su desarrollo y sus funciones, muy alejadas de la violencia, como la labor social o la cultural. El ejercicio de la violencia quedó en manos de los comités y sus milicias de forma, en general, exclusiva. Además, cabría preguntarse el por qué solo se llamó checas a los comités madrileños y de los municipios cercanos, cuando los comités fueron un fenómeno generalizado de toda la retaguardia republicana.
El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 produjo una ruptura en el orden constitucional republicano. La sublevación transformó sustancialmente la convivencia y sancionó el uso de la violencia como forma de solucionar cualquier tipo de conflicto social.6 La intención de los insurrectos fue la de paralizar la acción de sus enemigos a través del terror. En este nuevo panorama, el Gobierno se vio superado por la situación. Desconfiaron en gran medida de sus fuerzas coercitivas y esa actitud dubitativa ante el golpe fue aprovechada por diversos comités creados ad hoc para arrebatarle el monopolio de sus funciones. Un proceso similar se vivió en Barcelona. José Luis Martín Ramos lo define así: «Los obreros que acabaron controlando las armas de los cuarteles y con ellas las calles de la ciudad […] un nuevo escenario social y político, imprevisto, de retroceso de la capacidad de control de las instituciones de Gobierno y de fragmentación del ejercicio del poder, reclamado por centenares de comités territoriales y sectoriales constituidos durante y después de la lucha».7 La máxima de estos espacios fue la autodefensa y organización frente a unas autoridades indecisas y un enemigo que ganaba terreno. Tras la dimisión de Casares Quiroga por no saber anticiparse al golpe y la dimisión de Martínez Barrios ante su fracaso en el intento de una salida negociada que pusiese fin a la sublevación, tomó posesión como presidente de Gobierno José Giral. Giral ordenó el reparto de armas al pueblo para defender la República, una acción que ya se había materializado en algunos centros obreros madrileños.8
En esas primeras jornadas que fueron cruciales para la sublevación, nacieron los comités. Multitud de espacios aparecieron en las zonas donde el golpe no había tenido éxito. Los comités constituyeron la base de la organización social de grupos ligados a organizaciones políticas y sindicales de izquierda, principalmente obreras. Su función inicial fue la de impedir la extensión de la sublevación, es decir, generar una respuesta al golpe de forma rápida y contundente que frenase su avance. En estas primeras jornadas, donde la mayor parte de la población consideró que el conflicto estaría resuelto en cuestión de semanas o, a lo sumo, meses, los comités se erigieron como garantes de la defensa de los intereses de los trabajadores y como punta de lanza de la revolución. Por lo tanto, el objetivo de estos centros fue detener a los sublevados a la par que iban asentando su poder como representantes de la voluntad popular de cara a favorecer un posible proceso revolucionario. No obstante, el significado de la palabra revolución tuvo varias connotaciones, dependiendo de la formación que la impulsara. La militancia libertaria tuvo una imagen de la revolución, y de cómo llevarla a cabo, diferente a la de los militantes comunistas y estos diferente de la de los socialistas.9
Por lo tanto, la revolución fue un fenómeno complejo y heterogéneo de diversa intensidad, dependiendo de la zona, y más teórica que práctica, lo que produjo que la improvisación fuera importante. Aunque se hable de revolución(es), en el caso de la España leal a la República de 1936 no es un término del todo correcto. Sí podemos referirnos al fenómeno como procesos revolucionarios, porque el Estado nunca desapareció. No se produjo una revolución al modelo de la francesa o la rusa que eliminase o modificase todo el aparato político, judicial, económico o social. Aunque los revolucionarios tuvieron la intención de crear un nuevo sistema, no pudieron llevarlo a cabo, por lo tanto, aunque hablemos de revolución, en el Madrid de 1936 se dieron procesos revolucionarios que no culminaron en una gran revolución que cambiase el sistema. No hubo un plan establecido de antemano, ni una hoja de ruta de cómo materializar la revolución, de cómo llevarla a cabo. Fue una revolución que nació en un contexto de máxima indeterminación y con cambios muy rápidos en cortos periodos de tiempo como fue el inicio de una guerra, en este caso, civil.10
La creación de estos comités surgió ligada al golpe de Estado y su intento, por parte de los miembros de estas organizaciones obreras, de frenarlo y derrotarlo. Ante esta necesidad, y desde las organizaciones políticas, sociales o culturales se decidió, en muchos casos de forma autónoma de sus partidos políticos y sindicatos (y, por supuesto, del Gobierno), la constitución de estos comités. Esta afirmación no quiere decir que los comités no pudieran nutrirse de una estructura previa a la guerra, en especial, en el caso de los grupos anarquistas. Numerosos comités libertarios que se crearon durante la guerra tuvieron su origen en los comités de Defensa que surgieron durante la Segunda República como mecanismos de autodefensa. Como afirma Agustín Guillamón, «los comités de defensa de cada barrio (o pueblo) se constituyeron en comités revolucionarios de barriada (o localidad), tomando una gran variedad de denominaciones».11 No obstante, el objetivo de todos los comités, independientemente de su ideología, fue compartido: detener a los militares insurrectos y a la población civil que los apoyaba, y para ello necesitaban armas.
Este floreciente crisol de micropoderes que fueron los comités se organizaron en función de experiencias previas de sus militantes en espacios próximos a las sedes de sus organizaciones. Para entender el funcionamiento de los comités, es conveniente conocer antes el funcionamiento de los espacios receptores e impulsores de los mismos.
Una constante que se mantuvo en todos los comités de forma general, independientemente de su ideología, fueron sus miembros. Aunque la composición de los comités fue variando a lo largo del tiempo, la mayoría de sus miembros fueron personas de larga trayectoria militante en sus respectivas organizaciones, personas con experiencia que habían ocupado algún cargo a nivel local, por ejemplo, dentro de los radios, círculos, agrupaciones,