El heroísmo épico en clave de mujer. Ana Luísa Amaral
en efecto, tan intocable, ¿invencible?, que confía sus planes de seguir matando, a quien, lejos de apoyarla, la delata para salvar a sus anunciadas futuras víctimas, Leyhla y Marisol, moriscas refugiadas en Argel.
Boullosa subraya el carácter irremediablemente destructivo, monstruoso, de Zaida, pero al mismo la configura como antecesora y contemporánea de mujeres, de personas traumatizadas por el horror continuo o recurrente, transformadas en piltrafas humanas por los golpes del destino, o, mejor dicho, por la historia del mundo, el de Lepanto y el nuestro. Por ello, pese a representar uno de los personajes más infames de la novela, sobre todo como antagonista de María, Zaida es una creación poderosa, el personaje que, a mi parecer, mejor enlaza el pasado narrado con nuestro presente.
Transgresoras sin gloria, pero con historia
A través de la contraposición de Zaida y María, Boullosa retoma y transforma el contraste entre la mujer salvaje, monstruosa, y la civilizada o civilizadora; va más allá de la recreación o adaptación en clave femenina del heroísmo épico. La otra mano de Lepanto da vida a personajes y relatos que recuperan, reinterpretan, desbordan el marco épico y sus códigos (una de las características del género novelesco) a la vez que reivindica a figuras femeninas que podrían o deberían haber sido reconocidas y celebradas por sus hazañas, épicas o no, y su afán de vivir, aun transgrediendo las normas de su tiempo. En sus contradicciones, fallas, trágicas o mezquinas, sus protagonistas rebasan la inmovilidad y atemporalidad de los héroes épicos y, sin escapar del todo de los confines del siglo XVI, apuntan hacia el futuro, nuestro presente.
María alcanza la condición de heroína épica a ojos del cronista Carriazo, y de quien lee. La pierde, o no la merece, a los ojos de la autoridad —y su mirada patriarcal— por ser mujer. Sus motivaciones, por otro lado, permiten poner en cuestión sus actos porque, lejos de inspirarse en una causa elevada (como la que le encomendara Farag), se derivan de una pasión amorosa errada, que, desde una perspectiva épica o político-patriarcal, sería una debilidad femenina, y, desde una mirada crítica, resulta un autoengaño. El argumento de participar contra los turcos para preservar el dominio cristiano en Famagusta y así poder cumplir su misión, que se da para justificar su decisión de embarcarse en la Real, es, como ella reconoce demasiado tarde, un equívoco, un cálculo errado.
Zaida, por su parte, pierde su efímero carácter heroico al transformarse en máquina de muerte. Si bien en una batalla su afán de venganza podría encontrar un desfogue justificado y ser elogiado en una crónica de vencedores, o en un relato de resistencia desesperada, su historia carece de aureola. Después de Galera no combate como una leona, por usar una expresión bélica: mata a sangre fría, y, peor, asesina a su enemiga cuando va desarmada.
La construcción de estos personajes contrapuestos implica, por un lado, un reconocimiento de la capacidad heroica de las mujeres. Fue heroica Zaida, como lo fueron otras mujeres históricas que resistieron hasta la muerte ante tropas que aniquilaron ciudades sitiadas. Fue heroica María, al estilo de los héroes cantados en las canciones de gesta o de la Monja Alférez. Pero ese heroísmo en el campo de las armas no sigue del todo el patrón masculino en el caso de María, ni mantiene aureola gloriosa alguna en el caso de la vengadora Zaida. De ahí que la inclusión de estas mujeres en el elenco heroico lleve a preguntarse por los límites y contradicciones del concepto de heroísmo ensalzado en el contexto bélico.
Por una parte, se trata de mujeres que, si bien siguen ciertas pautas del héroe masculino y exhiben cualidades de valor y entereza, destreza con las armas y capacidad de combate, contradicen la inmutabilidad que se otorga a los héroes ensalzados en la épica. En el caso de María, el develamiento de su cuerpo, su identidad de mujer no congela su acción en la batalla, pero reduce su significado a ojos de quienes habrían de premiarla. A Zaida la derrota no la convierte ni en heroína ni en mártir; y su falta de grandeza de alma, o de miras, le impide ser vista como leal defensora de su pueblo.
Por otra parte, las reflexiones acerca del sentido de los hechos históricos y en particular de las acciones bélicas que abundan en la novela, ya en voz del narrador, ya en la de personajes como Carriazo, cuestionan una y otra vez las interpretaciones unívocas o maniqueas. Las hazañas de unos son atrocidades en la visión de otros. La historia gloriosa que escriben los vencedores es la crónica de la barbarie que narran los vencidos. El héroe de unos resulta el enemigo de los otros, al que rara vez se le reconoce su valor, si no es para justificar una derrota “digna” o la intensidad de la resistencia.
En este entramado de reinterpretaciones de la Historia, también el heroísmo épico en femenino está sujeto a los sesgos del observador y se lee desde perspectivas diversas. A Zaida, la autora implícita la reduce muy pronto a “cuna de muertos” y su trayectoria confirma la primacía de su sed de venganza. A María, el cronista de Lepanto la ensalza y exalta sus hazañas; Don Juan de Austria y su vocero la reducen a excepción que confirma la regla de la subordinación femenina: se perdona su transgresión al código masculino, incluso se tolera su continuada presencia entre la tropa, pero no se le premia; se le acepta sólo como combatiente, no como persona, por el solo hecho de ser mujer. La autora implícita, a su vez, le otorga el arte de la espada y un arrojo singular, pero le niega una muerte heroica o siquiera una “buena muerte”, parece confirmar así que las heroínas pueden tener historia, pero quedan fuera de la gloria épica.
Por último, en la medida en que ambas protagonistas se configuran como producto de su época, de sus contradicciones, límites y arbitrariedades, la novela que les da vida pone en cuestión el heroísmo épico mismo y, en tanto creación posmoderna, los relatos monológicos, literarios o históricos, del pasado. La autora implícita muestra, a través de la experiencia de las víctimas, los ultrajes que imponen los héroes de los cantares gloriosos y de las historias oficiales escritas por el vencedor. Muestra también los obstáculos que se imponen a las mujeres, a las comunidades y pueblos sometidos, que aspiran a vivir en libertad o conforme a sus aspiraciones.
En tanto personajes novelescos, Zaida encarna el trauma y el horror, el potencial del mal que se desata en contextos desgarrados. María, en contraste, inspira admiración y empatía, no tanto por su maestría con la espada, aunque esta se valore, sino por su arte, su resistencia ante la desgracia, y su anhelo de felicidad. Su dimensión épica es sólo un rasgo de su personaje, no es un accidente, pero tampoco su faceta más determinante. Su valentía, sus afectos, y con estos sus contradicciones; sus acciones y sus fallas, su lucidez tardía y su deseo de rebasar la infelicidad de su historia, así sea en un relato ficticio, le dan textura y profundidad a su vida y hacen de ella un personaje complejo, cuya vida (novelesca) es digna de ser recuperada, contada y cantada.
Bibliografía
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