El heroísmo épico en clave de mujer. Ana Luísa Amaral
de María, la gitanilla espadachina, Boullosa no propone sólo una reescritura de la novela ejemplar, sino que, en una vuelta de tuerca, sugiere que Cervantes habría contado, a sabiendas, una historia, si no falsa, ficticia, a pedido de la protagonista heroica que conociera tras la batalla de Lepanto. Los juegos narrativos, como indica esta transposición, son centrales en este texto, claramente inspirado en la literatura del Siglo de Oro.
Exótico puede parecernos el mundo de los moriscos granadinos, de los que aún sabemos poco; exóticas también las batalles navales que involucran a medio globo, por así decirlo, a las potencias europeas unidas contra el turco en nombre de la religión, estandarte que, como se sabe, oculta intereses menos espirituales. Exótica también, o excepcional en más de un sentido, la heroína épica a quien se atribuye gran parte del triunfo de las tropas cristianas en Lepanto.
El mundo de María, no obstante, resuena desde el inicio con una nota familiar. Gracias a la literatura del Siglo de Oro español, en particular la de Cervantes, clara inspiración de esta novela, reconocemos en medio de este paisaje lejano voces, personajes y, desde luego, conflictos y desgarramientos típicos de la época, como el afán de conquista cristiano, el reforzamiento de identidades castizas con base en la pureza de sangre, la búsqueda de un lugar de honra y honor en una sociedad en transición, donde lo más tradicional (la sed de gloria, el ser social definido como esencia, el discurso monológico del poder) frena la transformación, ahoga la pluralidad y acaba con los remansos de tolerancia existentes. La “edad conflictiva” que estudiara Américo Castro revive en estas páginas con particular intensidad.
La nota familiar, el reconocimiento, sin embargo, no se deriva tan sólo del reencuentro con páginas leídas en grandes autores. La materia misma de la novela, la historia, rompe con el espejismo, a ratos deseado, de que ese mundo, esos conflictos han quedado atrás. Los tiempos que Boullosa recrea y reinterpreta se asemejan a los nuestros. La historia contada, llena de relatos intercalados e intertextualidades diversas, es desde luego la re-construcción (así sea ficticia) de una historia acallada, la de María la gitana granadina, heroína de Lepanto; o una mal conocida, la de los moriscos perseguidos en la España de Felipe II. Es también una reflexión sobre el acontecer histórico y sobre la forma en que se narran y acallan o reinterpretan los hechos, así como una invitación a releer el presente desde el pasado. Aquí me centraré en los dos primeros aspectos, pero cabe al menos apuntar la conexión entre los conflictos actuales y pasados en una novela escrita a la luz del 11 de septiembre de 2001.
Desde esta perspectiva, no es mero juego de palabras el título del último capítulo del libro, “El nuevo mundo”. Nuevo mundo fue aquel que empezó a forjarse, para los habitantes de la península ibérica, en 1492 con la conquista de América, la caída de Granada y la expulsión de los judíos de la España que entonces se forjaba. Nuevo mundo, atroz, para los moriscos perseguidos en la península en el siglo XVI. Nuevo mundo, también, el de la nueva correlación de fuerzas tras la caída de los turcos ante el embate cristiano. Fuerzas en tensión que, así fuera en un equilibrio inestable, dibujaron un mapa distinto del reparto de poderes entre imperios. Un nuevo mundo marcado por la conquista de tierras, bienes, hombres y almas, semejante entonces al viejo, aquel desgarrado por guerras de cien años, reconquistas y matanzas. Mundo falsamente nuevo en cuanto que del caos inicial (posterior a Lepanto) no surge un orden armonioso sino nuevos gérmenes de discordia, pues a diferencia del primigenio, ideal, este caos es, en la terrible imagen boullosiana, un mar de muertos y mutilados, un océano de horror. Nuevo mundo, pues, que no es esperanzador reinicio sino nueva etapa de un viejo orden que se reordena y renueva en su misma infelicidad y sordidez.
La reflexión sobre el acontecer histórico y las vidas que lo construyen y sufren, característica de gran parte de la obra de Boullosa, se ha vuelto aquí más sombría. Aunque cercanas en el tiempo histórico recreado, muy alejadas están la María de Lepanto y la Claire de Duerme, por ejemplo. Si en el nuevo mundo americano de esta todavía era posible pensar la solidaridad, la ilusión y la inmortalidad apacible aunque paralizante, la historia de María se inscribe de principio a fin en una era conflictiva en que la intolerancia, el rencor y la sed de venganza condenan toda ilusión terrenal al fracaso.
La novela se inicia en el pórtico de Galera, ciudad asediada por las tropas cristianas que buscan imponerse en Andalucía. Habitada por mujeres moras, la ciudad resiste hasta la muerte. El relato contrasta la valentía de las mujeres, dirigidas por Zaida, con la argucia y la fuerza armada superior de los cristianos. Desde el inicio, el relato contrapone los ideales esgrimidos por estos a sus vicios y crueldades. Tras masacrar a la población, las tropas saquean la ciudad y la siembran de sal. De este infierno sólo sale viva la valiente comandanta. Estragada por el dolor de perder a su madre y su abuela, y la experiencia terrible de haberse salvado bajo una pila de cadáveres, se ha convertido en una sobreviviente, más muerta que viva: “Zaida ha aprendido en los últimos meses a luchar y comandar, pero también a no sentir” (p. 27).1
Este inicio enmarca la historia de María bajo el signo de una violencia extrema que se repite en recurrentes batallas y en la imposición del dominio cristiano por la fuerza bruta. Si en la historia de esta gitanilla bailaora hay secuencias de luz y felicidad, el signo de Galera y el acecho de Zaida después de su derrota, aparecen como signos fatídicos que acabarán por destruir lo que se revela como esquiva y falsa ilusión. Así, aunque aquí reconozcamos las exploraciones de Boullosa en torno a la identidad, sus transgresiones lúdicas y lúcidas de los límites del género, sus rejuegos subversivos con las apariencias que unen y desunen identidades y cuerpos en transición2, presentes en Duerme, la luz todavía esperanzada del nuevo mundo geográfico de Claire se eclipsa en las brumas de Lepanto. La violencia que la precede y caracteriza es más constante, brutal, demoledora; destruye comunidades, flotas enteras, vidas que se soñaban o que se deseaban. Además, se mira y narra de cerca, en la derrota de Galera y en el triunfo de Lepanto.
Mirar y pensar de frente el horror, como se hace en esta novela, pone en cuestión la forma misma del narrar y el concepto mismo del heroísmo bélico. ¿Cómo narrar el horror? ¿Cómo transmitir el horror de lo vivido sin quedar para siempre atrapado en él? Al mismo tiempo, ¿cómo nombrar la participación activa en el horror? ¿Cómo salir inmune de una batalla que culmina en “una alfombra de jóvenes mujeres muertas” (p. 26) o en un mar ensangrentado? ¿Cuándo hablar de heroísmo y cuándo de barbarie? Aunque la autora implícita sugiere las primeras preguntas a través de Carriazo, cronista de Lepanto, y en el silencio de María acerca del espectáculo atroz que los circunda, en su diálogo con Cervantes después de la batalla, las siguientes preguntas surgen del contraste entre María y Zaida. Lo mismo que el relato invita a cuestionar la narración de los hechos históricos mediante la contraposición de perspectivas diversas, y muestra cómo lo que es hazaña para unos es crueldad infame para otros, quienes leemos la historia de María y Zaida hemos de reconocer y cuestionar a la vez el sentido heroico, desdichado o trágico de sus actos.
Enlazada con la obra cervantina, por su estructura, sus personajes y muchos de sus temas y preguntas, La otra mano de Lepanto combina invención, recreación de mundos conflictivos y escenarios luminosos, y, como Don Quijote, no puede ofrecer salidas fáciles. A la vez que extiende el manto de la ilusión literaria para acoger a sus personajes maltratados por la vida y el destino, narra sus “otras” historias, la que ellos no quisieron contar, las que se acallaron por conveniencia y las que se perdieron en narraciones milagreras o mezquinas. Esas historias, las de los moriscos y los gitanos, las de María y Zaida, están marcadas por el sello de la violencia multifacética y brutal que se recrea en estas páginas.
Trastocamientos: María, bailaora
y heroína épica
Con la “verdadera historia” de la gitanilla, Boullosa transforma el relato cervantino de identidad perdida y recobrada en el de una mujer atravesada por las contradicciones y límites de su tiempo, que alcanza una dimensión heroica, para perderla casi de inmediato por su condición mujeril y la imposibilidad de escapar del pasado. En ella se conjuntan la femineidad encarnada en la alegría del baile, la belleza y la sensualidad, y cualidades atribuidas al heroísmo masculino: la fortaleza, la valentía y la astucia.
Nacida en Granada de padres gitanos, María vive