El heroísmo épico en clave de mujer. Ana Luísa Amaral
Elena se da cuenta de que el racismo y el clasismo mexicanos consisten en invisibilizar al otro, a aquel de extracción humilde, al que, a lo largo de los siglos, en el mundo colonial primero y colonizado después, le toca en suerte ser el dominado frente al dominante; a quien tocó encarnar el dolor del colonialismo y quien, para superarlo, echa mano, en su condición de mestizo cultural,1 del recurso a la imaginación; para vivir dignamente en un mundo que de otra manera sería invivible, el recurso a la imaginación es indispensable.
Elena decide, seguramente muy temprano en su vida, no seguir las pautas de comportamiento propias de su clase y condición; decide no pasar de largo la mirada sobre el doliente. Más bien, escoge detenerse en él o en ellos. Le interesa darle voz con su pluma y, al hacerlo, poder comprender mejor su dolor y entender también, de mejor manera, a toda una parte de la sociedad mexicana que, si bien está marginada del poder económico y político, es fundamental en términos de la cultura nacional en el más amplio sentido del término. En el sentido de la mexicanidad que tanto trabajo ha costado a escritores, sociólogos o psicoanalistas tratar de definir en qué consiste. Ni Paz en su Laberinto de la soledad, ni Santiago Ramírez en su libro sobre lo mexicano (1977) logran dar en el clavo sobre el asunto.
Elena Poniatowska se da cuenta también de lo difícil si no es que imposible de la tarea. Por lo mismo, también sabe que es en la ficción, o mediante la ficción, que ciertos rasgos de lo mexicano pueden ponerse al descubierto. La cultura mexicana es, para Elena Poniatowska, la cultura que transita de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Si el de arriba mira a París y habla francés, el de abajo mira las ruinas de su mundo indígena y habla tzotzil o náhuatl o no habla lengua indígena alguna, pero sí come chile, frijol y tortilla, y echa mano de la imaginación recurriendo a mitos y ritos que el colonial, católico y español nunca logró erradicar por completo. El mundo cultural que le interesa a Elena Poniatowska es el mundo que se produce y reproduce en el cotidiano acontecer del día a día; en donde decantan ciertas formas culturales que, aún hoy día y en crisis, se resisten a desaparecer a pesar de los embates de la modernidad. Es así que el personaje de Hasta no verte Jesús mío vive en este México, sí, pero también está segura de que esta es la tercera vez que regresa a la tierra: “Esta es la tercera vez que regreso a la tierra, pero nunca había sufrido tanto como en esta reencarnación ya que en la anterior fui reina. Lo sé porque en una videncia que tuve me vi la cola” (Poniatowska, 1969: 9). Esta certeza le permite, al personaje, poner su vida actual en perspectiva y vivir de lleno en la imaginación mítica y ritual, culturalmente aceptada por sus congéneres en Oaxaca, quienes también hablan de la “Obra Espiritual” sin que esto impida que sean fieles al catolicismo:
En la Obra Espiritual les conté mi revelación y me dijeron que toda esa ropa blanca era el hábito con el que tenía que hacerme presente a la hora del Juicio y que el Señor me había concedido contemplarme tal y como fui en alguna de las tres veces que vine a la tierra (Poniatowska, 1969: 9).
Jesusa Palancares, personaje singular del México revolucionario, en la ficción de Elena Poniatowska cobra vida para mostrar existencia en donde la arbitrariedad, el agotamiento cotidiano y la miseria marcan la vida de esa mujer que fue trabajadora doméstica y o obrera, pero quien también fuera una combatiente en la época de la Revolución mexicana. El sostén de todas las Jesusas Palancares, nos muestra Poniatowska, fue su cultura y su fe en la “Obra Espiritual”. Es decir, el sincretismo religioso de Jesusa Palancares le permite trascender esta vida, en donde sufre tanto, por la vía de la imaginación mítico-poética, en la que recuerda haber sido reina en una vida anterior y es eso lo que le da amparo y protección. La ironía del relato se centra, además de en el propio transcurrir, sobre todo en el final, donde Jesusa, no sin dolor, admite: “Yo no creo que la gente sea buena, la mera verdad, no. Sólo Jesucristo y no lo conocí”. Elena Poniatowska crea un personaje poderoso en la literatura mexicana y da voz a una mujer que, en su dolor, se aferra a sus valores espirituales para soportar la vida en turno, en un México poco compasivo con sus dolientes.
A manera de conclusión
John Coetzee, el Nobel de Sudáfrica, nos dice que todo texto que se escribe, ya sea crónica, ficción o incluso crítica literaria, tiene un origen autobiográfico. Yo creo esto a pie juntillas y en el caso de Elena Poniatowska su obra y su vida se entrecruzan a manera de contrapunto en una espiral que toca la épica heroica femenina desde aristas múltiples y complejas.
Si en la mitología antigua un héroe es un hombre nacido de un dios o una diosa y de un ser humano, más que hombre y menos que Dios, en la resemantización que Elena Poniatowska da a la noción de heroísmo, no vamos a encontrar ni a Hércules, ni a Aquiles, ni a Eneas, sino a mujeres que, nacidas de dos seres humanos, sufren, luchan y gestan su destino con valentía y con la convicción de su valía y de su pasión, aunque esto implique pasar por el psiquiátrico, como Leonora Carrington, o vivir en la más estricta soledad, como Josefina Bórquez. Elena no extrae el heroísmo del canon clásico y monumental sino de su experiencia, que confronta con la de las otras mujeres que le sirven de espejo en su prosa y con la de mujeres que viven en los márgenes de la sociedad y son invisibles para esta. La apuesta de Elena es por la democratización del heroísmo. Acierta y sugiere que no hay que buscar lo heroico en reyes, caballeros o superhéroes, sino en el cotidiano vivir de mujeres que hacen un esfuerzo sobrehumano por dignificar su vida y condición: mujeres insumisas, indómitas, cuestionadoras, subversivas; mujeres que tienen una vocación y se aferran a ella; mujeres que viven la vida con una pasión heroica.
Bibliografía
Barajas, Rafael, el Fisgón (2014). La princesa Selenita. México, D.F.: Era.
Echeverría, Bolívar (comp.) (1994). Modernidad, mestizaje cultural y ethos barroco. México, D.F.: UNAM/El Equilibrista.
Loaeza, Guadalupe (13 de abril de 2014). Elena Poniatowska, heroína de las letras. Forma y Fondo, revista semanal del periódico Reforma.
Mohssine, Assia (2012). Interculturalidad, escritura y género. La mística de los márgenes como resistencia cultural. Magriberia, núm. 5.
Poniatowska, Elena (1969). Hasta no verte Jesús mío. México, D.F.: Era.
Ramírez, Santiago (1977 [1959]). El mexicano: psicología de sus motivaciones. México, D.F.: Grijalbo.
1 Véase Echeverría (1994).
Épica mía
Carmen Boullosa
Prefacio
A fines del siglo XIX, Samuel Butler, nieto del célebre escritor del mismo nombre (1835-1902), a quien Aldous Huxley reconoce deberle parte de su Brave new world por la sátira y utopía Erewhon or over the range, quien fuera, además de novelista y viajero, el traductor de la canónica versión al inglés en prosa de la Ilíada y la Odisea, conjeturó en su libro La autora de la Odisea, subtitulado “Cuándo y cómo escribió, quién era, cómo utilizó ella la Ilíada, y de qué manera creció el poema en sus manos”, que la versión que conocemos de la Odisea está en puño y letra de mujer —una poeta siciliana (1050-1000 a.C.), un personaje real, su tumba existe en Sicilia con el apropiado epitafio.
La versión de Samuel Butler no desmiente la más aceptada —y que utilizó Ismail Kadaré (1936, Albania) en la novela traducida al español como El expediente H.—. La Odisea y la Ilíada son creación popular, hechura colectiva, canto de bardos, pasa del habla y la música a la palabra escrita, decidido salto que, según Samuel Butler, fue emprendido, comprendido y asumido por la poeta siciliana (y según Kadaré aún seguía cantándose en los años treinta, en los Balcanes, en el formato original). Hay un punto más que decir de la novela de Ismail Kadaré: la atribución de la autoría de la Ilíada y la Odisea es candente para naciones vecinas, en ello radica su legitimidad y existencia. La novela de Kadaré está basada de hecho en un suceso real de los treinta, en Albania, dos académicos estudian in situ el canto de los