Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz

Tormenta de magia y cenizas - Mairena Ruiz


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empezó a aminorar su velocidad, a punto de entrar en Rowan, desperté a Liam con un codazo. Mi primo gruñó un momento, estirando sus largas piernas en el pasillo y frotándose los ojos. Cuando miró por la ventana se puso en pie de un salto y yo lo seguí riéndome, contagiada por su entusiasmo.

      Cogimos nuestras maletas y nos dirigimos al final del vagón, ignorando las miradas de fastidio del resto de pasajeros.

      Solo habíamos pasado un mes en Olmos, nuestro pueblo, pero en cuanto vimos a nuestros amigos esperando en el andén, empezamos a chillar y a saludar por la ventana como si lleváramos años sin vernos.

      Al detenerse el tren abrí la puerta de un tirón y salté. Sara, tan digna como siempre, se apartó, así que caí sobre Noah, que me abrazó y empezó a dar vueltas. Cuando por fin paró, alcé la mirada para verlo mejor y le toqué el oscuro pelo ondulado, que le llegaba ya a los hombros. Él sonrió y se apartó un mechón de la cara.

      —Pareces sureño con esa melena —bromeé.

      —Hay cosas peores, Aileen —me contestó él, con fingido dramatismo.

      Dándole un empujón con el hombro, me giré hacia los demás. Ethan estaba ayudando a Liam a bajar las maletas del vagón y Sara se había acercado para echarles una mano.

      —No es justo, Liam —empezó a protestar Sara mirando sus pálidos brazos—. A ti te da el sol y te pones más rubio y más moreno, y yo solo me lleno de pecas.

      —Es el sol de Olmos —intervine—. Si vinieras más a menudo, lo sabrías.

      Sara se giró por fin hacia mí y aproveché para darle un corto abrazo.

      —¿Me has echado de menos?

      —Te vi hace un mes en Nirwan y solo llevo aquí dos días —me contestó ella.

      —¿Solo me echas de menos cuando estás aquí?

      —Solo te echo de menos cuando estoy sola —me corrigió—. Ethan y Noah llegaron anoche.

      —¿Vamos? —preguntó Ethan—. El próximo tren está a punto de llegar.

      Era obvio que estaba usando algo de magia para cargar con las maletas, pero ni mi primo ni yo dijimos nada. Nuestros tres amigos eran norteños y estábamos acostumbrados a la forma en que usaban su magia para las pequeñas cosas del día a día. Además, había cogido dos de mis pesadas maletas, así que no iba a quejarme cuando yo solo tenía que llevar mi cartera hasta el carruaje descubierto que habían traído.

      Pusimos el equipaje debajo de los asientos e Ethan se subió al pescante mientras los demás nos sentábamos detrás. Liam le ofreció a Sara una mano para ayudarla, ya que llevaba uno de sus largos y poco prácticos vestidos, típicos del norte del país.

      Miré a nuestro alrededor, notando que había más gente que otros años, pero, antes de que pudiera comentarlo, habló Noah:

      —¿Cuándo empezáis el trabajo? ¿Mañana ya? —nos preguntó mientras el carruaje arrancaba.

      —Tengo que hablarlo con Ane cuando llegue, aunque supongo que sí —contestó Liam jugueteando con la correa de una de las maletas.

      —Yo este año no voy a trabajar en los invernaderos —dije—. Iré de vez en cuando a echar una mano, pero voy a centrarme en mis estudios e intentaré presentar mi tesis antes del próximo verano.

      —Tus abuelos estarán contentos, ¿no? —bromeó Sara—. De que la gente vea por fin que no necesitas trabajar para vivir en la corte.

      Resoplé y me recliné en el banco, poniendo un pie en el asiento de enfrente. Mis abuelos maternos eran los que pagaban mi estancia en Rowan, aunque mis padres habían puesto siempre como condición que yo trabajara para cubrir parte de mis gastos.

      —Sí, no vaya a ser que alguien vea a una Thibault trabajando y se hunda la economía de todo Ovette —refunfuñé.

      —Pero tú no te apellidas Thibault, tú eres una Dunn —intervino Noah con algo de burla, repitiendo las palabras que tantas veces me había oído decir.

      —Es que los Dunn sí tenemos que trabajar —dijo Liam antes de que yo pudiera contestar—. Los Dunn-Thibault se pueden permitir tomarse un año libre.

      Sabía que no lo decía en serio, pero le di con el codo de todas formas.

      —Bueno, ya vale, ¿no? He ahorrado para mis gastos de este año y, si me hace falta, puedo volver a los invernaderos.

      —¿Y vosotros? —preguntó mi primo, cambiando de tema.

      Sara suspiró con dramatismo por encima del traqueteo del carruaje, alisando la falda de su vestido, que estaba tan impecable como su pelo recogido.

      —Yo ya estoy agotada. Estamos preparando la recepción de bienvenida de esta temporada, por eso tuve que volver la semana pasada.

      Antes del verano habían ascendido a Sara del Subcomité al Comité Social y no perdía ninguna oportunidad para recordarnos lo importante que era ahora su papel en las fiestas celebradas en la corte. Nosotros asentimos, comprensivos.

      —¿En qué eventos vas a participar? —le pregunté.

      —¿Aparte de los bailes de gala? Ayudaré con el Festival de la Cosecha, aunque lo llevan los sureños, claro. Luego no tenemos nada importante hasta el Solsticio de Invierno y después, el aniversario de la fundación de Ovette. Supongo que también me tocará echar una mano con la Llegada de la Primavera, pero aún falta muchísimo tiempo para eso.

      Sonreí, sabiendo que la habían asignado a los eventos más relevantes. Bromeábamos mucho sobre el tema, pero no podía sentirme más orgullosa de ella. Noah se inclinó hacia delante.

      —¿Y los espectáculos? ¿Habrá más programación norteña este año?

      Sara alzó las cejas, algo confusa por su pregunta. Ethan, callado, miró por encima de su hombro, pendiente de la conversación.

      —Pues no lo sé, no llevo nada de los teatros.

      —¿Por qué lo dices? —intervine.

      Noah se apartó el pelo de la cara y supe que estaba conteniendo su entusiasmo.

      —Por los perdones. ¿No os lo ha contado tu padre?

      Me incorporé de golpe, estirándome la falda. Mi padre era el gobernador de Olmos, y se había pasado el verano yendo y viniendo de la corte, reuniéndose con el resto de gobernadores y con el Consejo.

      —Me dijo que todavía no era seguro del todo. Que seguían debatiendo.

      —¿Qué perdones? —preguntó Sara.

      —Quieren perdonar a algunas de las personas que estuvieron implicadas en la Guerra de las Dos Noches, permitirles volver a la corte —le explicó Noah.

      Sara me miró un momento, clavando sus intensos ojos verdes en los míos, y luego volvió a mirar a Noah, como si estuviera decidiendo cuál debía ser su opinión.

      —Bueno…, ha pasado mucho tiempo, ¿no?

      Liam, cuya tía había muerto durante la guerra entre Ovette y Sagra, nuestro país vecino, respiró con fuerza junto a mí. Sara retorció las manos en su regazo.

      —Aunque…, no sé. ¿Implicadas cómo?

      —Indirectamente. Es un gesto simbólico, una maniobra política, nada más.

      Noté la mano de Liam contra la mía y la apreté en silencio.

      —¿Y crees que habrán empezado a dar los perdones para la recepción de bienvenida? —siguió preguntando Sara.

      —Eso están diciendo —contestó Noah.

      Tal vez por eso había notado que había más gente en la estación, porque había más norteños de lo habitual. Pero no dije nada,


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