Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz

Tormenta de magia y cenizas - Mairena Ruiz


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      —He intentado un montón de veces que se una al Comité Social —dijo Sara—, y no hay forma tampoco.

      Claudia esbozó una media sonrisa.

      —Bueno, no es que sean precisamente comparables.

      No sabía si Claudia estaba intentando ser maleducada adrede o si era simple ignorancia. No todo el mundo entendía la importancia diplomática del Comité Social y su influencia en la política de Ovette, por lo que decidí intervenir antes de que Sara pudiera ofenderse.

      —Me gustan los dos —mentí—, pero no tengo tiempo para ninguno.

      —Aileen está haciendo una tesis sobre sistemas educativos —le explicó Liam.

      —¿Para ser Maestra?

      —No —contesté—. No es que estudie todas las disciplinas, es más bien… Investigo cómo se enseñan distintas asignaturas en sitios diferentes. Soy del sur y fui a la escuela de Olmos, pero vine a la corte para seguir estudiando, ya que mi madre es del norte, y quería aprender lo mismo que había aprendido ella.

      —¿Como a malgastar plantas en tintes? —preguntó Claudia mirando mi falda, por debajo de las rodillas como la suya, aunque de color amarillo pastel.

      —¿Más té? —le preguntó Sara a Liam, intentando evitar cualquier discusión, sobre todo de política, a toda costa.

      Liam asintió, haciendo girar la taza de porcelana.

      —No todos los tintes suponen un despilfarro —repliqué de todas formas—. No todo es blanco o negro en la vida, o norte o sur. Acabas de llegar a Rowan, pero ya lo irás viendo.

      Claudia tuvo la consideración necesaria para callarse y, en cuanto se terminaron el té, Liam y ella se marcharon. Sara me miró en silencio, con su taza aún entre las manos. Yo me levanté y empecé a recoger, aunque podía notar sus ojos clavados en mi espalda. Finalmente me giré hacia ella.

      —¿Qué?

      Sara se encogió de hombros.

      —No, nada. A tu primo parece que le ha caído bien —dijo con una sonrisita.

      —Por lo menos ya no es la persona más sureña de toda la corte —le contesté—. Pero espero que aprenda pronto, porque con esa actitud… no va a hacer muchos amigos en Rowan.

      Fruncí el ceño, con la mirada clavada en la tetera y la extraña sensación de que había oído esas palabras antes.

      --------

      Sara se marchó al Salón Principal cuando yo aún estaba terminando de arreglarme. En realidad, no tenía por qué ir a la fiesta si no me apetecía, pero, además de querer apoyar a Sara, las recepciones de bienvenida siempre eran interesantes. Todo el mundo comentaba quién se había ido y quién llegaba a la corte, qué contactos tenían y cuánto durarían en Rowan. A mí no me importaba todo eso tanto como a mis amigos, pero al menos servían buena comida.

      Entré en el inmenso Salón Principal sin prestar mucha atención a la gente que había a mi alrededor. Sabía que Sara me buscaría en cuanto acabara con sus tareas del Comité Social, así que fui directa a buscar una bebida con la que tener las manos entretenidas hasta entonces.

      Me abrí paso entre la gente, con cuidado, esquivando los amplios vestidos de las norteñas. Yo misma los usaba en algunas ocasiones más formales, pero para una recepción llena de gente en la que no iba a ver a nadie especial había preferido una falda sureña, por debajo de la rodilla y con mucho menos volumen que sus vestidos.

      Tal vez por eso me extrañó sentir que alguien rozaba mi espalda al pasar. No me molestó, aunque me dejó una extraña sensación, como cuando alguien te toca con las manos húmedas. Al girarme, sin embargo, no había nadie cerca. Me quedé quieta durante unos instantes, hasta que alguien carraspeó para que me apartara. Di varios pasos titubeantes y después, con algo más de seguridad, me dirigí hacia los enormes ventanales, sin saber muy bien por qué. Sin embargo, no llegué hasta allí, ya que, por encima del sonido de las voces y las risas, empecé a escuchar el de mis propios pasos y los de alguien más. Extrañada, miré a mi alrededor, buscando al dueño de esos pasos. Lo encontré alejándose de mí, así que lo seguí, sin esforzarme por darle alcance. Cuando se detuvo y yo ya estaba a pocos metros de él, Sara apareció junto a mí.

      —¡Aileen! Ya he terminado.

      Vi su mano enguantada sobre mi brazo, y luego mi propia mano, en la que había una copa de vino que no recordaba haber cogido. Di un paso hacia atrás, pero no pude escuchar el sonido de mis botas por encima del bullicio de la recepción, como era lógico. Parpadeé rápidamente, intentando despejar mi mente, y miré a mi alrededor.

      —¿Qué le habéis echado? —le pregunté al fin a Sara, mientras alzaba la copa para olerla.

      —¿Qué? ¿Por qué? ¿Está picado? —me preguntó ella, quitándomela de las manos para probar el vino.

      —No. No sé, ha sido rarísimo, no sé qué ha pasado…

      Me giré hacia el hombre al que había seguido por el salón y descubrí que estaba en el mismo sitio, de espaldas a mí.

      —Igual ha sido él. Algún tipo de hechizo. ¿Quién…?

      En ese momento, el desconocido se giró, echando un vistazo a su alrededor. Cuando sus fríos ojos azules se encontraron con los míos se detuvieron un par de segundos que se me hicieron eternos. Luego parpadeó, me miró de arriba abajo y se volvió con el ceño fruncido hacia sus acompañantes.

      Alcé las cejas, exagerando mi incredulidad.

      —¿Quién es ese idiota? —le pregunté a Sara en un susurro.

      —Luther Moore. Acaba de instalarse.

      —¿Moore? ¿De los Moore de Luan? —pregunté mirándolo yo también de arriba abajo.

      Llevaba un elegante traje con casaca larga y chaleco de raso, y estaba rodeado de otros norteños. Se volvió para hablar con uno de ellos y pude observar mejor su cara, fijándome en su nariz recta y su mandíbula marcada. Llevaba el pelo rubio con los laterales rapados y el resto, peinado hacia atrás, por supuesto.

      Sara carraspeó y miró a nuestro alrededor, aunque nadie nos podía oír por encima de las conversaciones ajenas.

      —Lo expulsaron cuando la guerra —me contó en voz baja—. Ha sido uno de los primeros perdones del Consejo.

      Lo observé de nuevo por el rabillo del ojo, esa vez con más desprecio. Aparentaba unos treinta años, así que debía tener menos de veinte cuando ocurrió la Guerra de las Dos Noches. Tal vez por eso solo lo habían expulsado de la corte y no lo habían mandado al exilio. O tal vez había sido por ser un Moore, una de las familias más ricas de Ovette.

      —Pues que le aproveche. Vamos a buscar a Liam.

      Encontramos a mi primo con Claudia y algunos de sus amigos del Subcomité Político. Estaban discutiendo sobre los perdones, como muchos de los asistentes a la recepción, cada uno con una copa en la mano.

      —Aileen, por favor, apóyame —me pidió en cuanto nos vio acercarnos.

      Resoplé. Habíamos tenido ya esa conversación varias veces desde nuestro regreso.

      —¿En qué parte de la discusión estáis? ¿Habéis llegado ya a la parte en que miles de personas murieron en una sola noche…?

      —¿… sin poder defenderse ni rendirse? —dijeron Ethan y Noah a la vez que yo completaba la frase.

      —Pues no entiendo qué otro argumento necesitáis.

      —Si vais a decir lo mismo una y otra vez, yo necesito más vino —anunció Sara alejándose.

      —Da igual que lo repitáis mil veces, habrán pasado quince años de todas formas


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