Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz

Tormenta de magia y cenizas - Mairena Ruiz


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Además, la mayoría no va a volver a la corte ahora, han rehecho sus vidas fuera y no tienen ningún interés político después de tanto tiempo.

      —Claro, porque los perdones no han sido para nada por interés político —insistió Claudia.

      —Bueno, es que ya es hora de que haya un poco más de equilibrio —contestó Noah.

      Suspiré con fuerza y me llevé la copa a los labios, pero el vino se había calentado hacía rato. De repente, se me habían ido las ganas de volver a repetir por enésima vez la misma discusión sobre cómo el norte debía recuperar algo de poder y cómo el sur había aprovechado lo sucedido hacía quince años para imponer sus creencias… Me sentía incómoda e intranquila, así que me disculpé y me fui a buscar a Sara, que estaba junto a una de las mesas con bebidas.

      —No entiendo por qué no podéis servir cerveza —me quejé.

      Dudé un momento con la copa en la mano, pero, al final, preferí enfriar el vino con un gesto de mis dedos en vez de coger una nueva copa. Sara fingió no darse cuenta de que había usado magia para algo tan cotidiano y observó por encima de su hombro a los demás.

      —¿No se cansan?

      Le di un largo trago al vino y resoplé.

      —No. Y ahora con Claudia no hay forma de dar por terminada la conversación, parece que siempre tiene algo que añadir.

      Sara me miró un instante, mordiéndose el labio inferior.

      —Me recuerda a alguien —dejó caer al final.

      Me llevé una mano al pecho, dramática.

      —Yo nunca he sido así.

      —Igual en lo de la mala educación no, pero cuando llegaste eras mucho más… política.

      Supe que quería decir sureña, y giré la copa entre mis manos, pensando en sus palabras. ¿De verdad había cambiado tanto desde que había llegado a la corte? Era cierto que había tenido que adaptarme, ya que en Rowan tenía que tratar con todo tipo de gente, pero… eso no significaba que hubiera cambiado de ideas, ¿no?

      Sara debió adivinar mis pensamientos, porque enseguida puso una mano sobre mi brazo.

      —¡No lo decía como algo malo! —me confirmó—. Es solo que antes hablabas mucho más de todas esas cosas y me reñías todo el rato por usar demasiada magia, y ahora simplemente te vistes como quieres y te dedicas a tus cosas…

      —Claudia me echó en cara que usara mi magia para plantas decorativas.

      Sara frunció los labios.

      —¿Y qué más da lo que diga Claudia?

      Negué con la cabeza.

      —No es que me importe su opinión, es que… no me había parado a pensarlo, ¿sabes? Y ni siquiera me he informado bien de todo lo que hay detrás del tema de los perdones.

      —Pero eso no es culpa tuya. No puedes estar al tanto de todo y, además, seguir con tus estudios y trabajar en los invernaderos…

      —Ya no trabajo en los invernaderos —le recordé.

      Nos miramos un largo momento a los ojos y sentí cómo Sara temía añadir algo más a la conversación.

      —¿Cuándo es la próxima reunión del Subcomité Político? —pregunté al fin—. ¿Lo sabes?

      Sara suspiró.

      —Pasado mañana por la tarde, creo.

      Asentí, y volvimos a quedarnos en silencio. No sabía si era el barullo de la gente o la conversación, pero la intranquilidad que sentía solo había ido en aumento, así que decidí despedirme de Sara y dirigirme a mi habitación.

      Sin embargo, la sensación de desasosiego no desapareció. Tal vez era el hecho de que todo parecía estar cambiando en la corte, o el miedo a no saber qué más podía cambiar en los siguientes meses. Podía ser el vino, o ese hombre norteño y su extraño hechizo.

      Al final decidí encender un par de velas relajantes y, tras un rato, conseguí dormirme.

      --------

      A la mañana siguiente, a las once en punto, alguien llamó a nuestra puerta. Sabiendo que Liam no llamaría a la puerta de fuera y al no esperar ninguna visita, no me molesté en alzar la vista de mis apuntes.

      —¡Sara! ¡La puerta! —le grité.

      La oí salir de su dormitorio y cruzar la salita de estar.

      —Buenos días. ¿La señorita Aileen Dunn?

      Noté que Sara titubeaba y me acerqué a mi puerta entreabierta para escuchar.

      —No, soy Sara Blaise.

      —Disculpe, me habían dicho que estas eran sus habitaciones.

      —Lo son. Somos compañeras.

      Tras un momento de silencio, el desconocido volvió a hablar:

      —¿Y se encuentra aquí la señorita Dunn?

      —Sí, disculpe. Pase, señor Moore.

      Me quedé inmóvil durante un momento más y, cuando recordé de qué me sonaba ese nombre, abrí la puerta de un tirón. Luther Moore estaba de pie en medio de nuestra pequeña salita, mirando a su alrededor con ojo crítico. Él, al igual que el día anterior, vestía un traje norteño, con chaleco y casaca en distintos tonos de azul y botones de plata.

      Al oírme entrar se giró hacia mí con una sonrisa cordial que flaqueó en sus labios por un instante al verme. Yo llevaba una amplia falda púrpura por debajo de las rodillas, con botas altas y blusa blanca. El estilo informal del sur, pero con los colores del norte.

      —¿Aileen Dunn? —me preguntó.

      —¿Y usted es…?

      —Luther Moore. Los Thibault me han contratado para que la asesore en su investigación.

      —Oh.

      Así que Luther Moore era el experto en técnicas de desarrollo mágico que mis abuelos habían encontrado. Sabía que tendría que ser alguien del norte, pero no había esperado a alguien tan… del norte.

      —A menos que haya cambiado de idea, señorita Dunn.

      Estuve tentada de decirle que sí, pero llevaba meses buscando a alguien que me enseñara las técnicas norteñas, y si lo rechazaba tal vez mis abuelos no enviarían a nadie más.

      —Llámeme Aileen —respondí al fin.

      Luther asintió.

      —Y tú a mí puedes llamarme Luther. Si vamos a trabajar juntos, no son necesarias las formalidades.

      Asentí, sin saber qué más decir.

      —Bueno, solo quería presentarme y saber si te parece bien que empecemos mañana.

      —Claro.

      —Te veré a las nueve en la Sala de Esgrima, entonces.

      —De acuerdo.

      Y, sin añadir nada más, se marchó.

      —¡Luther Moore! —exclamó Sara en cuanto cerré la puerta.

      —Luther Moore —repetí, con la mano aún en el pomo.

      —Y vas a tener que trabajar con él —se burló, con una carcajada.

      Yo también me reí, dejándome caer en el sofá.

      —¿Podría ser más norteño? —le pregunté a Sara—. ¡Hasta lleva el pelo repeinado hacia atrás!

      —Oye, mi padre lleva el pelo así.

      —Pues eso.


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