Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz

Tormenta de magia y cenizas - Mairena Ruiz


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si respiras demasiado rápido, te mareas.

      —Y si aguantas la respiración también. Tal vez dependa de cada persona, ¿no?

      —Qué casualidad que dependa de a qué lado del río hayas nacido.

      Tras un momento, Luther sonrió con algo de condescendencia.

      —Había olvidado cómo era hablar con sureños de estos temas.

      Quise replicar que eso era lo que pasaba cuando vivías en una pequeña burbuja en el norte, alejado de la corte, pero supe callarme a tiempo y cambiar de tema:

      —¿Cómo aprendiste tú las técnicas norteñas? ¿En la escuela?

      Luther se estiró el puño de la camisa de forma despreocupada, evitando mi mirada.

      —No. Mi padre es Maestro. Fue él quien se encargó de mi educación.

      En el norte había más tradición de usar instructores especializados al llegar a la adolescencia para personalizar la educación, aunque solo las familias más tradicionales se negaban a que sus hijos fueran a las escuelas cuando eran más pequeños. Decidí no insistir en el tema, sabiendo que era algo bastante personal, y Luther se apartó y comenzó a pasear de un lado a otro.

      —Lo primero que debes saber es para qué sirve exactamente esta técnica. Buscamos desbloquear el acceso a tu magia, que conectes de forma más directa con ella, lo que además te permitirá ampliar sus límites.

      Me mordí el labio, intentando contener la pregunta, pero fui incapaz.

      —¿No es peligroso?

      —No más que correr durante horas sin estar acostumbrado a ello. Si eres débil y te dejas llevar, sin escuchar a tu cuerpo o a tu magia, acabas pagando el precio.

      Todo eso sonaba a lo poco que sabía sobre la magia oscura, pero, antes de poder decir algo, Luther siguió hablando:

      —Lo importante es que, si lo haces bien, consigues mejorar el uso de tu magia, hacerlo más eficiente para sacar más provecho de ella.

      —Por lo que había leído, pensaba que tenía que ver más con… la manera de hacer magia en sí. Con el tipo de hechizo.

      —A eso es a lo que me refiero cuando digo que es algo innato. La mayoría de la gente lo usa en su día a día, sin embargo, solo aquellos que hacen un uso muy específico de su magia lo estudian como una disciplina separada. Es como… encontrar el ritmo perfecto para el tipo de magia que quieres realizar. Un violinista, por ejemplo, es capaz de sentir el ritmo de la música en la magia que recorre su cuerpo. Un artesano se ve conectado con su obra, sabe cómo manipular exactamente un material para conseguir crear lo que desea. Un guerrero es capaz de adelantarse a los movimientos de su oponente, saber cómo se están moviendo sus enemigos a su alrededor, aunque no los vea.

      Fueron esas palabras las que me devolvieron a la realidad. Me había quedado escuchándolo, fascinada, pero no pude evitar pensar que él debió entrenarse como guerrero durante la guerra. No pude evitar recordar quién era.

      —Por eso estamos en la Sala de Esgrima —siguió Luther, ajeno a mis pensamientos—. Si consigues mostrar algo de talento, probaremos distintas disciplinas para que compruebes sus efectos. De momento, solo quiero intentar que entres en contacto con tu magia.

      Con un gesto de su mano, que hizo que frunciera el ceño una vez más, las cortinas empezaron a cerrarse. Antes de que nos viéramos sumidos en la oscuridad, Luther cogió un candelabro de la pared, encendió las velas y lo hizo levitar a nuestro lado, creando una atmósfera algo siniestra.

      —Quiero que cierres los ojos y te relajes.

      Cogí aire y lo solté, despacio. Iba a ser bastante difícil relajarme con Luther haciendo magia de forma tan ostentosa y con tantas nuevas ideas en mi mente.

      —Aileen —me dijo entonces—. Cierra los ojos.

      Tal vez fue la sensación de oírlo llamarme por mi nombre por primera vez, pero le hice caso. Podía ver la luz de las velas a través de mis párpados, aunque era suave, como una presencia reconfortante.

      —Respira hondo. Inspira —y tras unos segundos—, espira.

      Su voz fue bajando de volumen y Luther me indicó que relajara los brazos junto a mi cuerpo, que intentara dejar la mente en blanco. Obedecí en silencio.

      —Estás hecha de carne y sangre —me dijo entonces en un susurro—. Siente tu sangre fluyendo por tu cuerpo, bombeando en tu corazón…

      Podía sentir el pulso en mis oídos, en la punta de mis dedos.

      —También estás hecha de aliento. Respira despacio, y siente cómo tu pulso se vuelve más lento.

      Me concentré en mi respiración, contenida, pausada.

      —Con tu sangre fluye tu magia, la magia de la que estás hecha. Siéntela —terminó junto a mi oído.

      El aliento cálido de Luther sobre mi piel hizo que un escalofrío me recorriera. Y con él, tan unidos que parecían lo mismo, mi magia. Circulando por mis venas, mi carne, mi piel. Pulsando contra mis dedos al ritmo de mi corazón.

      —Abre los ojos y déjala ir.

      Obedecí una vez más a la voz de Luther, sintiéndome como en un sueño. La magia me llenaba por completo, era lo único en lo que podía pensar, en cómo recorría mi cuerpo, cómo inundaba mis sentidos.

      —Aileen —oí de nuevo, a mi espalda—. Déjala ir.

      Alcé la mano derecha y la dirigí hacia el candelabro más alejado, encendiendo todas sus velas. Después moví la mano hacia el siguiente. Y el siguiente. Fui encendiendo todas las velas, un candelabro tras otro, hasta que la habitación estuvo iluminada como si del Salón Principal se tratara, y por mis venas solo corría sangre, nada más.

      —¿Estás bien?

      Asentí, observando mis manos. Parecían completamente normales, y no como si toda mi magia acabara de ser expulsada por ellas.

      —¿Cómo te sientes?

      Miré a Luther, parpadeando, y carraspeé para recuperar la voz.

      —Bien —contesté—. Normal.

      —¿Estás cansada?

      —No. No, es… raro. Me siento normal. Pero a la vez es como si tuviera que sentirme… distinta.

      Sabía que lo que decía no tenía sentido, aunque Luther pareció entenderme, porque sonrió.

      —Puede que tengas más talento del que esperaba —me dijo como respuesta—. Al fin y al cabo, la sangre tira.

      Quise replicarle, decirle que dejara de menospreciar el origen sureño de mi padre, pero aún me sentía extraña y confusa, así que no dije nada.

      —Lo dejaremos aquí por hoy. ¿Nos vemos dentro de tres días?

      Asentí en silencio y lo vi salir de la sala. Todavía perdida en mis pensamientos y en el recuerdo de la intensa experiencia, me acerqué a abrir las cortinas y luego soplé todas las velas, una por una.

      --------

      Llevaba tanto tiempo sin ir a una reunión del Subcomité Político que incluso aquellos a los que apenas conocía se alegraron de verme allí.

      Los subcomités tenían un número fijo de miembros con voz y voto. En el político dedicaban la mayor parte del tiempo a debatir, aunque también se hacían informes y propuestas para el Comité Político, que era el que de verdad tomaba las decisiones y cobraba por su trabajo. En esos casos solo intervenían los miembros, pero cualquiera podía ir a los debates y era un prerrequisito no escrito para convertirse en miembro.

      Pese a lo oficial que podía sonar todo, las reuniones en realidad solían consistir en discusiones acaloradas e informales con una bebida en la mano. Allí había aprendido lo equivocados que estaban algunos de mis prejuicios, y me


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