Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz
no habían vuelto a la escuela, corrían por todos lados. Cuando Noah alzó el brazo para saludar a un conocido, vi un destello de color en su brazo.
—¡Noah! ¿Es una acuarela? —le pregunté cogiendo su muñeca para ver el tatuaje.
Él sonrió, subiéndose la manga de la camisa para que lo viera mejor.
—¿Te gusta?
Eran manchas de vivos colores, como salpicaduras de pintura. La magia hacía que algunos fragmentos brillaran, como si aún estuvieran húmedos.
—Me encanta. Siempre habías querido uno, ¿quién te lo ha hecho?
—Lo he hecho yo.
—¿En serio? —preguntó Liam con admiración.
Noah asintió, pasándose la mano por el tatuaje, algo avergonzado ante la atención. Podía hablar de política con un miembro del Consejo sin inmutarse, pero todo lo relacionado con su faceta artística le provocaba una extraña inseguridad.
—Empecé a practicar el año pasado. Cuando mi instructor de dibujo dio por terminada mi formación me sugirió probar y… No sé, me gustó la idea.
—Es precioso —le dijo Sara.
—Gracias —murmuró Noah.
Liam y Noah siguieron hablando sobre tatuajes mientras recorríamos los muelles a las afueras del pueblo, viendo cómo los barcos cargaban y descargaban sus mercancías con enormes grúas manejadas con magia. Mi madre me había explicado que los barcos que navegaban los mares del norte eran hasta diez veces más grandes que los que recorrían el río, pero me resultaba difícil imaginarlos.
Igual que me había costado imaginar cómo sería en realidad el puente de Rowan hasta que lo vi por mí misma. Después de tantos años, todavía seguía sintiendo un nudo en el estómago cuando lo cruzábamos. Aunque sabía que la magia que lo sostenía sobre el río, con apenas varios pilares hundiéndose en el agua, era totalmente segura, siempre me sentía más tranquila cuando llegábamos al otro lado.
Y allí, por fin, estaba el castillo, en medio de un inmenso prado que lo rodeaba en todas direcciones. La capital de Ovette se había construido hacía varios siglos en la antigua frontera entre el norte y el sur, lejos de posibles ataques extranjeros. Nunca había tenido murallas, por lo que, según nos acercábamos, pude ver la estructura principal, de piedra oscura, pero también las esbeltas torres construidas más tarde, e incluso el ala más reciente, con enormes cristaleras.
Por primera vez desde que me había ido a estudiar a la corte, tuve la extraña sensación de que estaba volviendo a casa.
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Aunque ahora Sara cobraba por su trabajo, había decidido seguir compartiendo las habitaciones conmigo. En realidad, solo compartíamos la salita de estar, ya que cada una tenía su propio cuarto con un pequeño baño; pero habría echado de menos las noches frente a la chimenea, unas veces contándonos cómo había ido el día, y otras, simplemente, haciéndonos compañía en silencio.
Sara y yo nos habíamos conocido en el norte, ya que su familia era de Nirwan, donde vivían mis abuelos maternos. Siempre nos habíamos llevado bien, pero, al llegar a la corte y vernos rodeadas de desconocidos, nos habíamos vuelto inseparables, pese a las diferencias entre nosotras.
Aun así, la vuelta a la rutina fue un poco extraña. Noah e Ethan estaban ocupados con el Subcomité Político, mientras que Sara dedicaba todo su tiempo a preparar la recepción de bienvenida. Yo siempre había tenido que trabajar para vivir en Rowan, por lo que, ahora que no tenía que ir cada día a los invernaderos, me estaba costando un poco acostumbrarme a tener tantas horas para dedicarme a mi investigación.
Estaba tomándome un descanso, regando y podando las plantas, cuando Liam llamó a la puerta de mi cuarto. Supe que era él por su forma rítmica de golpear con los nudillos, así que ni siquiera me giré.
—Pasa —le dije.
Liam entreabrió la puerta y se asomó por el hueco.
—¿Estás decente? Vengo acompañado.
—Sí, tranquilo.
Liam abrió la puerta del todo y vi que había una chica a su lado. Vestía una falda marrón con bordados verdes y parecía algo más joven que mi primo, tal vez de unos quince años. Llevaba una diadema de hojas secas en el pelo, que caía suelto por su espalda. Sonreí, sintiendo que un trozo del sur acababa de entrar en mi cuarto. ¿Cuándo había sido la última vez que me había puesto una diadema de flores? No lo recordaba.
—Hola, soy Aileen.
—Claudia.
—Acaba de llegar a la corte —me explicó Liam pasándose la mano por el pelo rubio, tan despeinado como siempre—. Está trabajando conmigo en los invernaderos. Le gustaría entrar en el Subcomité Político, pero de momento tiene que completar su educación con los instructores, claro.
Contuve una sonrisa y dejé la regadera junto a una enorme maceta.
—También me lo puede contar ella, ¿no?
Liam se sonrojó y miró a Claudia.
—Perdona…
—No pasa nada —le contestó ella, con una sonrisa.
—¿Queréis un té?
—Claro. Voy poniendo la tetera —dijo Liam dándose media vuelta, y salió rápidamente de mi cuarto.
—Tienes un montón de plantas —observó Claudia.
Se acercó a la pared, cubierta de enredaderas verdes y frondosas. No tenía plantas con flor, ya que, al tener poca ventilación, el aire se recargaría demasiado; pero me gustaba sentarme junto a esa pared, frente a la ventana, y tener la sensación de que me encontraba en mi propio jardín.
—¿No se mueren en invierno?
—Las protejo del calor de la chimenea.
—Hm.
Fruncí el ceño ante su ruidito, no del todo crítico, pero sí dando a entender que había algo más que quería decir.
—¿Por? —le pregunté al fin—. ¿Crees que no debería tenerlas dentro?
—No, no… Es solo que… No sé, sin ser hierbas medicinales ni nada por el estilo pensaba que usarías tu magia para los invernaderos o…
Hacía tanto tiempo que nadie me había acusado de malgastar mi magia que ni siquiera supe cómo reaccionar, así que aproveché que Liam nos llamó desde la salita para dejar la conversación ahí. Y también para salir de la habitación antes de que Claudia pudiera ver mi colección de velas norteñas y darme su opinión sobre ellas.
Liam estaba terminando de colocar las tazas sobre la mesa y Claudia aprovechó para mirar a su alrededor. La salita la había decorado Sara y, mientras que mi dormitorio estaba amueblado con sencillez, la mesa tenía las patas labradas y las sillas contaban con asientos tapizados en azul, a juego con los sofás.
—Voy a avisar a Sara —anuncié ignorando la manera en que Claudia fruncía el ceño.
Sara, que debía haber oído las voces, abrió apenas llamé a su puerta.
—¿Te apetece un té? —le pregunté con una sonrisa burlona.
—¡Justo estaba pensando en hacerme uno! —exclamó ella cerrando la puerta tras de sí—. Ah, hay visita.
Sara y Claudia se miraron de arriba abajo mientras Liam las presentaba, y fue un verdadero esfuerzo no devolverle la mirada a Sara cuando terminaron. Estaba claro lo que ambas pensaban de la otra.
—Me ha dicho Liam que tu padre es el Gobernador Dunn, de Olmos —dijo Claudia cuando nos sentamos, removiendo su té.
—Desde hace seis