Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz
las riendas cuando llegamos junto a él—. Tu yegua ha vuelto hace un buen rato.
—No te muevas —me indicó Luther cogiéndose del pomo de la silla para bajar del caballo.
Pasó una pierna por encima del animal y se bajó con facilidad. El movimiento hizo que sintiera el frío del final del verano y me dio un fuerte escalofrío. Además, el tobillo me punzaba de forma dolorosa.
Antes de que Luther pudiera ofrecerme su ayuda, Jonah me rodeó la cintura, pasó un brazo por debajo de mi rodilla y me bajó del caballo. Hice un giro extraño para evitar apoyar el pie herido y Jonah se dio cuenta de lo que había pasado. Lanzándole una mirada de desprecio a Luther, el hombre se agachó y, en cuanto puso sus manos sobre mi tobillo, el dolor se desvaneció.
—Te llevo de todas formas al sanador —me dijo ignorando a Luther, que seguía de pie a nuestro lado—. Helena puede ocuparse de su caballo, señor Moore.
Jonah me pasó un brazo por los hombros y me llevó hacia el castillo, sin darme tiempo a decir nada.
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La enfermería ocupaba su propia ala en la zona más nueva del castillo, terminada apenas unos años antes. Tenía grandes cristaleras y tragaluces que lo iluminaban todo, pero los vidrios eran especialmente gruesos y aislaban las salas del frío exterior. Las paredes estaban enyesadas y pintadas de blanco; todas las superficies, limpias y ordenadas. Y en el aire había una permanente y antinatural ausencia de olor. No olía a limpio, no olía a medicamentos, ni a enfermedad. No olía a nada. Prefería pasar allí el menor tiempo posible.
El sanador, un hombre enorme con una espesa barba negra llamado Nostra, me llevó hasta el fondo de la sala principal, donde tenía su escritorio, y me hizo sentarme en una de las camillas. Tras apenas echarme un vistazo, se marchó a buscar un ungüento. Yo me quité la bota con cuidado y me desabroché la camisa, aunque me la dejé puesta. Podía escuchar a Nostra rebuscando entre sus tarros en una sala contigua, pero también murmullos que provenían de una cama cercana, rodeada por doseles. Y con el sonido, una extraña sensación de magia ajena. Antes de darme cuenta de lo que hacía, me puse en pie, apretando la camisa contra mi cuerpo, y me acerqué a ver de qué se trataba.
Sobre la cama había una mujer tiritando y encogida sobre sí misma, vestida solo con un camisón que no ocultaba las llagas que cubrían su piel. Se le marcaban todos los huesos y su cara, demacrada, estaba enmarcada por mechones de pelo seco y quebradizo. Solté el dosel y volví a la camilla antes de que Nostra regresara, aguantando la respiración.
Lo que había sentido era su magia oscura, que la rodeaba por completo. Sabía que aquello era algo que ocurría, que había gente que llegaba a morir al usar demasiada magia oscura, ya que su cuerpo era incapaz de sanar y regenerarse con normalidad. Pero pensaba que era algo que solo pasaba en el norte, en lugares apartados y escondidos, no en Rowan.
No pude evitar llevarme una mano a mi propio pelo, suelto, sin nada que ocultar.
—¿Estás bien, Aileen?
Alcé la mirada hacia Nostra, que estaba a mi lado.
—Sí.
Él asintió y empezó a curar los cortes de mi espalda para después borrar el resto de cicatrices con un par de gestos. Luego revisó mi tobillo y me dio una poción por si sentía algo de dolor durante el día. Le di las gracias y, al salir de la enfermería, vi que había alguien esperando en el pasillo.
Era Luther.
—Aileen —me dijo acercándose a mí—. Quería asegurarme de que estabas bien.
—No ha sido nada.
Luther asintió y me miró de arriba abajo, como confirmando lo que le decía.
—Erm… la camisa… —comencé.
—Quédatela —me interrumpió él—. El azul te sienta bien.
Y se fue sin esperar a que le dijera nada más.
Me marché directa a mi habitación a darme una ducha y quitarme los restos de barro y sangre que aún me cubrían. Después me cambié de ropa, tirando el jersey a la basura y la camisa, a la cesta de ropa para lavar.
Salí del dormitorio con el pelo húmedo y vi a Sara, sentada con las piernas cruzadas en el sillón.
—Tienes un paquete de tus padres —me dijo sin alzar la vista de los papeles que estaba leyendo.
Me senté a la mesa y cogí el paquete, sintiendo todo el cansancio de la larga mañana. Mis padres me habían enviado un par de faldas nuevas y dulces caseros, acompañados de una carta.
Leí las últimas noticias de familiares y vecinos y lo poco que mi padre me podía contar de su trabajo por escrito, hasta llegar a una parte más seria.
Aunque confiamos en tu criterio (más que en el de tus abuelos) a la hora de trabajar con Luther Moore, no podemos dejar de prevenirte sobre la clase de persona que es. Los Moore, en general, son conocidos por su uso de la magia oscura y por sus prejuicios contra el sur, como habrás podido observar por ti misma.
Lo que tal vez no sepas es el papel que tuvo Luther Moore durante la guerra. No solo estuvo implicado políticamente, pese a la corta edad que tenía entonces, sino que se rumoreó que había tomado parte en la represión de los opositores.
No sabemos qué clase de persona será ahora mismo, y somos conscientes de que hace tiempo que buscabas un experto. Entendemos que en la corte las cosas parecen estar cambiando, pero aquí, en Olmos, en casa, es difícil olvidar sin más todo lo ocurrido. Lo único que queremos es que recuerdes quién es.
Me quedé mirando la carta, sin ver las palabras.
—¿Qué tal ha ido esta mañana? —me preguntó Sara entonces.
—Bien —contesté—. Todo bien.
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Puesto que no todos íbamos a ir al baile de gala, y unos días después nosotros volveríamos a Olmos para el Festival de la Cosecha, Liam propuso ir de nuevo al Aguadero ese fin de semana. Era obvio que solo quería una excusa para poder ir con Claudia, pero todos aceptamos de todas formas.
Nos encontramos después de cenar en los establos y debatimos durante un rato sobre cómo ir. Pese a que para la mayoría de edad de Claudia habíamos alquilado dos carruajes, de normal solo llevábamos uno y nos turnábamos para conducirlo; pero claro, con Claudia no cabíamos todos. Al final, Ethan y Noah decidieron llevarse sus propios caballos y cabalgar junto a nosotros. Fui a ofrecerme para conducir el carruaje, pero Sara me cogió fuertemente del brazo y me hizo subir con ella.
—Ni se te ocurra dejarme sola con ellos —me susurró sentándose a mi lado y estirándose la falda.
Claudia subió entonces y Liam se sentó en el pescante. Cuando Noah e Ethan estuvieron montados en sus caballos, nos dirigimos al pueblo.
Claudia llevaba una falda amplia por debajo de las rodillas, botas altas y una camisa con parches en distintos tonos tierra. Yo también llevaba una falda similar, aunque en color negro, y en el último momento había decidido ponerme la camisa azul. Sara, por supuesto, era la que iba más arreglada, con un vestido largo pero ajustado, sin enaguas.
—¿Qué tal van tus estudios? —le pregunté tras un incómodo silencio.
—Bien.
Claudia apretó sus rodillas por encima de la falda.
—¿En qué te quieres especializar? —añadí tras unos momentos más.
—Invernaderos. Ane es mi mentora.
A trompicones y con algún que otro silencio más, conseguimos mantener la conversación hasta llegar al Aguadero. Una vez allí, la presencia de Liam y la cerveza ayudaron a normalizar la situación, y no pasó mucho rato hasta que me dejé arrastrar por Ethan y Noah para bailar.
Estábamos dando saltos y girando con los brazos