Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz
levanté de nuevo y McTavish extendió una mano helada para cogerme de la muñeca.
—No te vayas —me suplicó.
—Voy a traer algo para abrigarte, ¿de acuerdo?
Tras un momento, McTavish me soltó y fui a mi cuarto a por una manta. Lo arropé con ella y me senté otra vez en el suelo junto a él.
—¿Recuerdas dónde están tus habitaciones? —le pregunté en voz baja.
McTavish rebuscó en su bolsillo y sacó un papel arrugado. Era un mapa del Ala Oeste del castillo, con varias indicaciones hechas a mano. Memoricé el camino para acompañarlo cuando entrara en calor, pero no parecía que fuera a ser pronto. McTavish siguió tiritando, tan fuerte que podía escuchar el rechinar de sus dientes. No paraba de disculparse y pronto me di cuenta de que estaba delirando.
Había pasado casi una hora cuando decidí que no podía seguir allí sentada. Al levantarme de nuevo, McTavish ni se percató. Me puse las botas y una capa sobre el pijama y me marché.
El castillo estaba frío y silencioso, vacío, aunque llevaba tantos años viviendo en él que no me resultaba siniestro. Sí estaba nerviosa, sin embargo, por lo que iba a hacer. Comprobando una última vez el mapa de McTavish, cogí aire, me tapé mejor con la capa, y llamé a la puerta con fuerza.
Antes de poder llamar una segunda vez, Luther Moore abrió. Iba descalzo y llevaba un pijama de seda gris, el pelo despeinado y una expresión de total desconcierto.
—McTavish está en mis habitaciones —le informé.
Luther frunció el ceño inmediatamente.
—¿Borracho?
Miré a ambos lados del pasillo, aunque sabía que estábamos solos, y negué con la cabeza, seria. Luther debió entenderme, porque cogió aire, despacio.
—Pasa. Dame un segundo.
Se retiró y desapareció por otra puerta. Yo miré a mi alrededor, curiosa. Era una sala de estar bastante impersonal, pero decorada al estilo norteño. Excepto por una gran maceta en un rincón, llena de flores silvestres. Me di cuenta, extrañada, de que era la misma planta de nomeolvides que habíamos hecho crecer juntos. No tuve tiempo de darle muchas vueltas a por qué Luther tendría flores tan sencillas en vez de elegantes arreglos florales, ya que volvió en ese momento, calzado y con una capa sobre su pijama.
—Vamos.
Hicimos el camino en silencio, por discreción y por falta de palabras. Nunca había visto en persona los efectos secundarios de la magia oscura, pero había leído sobre ellos y la reacción de Luther me había dado a entender que había acertado.
Cuando entramos en la salita, Sara había salido de su dormitorio. Estaba arrodillada junto a McTavish, mojando su frente con un trapo húmedo y diciéndole algo. Luther la saludó con una inclinación de cabeza y ella se levantó, apartándose para dejarle sitio.
—James —le susurró—. James, soy yo.
McTavish entreabrió los ojos y dejó escapar un gemido.
—Lo siento —murmuró.
—Lo sé. ¿Estás bien?
McTavish intentó incorporarse y Luther lo ayudó a sentarse. La manta y el abrigo cayeron al suelo y McTavish empezó a tiritar de nuevo. Luther cogió el abrigo y se lo puso, con mucha más paciencia de la que lo creía capaz. Su amigo se abrazó con fuerza, metiendo las manos dentro de las mangas, y lo miró con intensidad.
—No quería hacerle daño a Aileen —murmuró, intentando que fuera un secreto.
—Shh, Aileen está perfectamente.
Creí entender entonces lo ocurrido. McTavish debía haber usado magia oscura para el pequeño experimento de esa mañana y, en vez de dejar que me afectara a mí, había hecho que los efectos se revirtieran en sí mismo. No importaba que sus intenciones fueran buenas, iba aún más en contra de la naturaleza destructora de la magia oscura. ¿Cómo debían ser las consecuencias para que se hubiera emborrachado de esa manera, intentando paliarlas?
—Venga, arriba.
Luther le pasó un brazo por la cintura a McTavish y tiró de él para ponerlo en pie.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunté.
—No, no te preocupes.
Supe que no era la primera vez que tenía que lidiar con McTavish en ese estado, y no insistí.
Antes de irse, Luther se giró una vez más hacia mí.
—Gracias por venir a buscarme.
Yo solo asentí.
Esperé en la puerta mientras Luther y McTavish se alejaban por el pasillo, McTavish apoyándose pesadamente en Luther, y este susurrándole algo.
Cerré la puerta cuando giraron la esquina y vi a Sara junto al sofá, cruzada de brazos.
—Lo siento —le dije.
—No empieces tú también, por favor.
Me apoyé contra la puerta mientras Sara recogía el cuenco con agua y el trapo húmedo.
—Lo siento de todas formas. Que hayas tenido que… verlo.
Ella se encogió de hombros.
—Soy del norte. No es la primera vez que veo algo así.
No sabía qué contestar a eso, así que me limité a darle las buenas noches, recogí la manta y me fui a dormir.
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Al día siguiente intenté quedarme en la cama todo lo posible, pero estaba demasiado acostumbrada a madrugar y al final tuve que levantarme. Imaginando que Sara dormiría hasta el mediodía, bajé al comedor para desayunar con los chicos.
Liam miró su reloj de forma exagerada cuando me vio entrar.
—¿Qué son estas horas? —me preguntó—. ¿Estás enferma?
—Ja, ja. Hazme sitio.
Me senté junto a mi primo, que estaba desayunando con Noah e Ethan, como de costumbre, y también con Claudia. Apenas lo había visto sin ella últimamente.
Empecé a desayunar, escuchando a medias su conversación. Seguían hablando de los rumores en la frontera y de lo que el Gobierno estaba haciendo ante ellos.
—Van a formar una Brigada de Seguridad, ya lo veréis —estaba diciendo Noah.
—Lo dudo, yo creo que tal vez mandarán a alguien a investigar, pero es muy pronto para formar brigadas.
—¿Por qué están trayendo mercenarios, entonces?
Dejé el tenedor en el plato y tragué agua.
—¿Qué mercenarios? —pregunté en cuanto pude hablar, interrumpiendo a Liam.
Ethan miró a un lado y a otro y se inclinó sobre la mesa.
—Hemos visto ya a uno —susurró—, y seguro que traen a más. Las brigadas siempre son de mercenarios del norte.
—¿Qué es un mercenario? —preguntó entonces Claudia.
—Gente que usa magia oscura por dinero, básicamente —contestó Noah.
—¿Y quién es el mercenario que ha llegado?
—McTavish. James McTavish. Es de Luan, aunque ha trabajado por todo el norte.
—Y es un borracho —añadió Ethan.
—Usando tanta magia oscura, como para no serlo —dijo Noah—. Pero es todo un personaje. Mi hermano lo conoce y ha venido más de una vez a casa. Te ríes mucho con él.
Intenté seguir desayunando, pero se me había quitado el hambre. Había sospechado