Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz

Tormenta de magia y cenizas - Mairena Ruiz


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Sus ojos verdes reflejaban la luz de las velas que había sobre la mesa.

      —Mi madre va a volver a casarse.

      Di un largo trago a mi bebida, sin decir nada. Los padres de Noah se habían separado hacía varios años, algo mucho más raro en el norte que en el sur.

      —Va a dejar el Comité Político y se va a mudar a Nembro para presentarse a gobernadora en las próximas elecciones. Su prometido es de allí. Tiene bastantes negocios, y no le importa cambiar de apellido.

      Noah dejó que yo rellenara los huecos. Su madre había conseguido el rango social que deseaba al desarrollar su carrera política en la corte. Pero en el norte, si querías ser alguien, tenías que tener dinero, y no solo el apellido adecuado. Sabía que en otros lugares la gente no se lo cambiaba al casarse, pero en Ovette podías elegir tu apellido. Mi madre, por supuesto, había renunciado a ser una Thibault. Supuse que al prometido de la suya le interesaría convertirse en un Sauvage.

      —¿Crees que se quieren? —murmuré.

      Noah suspiró.

      —Creo que pueden ser felices juntos.

      Clavé una uña en la madera de la mesa, intentando quitar una pequeña astilla.

      —No la juzgo —continuó Noah—, es solo que… Nunca he entendido esa forma de ver la vida.

      —Tienes corazón de sureño —bromeé.

      Noah sonrió una vez más y bebió de su cerveza. Dejé pasar un largo momento antes de volver a hablar:

      —Creo que Sara no tardará en casarse.

      Él me miró de nuevo, esperando a que siguiera hablando.

      —Al principio, pensaba que era por sus padres, que eran ellos los que querían ese tipo de vida para ella. Un buen matrimonio norteño, carrera en la corte…, pero es ella quien lo quiere.

      Tragué con fuerza, intentando deshacer el nudo en mi garganta.

      —Y ahora ya no solo tiene su apellido y su dinero, sino su propia carrera en el Comité Social. Y creo que querrá casarse pronto y…

      No sabía cómo terminar la frase. No era capaz de poner en palabras el tipo de vida norteña que mi mejor amiga anhelaba.

      —Sara siempre ha sido ambiciosa —dijo Noah—. Lo quiere todo. Y lo tendrá.

      Asentí, y ambos nos quedamos un rato en silencio, dejando que el ruido de las conversaciones ajenas y la música sustituyeran nuestras palabras. Quise preguntarle a Noah qué era lo que él quería, pero no iba a hacerlo entonces, después de tanto tiempo. Y no iba a hacerlo sabiendo que podía devolverme la pregunta y no sabría la respuesta.

      --------

      Cuando volví a la Sala de Esgrima para la siguiente sesión con Luther Moore, las cortinas estaban descorridas y la sala, iluminada por la luz del sol.

      —Deberías recogerte el pelo —me dijo Luther como respuesta a mi saludo, ofreciéndome una cinta de tela.

      —¿Perdona? —le pregunté, ofendida.

      El pelo corto o recogido era algo típico del norte y yo solo me lo recogía en ocasiones muy especiales.

      —Para hacer esgrima —me aclaró, antes de que pudiera seguir protestando—. ¿Sabes esgrima?

      —Algo —contesté cogiendo la cinta para hacerme un recogido—. Un par de años de clases.

      —Será suficiente. Hoy intentaremos que mantengas la conexión con tu magia mientras haces otras cosas. Coge una espada y una máscara y ponte en guardia.

      Obedecí y me puse en guardia frente a Luther, con los pies juntos, las rodillas flexionadas, una mano en la cintura y la otra ante mí, con la espada.

      Luther asintió, dándome el visto bueno.

      —Ahora haz las respiraciones que te he enseñado, concentrándote.

      Me costó algo más que las veces anteriores, al tener tanta luz y encontrarme en otra postura, pero pronto sentí mi magia fluir.

      —Posición de ataque.

      Llevé el pie derecho hacia delante y estiré el brazo a la vez. Pude mantener la concentración con facilidad, y también durante los siguientes ejercicios.

      —Bien —fue todo lo que dijo Luther.

      Cogió entonces su propia espada con la mano izquierda, y se situó ante mí.

      —No sabía que eras zurdo.

      Luther golpeó su espada contra la mía y perdí el contacto con mi magia.

      —No hables hasta que no puedas mantener la concentración —me riñó.

      Me callé y seguí con los ejercicios en silencio. Eran posturas de ataque y defensa sencillas, y pronto pude mantener el contacto con mi magia sin problemas. Notándolo, Luther empezó a hacer uso de la suya en sus ataques. Eran cosas sutiles, que apenas creía ver por el rabillo del ojo, aunque pronto aprendí a distinguirlas. Cuando conseguí imitarlo y golpearlo al hacer que mi espada llegara algo más lejos de lo que habría llegado de forma natural, Luther dio por terminada la lección.

      —El próximo día probaremos a hablar mientras practicamos, a ver qué tal se te da entonces.

      En la siguiente sesión, sin embargo, no hicimos esgrima. Luther había traído una larga mesa a la sala y sobre ella había distintos objetos. Una maceta llena de tierra, un cuenco con agua, una vela…

      —Vas a aprender a hacer magia del día a día como la hacemos en el norte. Empezaremos por pequeñas cosas.

      —¿Hoy puedo hablar? —bromeé acercándome a la mesa.

      —Puedes hablar siempre que quieras —me contestó con el ceño fruncido—, mientras puedas mantener la concentración. Al fin y al cabo, esto no es una clase, no soy tu instructor.

      Luther dio la vuelta a la mesa y se colocó junto a mí.

      —Voy a ayudarte a guiar tus movimientos para que puedas concentrarte en el flujo de tu magia. No solo tienes que conectar con ella, sino también controlarla, sin dejar que fluya demasiado y te agote.

      —De acuerdo.

      —Ven.

      Luther se situó ante la vela y cogió mi antebrazo derecho.

      —¿Puedo? —me preguntó con su mano sobre el puño de mi blusa.

      Asentí y él soltó el botón de madera para subir mi manga hasta el codo. Luego se puso tras de mí, con una mano en mi cintura y la otra en mi muñeca desnuda.

      —Este punto —me indicó apretando mi cintura— ha estado siempre asociado con la fuente de nuestra magia. Puede que sea solo superstición, pero utilizar siempre los mismos gestos, convertirlos en rutina, ayuda a acceder de forma más rápida a nuestra magia.

      Asentí de nuevo y él se acercó a mí.

      —Concéntrate en tu magia —me dijo al oído.

      Instantes después, mi magia estaba fluyendo con fuerza. Podía sentirla en la mano derecha, intentando decirme algo.

      —¿Qué es? —me preguntó Luther.

      Fuego. Era fuego. Chasqueé los dedos, creando fricción y calor entre ellos, y la vela se encendió. Sentí la mano de Luther apretar mi cintura y, al momento, su mano derecha guiaba la mía. Seguí el movimiento, cortando la vela de forma instintiva en varios fragmentos y haciéndolos levitar. Chasqueé los dedos de nuevo y todos los fragmentos se encendieron a la vez. No pude evitar sonreír.

      —Bien —dijo Luther soltándome.

      Apagué las velas, haciendo desaparecer el oxígeno que rodeaba las mechas, y las dejé caer sobre la mesa. No había analizado la forma en que utilizaba mi magia desde


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