Tormenta de magia y cenizas. Mairena Ruiz

Tormenta de magia y cenizas - Mairena Ruiz


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algo menos formal, reservando la ropa de gala para los eventos sureños. No pretendía ser un desprecio hacia el norte y no se entendía como tal, aunque Sara hubiera preferido que todo el mundo fuera de gala norteña a los bailes que organizaba.

      Noah, Ethan y Sara, por supuesto, no llevaban las mismas ropas que nosotros. Ellos vestían sus trajes de gala habituales, pero los habían encargado en colores apagados, y el vestido de Sara no tenía cancán, para ser algo más sencillo. Mi ropa de gala, sin embargo, consistía en pantalones largos ajustados, botas de cuero altas, blusa, corpiño y casaca; todo en verdes y marrones oscuros. Las prendas eran de lana virgen y tenían intrincados bordados, pero los colores eran los mismos para todo el mundo, buscando dar una imagen de unidad entre los asistentes.

      El pelo, aunque suelto, me lo había encerado hacia atrás, y el kohl lo había aplicado en abundancia, cubriendo desde mis sienes hasta el puente de mi nariz y dejando los bordes emborronados. Por último, Sara me ayudó a teñirme las manos con ceniza.

      —¿Vamos? —me preguntó cuando terminamos.

      —Vamos.

      Fuimos a recoger a los chicos, cuyas habitaciones estaban más cerca del salón donde se iba a celebrar la ceremonia. Cuando los vimos, Sara y yo no pudimos evitar sonreírnos.

      —Tengo los amigos más guapos de todo Ovette —dijo ella cogiéndose del brazo de Ethan, que sonrió, avergonzado.

      Con la ropa oscura, en vez de los tonos claros que solía usar para destacar el color de su piel, Ethan no llamaba tanto la atención como de costumbre, y Liam, aunque se había peinado mejor de lo habitual, tenía aún el aspecto desgarbado de la adolescencia. Sin embargo, Noah, tan alto como mi primo, estaba insoportablemente guapo. Se había hecho varias trenzas en el pelo, apartándoselo de la cara, pero sin recogérselo del todo.

      —Vosotras estáis espectaculares —nos dijo Noah ofreciéndome su brazo.

      Lo acepté y seguimos a Liam, que ya se dirigía al salón, retorciéndose las manos cubiertas de ceniza.

      —Es adorable —oí que Sara le murmuraba a Ethan—. No lo había visto nunca así.

      Aunque Claudia apenas acababa de llegar a la corte, muchos sureños habían decidido asistir a la ceremonia para celebrar con ella su mayoría de edad. Saludé rápidamente a Ane, la encargada de los invernaderos, que iba acompañada de su mujer Itxa y sus dos hijos pequeños, y fui a colocarme con mis amigos junto al podio.

      Apenas nos habíamos situado cuando el presidente Lowden entró en la sala y todos los sureños nos dejamos caer sobre una rodilla, dejando en pie solo a Noah, Ethan y Sara, que inclinaron la cabeza. Arrodillarse no era una señal de respeto reservada al presidente del Consejo, sino a los líderes sureños más destacados. Lowden era la única persona ante la que nos arrodillábamos entonces.

      Después de unos momentos, volvimos a ponernos en pie y Lowden se acercó al podio. Intenté no sentirme intimidada, pero entre sus facciones duras, el pelo salpicado de canas y el parche que cubría su ojo izquierdo, cegado durante la guerra, resultaba difícil.

      —Hoy —comenzó Lowden, con su voz grave reverberando en las paredes de piedra— una joven sureña se convierte en una persona adulta, con las responsabilidades que eso conlleva. Claudia Maine, acércate.

      Claudia entró en la sala. Iba vestida como el resto de sureños, pero su kohl era más discreto que el mío y llevaba una diadema de flores en el pelo. Sus manos, por supuesto, estaban limpias.

      Tras acercarse a Lowden, este siguió hablando. Sobre cómo la magia no era un bien inagotable, cómo debía ser usada de forma responsable y nunca para hacer daño, cómo era nuestra responsabilidad devolver a la naturaleza parte de lo que esta nos entregaba, ayudando a que los cultivos crecieran sin problemas y que ninguna cosecha se echara a perder. Lowden cogió un cuenco y metió la mano en él para sacar un puñado de cenizas, símbolo del final de la vida. Claudia le ofreció sus manos limpias.

      —Recuerda siempre que la naturaleza nos lo da todo —siguió Lowden manchando las manos de Claudia con cuidado —. Nos da la vida, nos da la magia y, cuando mueras, te dará un lugar en el que descansar. —Lowden cogió una pequeña semilla y la colocó sobre las palmas de nuestra amiga—. Hasta entonces, no temas nunca ensuciarte las manos. Bienvenida.

      Claudia se giró hacia los que estábamos observando la ceremonia y nos enseñó sus manos manchadas, como las nuestras. Nosotros aplaudimos con fuerza, emocionados.

      Después de hablar un rato con la gente que se había congregado, decidimos irnos a cenar al pueblo, así que nos despedimos de todo el mundo y nos dirigimos a los establos para coger un par de carruajes. Sin embargo, antes de salir del castillo, nos cruzamos con Luther Moore que, tras mirarnos, sorprendido, me saludó con una inclinación de cabeza.

      —Ahora os alcanzo —le dije al resto.

      Me acerqué algo nerviosa a Luther, que me miró de arriba abajo con las cejas alzadas.

      —¿Una ocasión especial? —me preguntó.

      Metí las manos en los bolsillos de la casaca y asentí.

      —La mayoría de edad de una amiga. De hecho…, vamos a ir ahora a celebrarlo y no sé a qué hora volveremos… ¿Te importa si retrasamos la próxima sesión hasta pasado mañana?

      Pude ver en su cara que sí le importaba tener que cambiar sus planes, pero esbozó una sonrisa de todas formas.

      —No, claro que no. Allí te veré.

      —Gracias. Hasta luego.

      Me di prisa para alcanzar a mis amigos, que ya habían preparado los carruajes, y nos dirigimos al Aguadero, nuestro lugar favorito de Rowan. Siempre hacíamos lo mismo: hablar, beber y bailar; pero era nuestro sitio especial.

      —Me ha dicho Liam que vais mucho al Aguadero —comentó Claudia.

      —Va mucha gente de todos sitios, incluso extranjeros. Tiene un estilo muy particular —le expliqué.

      —¿Pero es un local sureño o norteño?

      Sara, sentada junto a mí, intentó compartir una mirada conmigo, pero resistí la tentación de girarme hacia ella.

      —Ninguno de los dos. O los dos a la vez. Es una mezcla y también… es algo diferente. Tocan música del norte y del sur, aunque también cosas nuevas, o de otros países.

      Claudia frunció el ceño y supe que le era difícil comprender lo que le explicaba. Recordaba haber sido una recién llegada a la corte, creyendo que el mundo se dividía en norte, sur y todo lo demás. Para mí había sido un alivio descubrir un sitio en medio, figurada y literalmente, ya que Rowan se había construido en la antigua frontera, cuando norte y sur habían decidido unirse por fin. Pese a las disputas entre ambas comunidades, después de siglos de comercio y diplomacia, todo el mundo nos conocía ya como Ovette, el nombre del río que nos separaba. Y una vez construidos los puentes, había sido más fácil defender nuestras fronteras naturales y construir Rowan junto al agua, con el castillo en la otra orilla.

      Pocos habitantes de Rowan eran verdaderos mestizos, pero la mayoría tenían una forma de pensar y un estilo mucho más neutral que en otros lugares, lo que me había ayudado a desprenderme de la definición binaria de norte y sur. A sentir que podía encontrar mi lugar.

      Entramos en el local, oscuro y ruidoso, y buscamos un sitio donde poder sentarnos todos. Encontramos enseguida una mesa redonda rodeada por un banco acolchado y pedimos varias jarras de cerveza y algo para comer. Bebimos, acompañados por la música que un grupo tocaba al fondo y pronto tuvimos que rellenar las jarras. Sara y yo nos entretuvimos un rato intentando adivinar el país de origen de los cantantes por lo que podíamos escuchar de sus acentos; y cuando terminamos de cenar fue la primera en ponerse en pie para ir a bailar, llevándose a Ethan, Liam y Claudia con ella. Yo decidí quedarme con Noah.

      —Estás poco hablador —le dije.

      Él se giró hacia mí y apoyó la cabeza en la mano.

      —¿Tanto


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