Jalisco 1910-2010. Luis Martín Ulloa

Jalisco 1910-2010 - Luis Martín Ulloa


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y un sentido”. Estuvo nominado al Premio Nobel de Literatura en 1949.

      Mariano Azuela (Lagos de Moreno, 1873-Ciudad de México, 1952). Es considerado el más importante novelista de la Revolución Mexicana por su obra Los de abajo, publicada en el diario El Paso del Norte en Texas a fines de 1915. En 1924, el crítico Francisco Monterde la descubre para la literatura mexicana y desde entonces es una de las novelas más leídas.

      Francisco Rojas González (Guadalajara, 1903-1951). Escritor clasificado como indigenista por su conocida colección de cuentos El diosero que se publicó luego de su muerte, fue en realidad un escritor costumbrista. Su novela La negra Angustias, sobre una mujer revolucionaria, fue adaptada al cine y filmada por Matilde Landeta, la primera directora de cine profesional.

       Francisco González León

       POETA

      Nació en Lagos de Moreno, el 10 de septiembre de 1862. Fue profesor de farmacia y dueño de una botica. En 1903, obtuvo la Flor Natural en los Juegos Florales pero decidió salir del pueblo, para evitar la ceremonia de premiación, por su excesiva modestia y nula ambición de reconocimiento. Contrariamente a su amigo Mariano Azuela, nunca dejó su lugar de origen para probar suerte en Ciudad de México. Ramón López Velarde, poeta zacatecano, le dio el sobrenombre de “El ermitaño de Lagos”. Es considerada su mejor obra Campanas de la tarde (1922). Falleció el 9 de marzo de 1945.

       Pesarosa

      Bajo la paz milagrosa

      de este ocaso coral rosa,

      ¿dónde vas tan pesarosa

      y tan pálida en tu pena,

      que sugieres azucena

      que besó la luna llena?

      A mi olvido das ejemplo,

      y extasiado te contemplo,

      vas al templo… vas al templo.

      Como en joyas celinesas

      para frentes dogaresas,

      en tus ojos, las tristezas

      engastaron dos ancianos,

      y en tus manos, en tus manos,

      hay diez pétalos hermanos

      que le forman relicario

      de marfiles al himnario

      que diadema tu rosario.

      Bruno Vésper un corpúsculo…

      Es final, como de opúsculo

      melancólico, el crepúsculo,

      y en la escena milagrosa

      de la tarde, fuiste rosa;

      una rosa pesarosa:

      ¡por tan triste… por tan triste, más hermosa!

      Tomado de: Velasco, Sara, Escritores jaliscienses. Tomo I (1546-1899). Guadalajara: Universidad de Guadalajara, 1982, pp. 234-239.

       Mariachi Vargas de Tecalitlán

       Alejandra del Carmen Sahagún López

      Corría el año de 1898 cuando el maestro Gaspar Vargas López agrupó en Tecalitlán una tradición de músicos que hoy en día identificamos como el Mariachi Vargas. En este periodo, la sociedad adinerada consideraba a los mariachis como un mero entretenimiento para campesinos, mas el éxito de esta agrupación fue tan grande que su fama opacó la falta de estímulos de la casta acomodada.

      En 1931 el Mariachi Vargas presentó una evolución, en donde los músicos-campesinos se dedicaron en cuerpo y alma a las presentaciones y adquirieron un prestigio nacional que los hizo aparecer en el cine en repetidas ocasiones. Fue en este tiempo que se trasladaron a la Ciudad de México y con la integración del músico Rubén Fuentes, violinista de Ciudad Guzmán, el sonido y la imagen cambiaron pues se prepararon musicalmente.

      En la mitad del siglo XX, y con base en su trayectoria, éxito y profesionalismo, los mariachis de otras agrupaciones tomaron como modelo al Vargas de Tecalitlán, de manera que la sonoridad se transformó y floreció la época de oro de la canción ranchera.

      Sin duda alguna la actuación que ha tenido el mariachi en todo el siglo XX, ha ayudado en gran medida al emblema con el que hoy se le conoce: “El mejor mariachi del mundo”. Y es a esta agrupación a la que se le atribuye la introducción de las trompetas en el género y gran parte de la identidad que caracteriza al México actual.

      imagesa última noche de julio, allá por 1926, cuando el Santuario se quedó en penumbras, se encendió tal angustia en los fieles que no se apaciguaron ni con las oraciones y alabanzas en voz alta ni con la promesa de salvaguardar su religión hasta el tormento.

      Dos días después, a la gente no le llegaba ni la resignación ni el consuelo y seguía merodeando por el atrio sin un ápice de confianza en los gendarmes que se habían apostado en los alrededores por orden del presidente municipal Mariano González. El Santuario parecía congregar un rebaño revoltoso con el fervor depositado en distintas pasiones: unos para salvaguardar el recinto de su devoción y los tesoros que tenía dentro; otros, para hacerse los impávidos e incrédulos si no se acataba la orden presidencial de acallar el culto de cada templo, sin importar a qué virgen morena se venerara en sus altares.

      Una mañana de esas mañanas no tardó tanto en llegar, estallaron los fervores. Las tropas militares que acompañaban al Capellán del Santuario de Guadalupe antes de desalojarlo por completo, fueron recibidas a tiros que provenían de las azoteas y de las personas que merodeaban el lugar y disimulaban sus armas entre sus ropas, coches y sombreros en plena vía pública haciendo un alboroto sin tregua. Quienes debían estar adentro del Santuario salieron, quienes no podían pasar entraron; las puertas cerradas se abrieron y las abiertas se emparejaron, las armas que no debían ser disparadas agotaron sus municiones, y los hombres y mujeres que nunca habían tirado un puñetazo, parecían fuera de sí dejando a quien se les pusiera en frente una guantada o un golpe bajo.

      De tanta lluvia de balazos, el capellán entró corriendo encorvado y con las manos cubriéndole la cabeza hasta que se escondió debajo de las bancas frente al altar. Los soldados contestaron en defensa, pero después de un avivado campanazo y al grito de ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe! marejadas de creyentes se dejaron llegar al atrio hasta que las calles que rodeaban el templo se desbordaron por completo de más gendarmes y beatas sollozantes.

      Hasta la casa de Jovita sonaron las campanas.

      —¡Válgame Dios! Ahora si nos truje —dijo Agripina y dio la última batida al atole que preparaba como refrigerio para la junta de esa noche.

      Ella y Jovita dejaron los tamales a fuego lento y salieron envalentonadas a pesar del alboroto que se oía hasta aquella casa en la calle Alonso, cercana al Santuario. Mercedes las siguió más por devoción a esas mujeres que a la Guadalupana.

      Bajo esa noche, en que hasta la luna llena parecía montar también la guardia, se encaminaron las tres mujeres: una con el corazón inquieto por el marido posiblemente perdido entre el remolino de gente; otra con la zozobra ante el inminente perjurio contra la imagen de la Morenita; y la última, como refuerzo por si las buenas intenciones del Espíritu Santo se trinchaban con las malas del otro espíritu más terrenal, el de los callistas.

      No pudieron avanzar mucho: el olor a pólvora inundaba


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