Equilibrium. Alberto Fernández Rhenz

Equilibrium - Alberto Fernández Rhenz


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nacional. Las órdenes para dar inicio a una situación de excepcionalidad habían coincidido en el tiempo con la recepción de aquella extraña misiva, remitida por Alexander Grodding, que le convocaba a una imprevista reunión en Ginebra. Era consciente de que no era el mejor momento para abandonar Washington, por lo que tuvo que improvisar un viaje relámpago a Europa. Llamó de inmediato a Anne Perkins a su despacho para que iniciase los preparativos del viaje.

      Sin embargo, la situación era de preemergencia nacional. Las instrucciones dentro del Plan de Contingencia eran taxativas; en el momento en que el presidente declarase el estado de emergencia, todas las fuerzas de seguridad, las distintas Policías Locales y la Guardia Nacional se pondrían a las órdenes de Carber. Como primera medida, se cerrarían todos los aeropuertos del país al tráfico aéreo civil y se restringirían los vuelos a las operaciones de emergencia; se cerrarían las estaciones de ferrocarril, que serían tomadas por la Guardia Nacional, y se decretaría un toque de queda desde las 19:00 de la tarde que se declarase el estado de emergencia hasta el levantamiento del mismo por parte del presidente del Gobierno. Se controlarían los medios de comunicación y podrían ser intervenidos y clausurados si distribuían noticias que pudiesen provocar el pánico entre la población. Se anularían todos los permisos de los que disfrutasen los trabajadores de la Administración Federal y los miembros de las Fuerzas Armadas.

      La gente quedaría confinada en sus domicilios y únicamente las fuerzas de la Policía y la Guardia Nacional tendrían autorización para patrullar por las calles. Lo cierto es que, aunque los planes de emergencia estaban perfectamente estructurados, aún no se había recibido una información concreta relativa al tipo de desastre que podía afectar a los Estados Unidos. Esa falta de noticias ponía nervioso a Carber y provocaba en él una ansiedad que transmitía a sus más directos colaboradores.

      Carber dudaba acerca de la conveniencia de desplazarse a Europa ante aquella imprevisible situación. Todo podía quedarse en nada, pero resultaba ciertamente inconveniente que el director de la FEMA abandonase los Estados Unidos en ese preciso momento. Las directrices habían llegado directamente desde la Casa Blanca y no parecía que se tratase de un ejercicio de simulación; más bien parecía una puesta real en alerta máxima de todos los servicios de emergencia y de actuación rápida ante la posible ocurrencia de una eventualidad de dimensiones desconocidas; sin embargo, Carber sabía que no podía faltar a esa reunión, pues aquella tenía una relación directa con la situación que había llevado a su agencia a entrar en estado de prealerta.

      Perkins había reservado dos pasajes en un vuelo de United que debía salir del aeropuerto de Washington-Dulles a las 05:00 del día siguiente, con llegada a Ginebra a las 13:00. Reservó también dos habitaciones en el Hotel Métropole, lugar donde debía celebrarse la reunión. Su vuelta a los Estados Unidos estaba prevista a las 21:00 del día siguiente. Carber había organizado al mínimo detalle su ausencia y había dejado instrucciones expresas a su colaboradora en caso de que aquella situación de alerta derivase en un supuesto de verdadera emergencia nacional.

      Precisamente por esta razón, cuando Perkins le comunicó la hora del vuelo de United, Carber hizo rectificar a su ayudante; no podían depender de los caprichos de una compañía aérea comercial ni debía conocerse que el director de la FEMA iba a abandonar los Estados Unidos en aquel momento.

      —Perkins, necesito que cancele cualquier reserva de vuelo que haya realizado. He dado órdenes expresas de que dispongan un pequeño jet de la agencia para el desplazamiento a Europa. Los pilotos son de máxima confianza y emprenderemos el vuelo sin ruta programada, ruta que conocerán en el momento en que embarquemos. Dígale a Lynda que entre en mi despacho, tiene que acompañarme y necesitará tiempo para preparar su partida. Compruebe que los pilotos y el personal de tierra cumplen mis instrucciones, y procure que el vuelo esté dispuesto para salir de Washington esta noche a las nueve con destino Europa.

      —Así lo haré, director. Borraré cualquier rastro de la reserva y procederé según sus instrucciones.

      —Anne, tengo que pedirle un favor, un gran favor. Es mi mayor colaboradora dentro de la agencia y la única persona en la que confío. La voy a dejar al mando, cubrirá mi puesto y vigilará que todo siga en su sitio durante mi ausencia estas cuarenta y ocho horas. Debe mantenerme al tanto de cualquier hecho o circunstancia relevante y taparme como si yo estuviese dentro de la casa.

      —Señor, puede confiar en que así lo haré. Yo cubriré su ausencia y le mantendré informado de todo cuanto ocurra mientras se encuentre fuera de Washington.

      La mayor preocupación de Carber era dejar al frente de la agencia a su segundo, Nicholas Pope, un cargo político cercano al presidente que tenía una visión diferente de la FEMA y en el que no confiaba, dado que su presencia le había sido impuesta por el mismísimo Wilcox. Por ello, encomendó a Anne Perkins que cubriera su ausencia y se convirtiera en su prolongación en la agencia durante dos días.

      ANNE PERKINS

      Washington, 26 de octubre de 2020

      Anne Perkins salió de las instalaciones de la agencia sobre las ocho y media de la tarde. Había ultimado los preparativos del viaje del director a Europa y regresaba a casa por la avenida Pennsylvania. Andaba con una especial parsimonia y sentía cierto cosquilleo por el cuerpo. No en balde, Carber le había confiado la suerte de la agencia durante su ausencia. Aquella responsabilidad la hacía sentirse exultante a la vez que excitada; el reto no era menor.

      Vivía en un barrio residencial próximo al distrito gubernamental de la capital. Era propietaria de un pequeño apartamento de nueva construcción cerca de la zona donde se encontraba la almendra central de la ciudad. Se trataba de un cómodo y funcional inmueble situado en la avenida Sur Caroline, con unas vistas envidiables. Desde sus amplios ventanales podía observarse la avenida Pennsylvania, el cercano Parque Garfield y, al fondo, podía adivinarse la impresionante silueta del edificio del Capitolio.

      Perkins sentía un vértigo especial. Se veía a sí misma como aquella persona en la que acababan de depositar la mayor de las confianzas que nadie podía esperar. En ausencia del director, las instrucciones eran taxativas; ella, y solo ella, gestionaría los designios de la agencia y cubriría las espaldas de su jefe. Tenía órdenes expresas de mantenerle puntualmente informado de cuanto ocurriese en el país durante las horas que estuviese fuera de Washington. Carber le había confiado su suerte a aquella colaboradora, hasta tal punto que ni tan siquiera el todopoderoso Nick Pope podría hacerle sombra. Para ello habían sido alterados todos los protocolos de la agencia con la finalidad de que Perkins pudiese pasar por encima de la autoridad del subdirector de la FEMA. Esta situación se presentaba sin duda como una ocasión especial para que aquella leal funcionaria, que había crecido a la sombra de Carber, pudiese demostrar su auténtica valía.

      Aquella chiquilla de Wisconsin llegó a Washington siendo una niña, cuando su padre, un simple empleado del Servicio Estatal de Correos, fue destinado a la capital para ocupar un prometedor puesto como mando intermedio en el Servicio Postal del Estado.

      Ahora se encontraba ante el mayor reto de su vida. Si el director había depositado en ella toda su confianza, era cuestión de tiempo que la tuviese en consideración para asumir empresas de mayor envergadura dentro de la agencia. Quién sabía si entre ellas estaría su ascenso hasta la subdirección de la FEMA. Si Carber sabía jugar bien sus bazas con el presidente Wilcox, las posibilidades de Perkins se multiplicarían por diez. Por ello, no podía defraudar a su jefe ni dejar pasar de largo esta oportunidad.

      Anne había recibido instrucciones de convocar una reunión con sus más cercanos colaboradores a primera hora de la mañana del día siguiente, con la intención de ponerles al corriente de los acontecimientos que iban a tener lugar de forma inminente en los Estados Unidos. Carber le había entregado los protocolos para activar la declaración del estado de emergencia. Todo debía estar preparado para iniciar el proceso una vez que el director hubiese regresado a Washington en menos de cuarenta y ocho horas.

      El plan estaba trazado: a su vuelta a Washington, Carber declararía el estado de emergencia nacional con el apoyo del Jefe del Estado Mayor del Ejército y la complicidad de 68 senadores y 12 miembros del gabinete, aduciendo incapacidad manifiesta del presidente


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