Libérate. Valeria Vegas
la Burra, Juan Gallo y Carmen de Mairena, cuyas trayectorias apenas fueron recogidas con esmero por sus obituarios y semblanzas, debido a que la información que pulula por internet suele ser escasa y repetitiva. Quizás este libro sirva para dejar constancia en adelante de todo ello y se haga así justicia a todas esas carreras labradas a golpe de escenario. Porque la historia de nuestra cultura LGTBQ todavía se está escribiendo, y hay que empezar por ordenar lo que ya ocurrió, de manera precisa y fehaciente, otorgando a todos los referentes el lugar que merecen. Tener constancia de nuestro pasado nos permitirá asentar los cimientos de nuestro futuro. Libérate.
Valeria Vegas, octubre de 2020
Adela
Película estrenada en 1987 y dirigida por Carlos Balagué. Tiene el mérito de ser la primera película española protagonizada por una actriz trans. Hoy en día, que tanto se cuestiona a la industria por el hecho de que sean siempre intérpretes cisgénero los que encarnan la transexualidad en pantalla, se pasa irónicamente por alto este filme. Lo que ocurre siempre en España: se olvida pronto y se reconoce menos. Yani Forner fue la elegida, saliendo bien parada en su cometido; eso sí, tuvo que ser doblada, en parte porque se rodó sin sonido directo. El actor Fernando Guillén fue el otro protagonista y, además de dotar de veteranía al largometraje, le aportó un tirón más comercial.
El argumento gira en torno a un policía llamado Andrés que, tras llevar veinte años en el cuerpo, consigue ascender a comisario jefe. Su ascenso viene acompañado de multitud de frustraciones, entre ellas, la tristeza de haber perdido a dos de sus compañeros —fallecidos en misiones—, una rutina estresante y el hastío de la convivencia con una esposa a la que ya no ama. Su vacía existencia se revitaliza cuando llega a comisaría Adela, una mujer transexual detenida en ese instante y conocedora de los bajos fondos de la ciudad de Barcelona. Surge en él una inevitable pasión, por lo que comienza a seguir los pasos de Adela hasta provocar un encuentro. Convertidos en amantes, ambos urdirán un plan a espaldas de la policía para sacar beneficio a un alijo de droga. La vida de Andrés no volverá a ser la misma.
El 14 de julio de 1986, el diario La Vanguardia se hacía eco del rodaje y titulaba: «Fernando Guillén es un policía enamorado de un transexual en una película de Carlos Balagué». Dejando a un lado el incorrecto uso del determinante masculino, cabe destacar la declaración del célebre actor en torno a la relación que emprende su personaje: «Es la historia de un amor atípico, pero creo que estas cosas pueden ocurrir. Para mi personaje, un perdedor, casi un marginado, un transexual no es una especie de demonio. Se trata de la historia de una destrucción, una historia dura en la que se reflejan los aspectos más sórdidos de la labor policial». Hay que matizar que la Jefatura Superior de la Policía no quiso colaborar en la producción y se negó a facilitar el vestuario y los automóviles solicitados por los productores.
Yani Forner se encontraba trabajando en el cabaret Barcelona de Noche cuando Carlos Balagué la descubrió. Nacida en Málaga en 1960, comenzó a trabajar en distintas salas de fiestas en Málaga, Madrid y la Ciudad Condal, donde residió la mayor parte de su vida. Antes de protagonizar Adela, había participado en breves secuencias de La tercera luna (1984) y La rubia del bar (1986), esta última dirigida por Ventura Pons. Continuó desarrollando su carrera como vedete, sin más incursiones en el cine, hasta que falleció en 1993, con tan solo 32 años, a causa del sida.
Pese a estar ejecutado con dignidad, el personaje de Adela resulta sensual e incluso perverso pero nunca emotivo. Su constante vinculación con los bajos fondos no tendría por qué ser impedimento para mostrar sus temores o ensoñaciones y ahondar en la relación con su familia, sus compañeras de trabajo o sus ambiciones. Aun así, no se puede quitar mérito a la apuesta actoral de Balagué, así como al hecho de que la protagonista absoluta del cartel sea Forner. Conviene apuntar también la aparición del cómico transformista Pierrot en una secuencia en la que recrea su labor de maestro de ceremonias del Barcelona de Noche.
Como suele suceder con este tipo de películas, Adela no obtuvo gran reconocimiento, pese a críticas como la que publicó el periódico La Vanguardia el 12 de abril de 1987, dos días después de su estreno:
El talón de Aquiles del relato, sin embargo, reside en la omisión por parte del director —también guionista— de adentrarse en las zonas oscuras de su héroe, en las raíces de su «amour fou» por ese travesti fatal, que hemos de dar por simplemente supuesto cuando es, ni más ni menos, el mismísimo revés de la trama: si Adela fuese realmente una mujer, no puede decirse que esta película variaría en lo más mínimo. […] Con toda su modestia, hay en Adela mucho más cine del que suelen ofrecer muchas otras producciones nacionales de mayor pretensión y presupuesto: una virtud tradicional, por lo demás, en el thriller barcelonés del que esta película proporciona una aportación estimable.
La película fue distribuida en vídeo bajo el título de Corrupción policial, con un cartel distinto y sin referencia alguna al personaje de Adela, esperando así captar a todos aquellos espectadores que la habían rechazado en la pantalla grande.
La Agrado
«Me llaman La Agrado porque toda mi vida solo he pretendido hacerle la vida agradable a los demás». Así comienza el potente monólogo de uno de los personajes más queridos y reivindicados en la filmografía de Pedro Almodóvar. El director escribió el papel de una carismática prostituta transexual de gran corazón que cautivó al público y enseguida fue encumbrada como icono LGTBQ. Antonia San Juan fue la actriz que encarnó sublimemente a tan singular heroína callejera, en un papel que se disputaron muchas intérpretes.
He aquí su ya legendario monólogo, que resulta toda una oda a la autenticidad aunque la artificialidad esté de por medio:
¡Miren qué cuerpo! Todo hecho a medida. Rasgado de ojos, ochenta mil. Nariz, doscientas. Tiradas a la basura porque un año después me la pusieron así de otro palizón. Ya sé que me da mucha personalidad, pero si llego a saberlo no me la toco. Continúo. Tetas, dos, porque no soy ningún monstruo. Setenta cada una, pero estas las tengo ya superamortizás. Silicona en labio, frente, pómulo, cadera y culo. El litro cuesta unas cien mil, así que echar las cuentas porque yo ya la he perdío. Limadura de mandíbula, setenta y cinco mil; depilación definitiva al láser, porque la mujer también viene del mono, bueno, tanto o más que el hombre. Sesenta mil por sesión, depende de lo barbúa que una sea, lo normal es de dos a cuatro sesiones, pero si eres folclórica necesitas más, claro. Bueno, lo que les estaba diciendo, que cuesta mucho ser auténtica, señora. Y en estas cosas no hay que ser rácana, porque una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma.
En alguna ocasión, Almodóvar comentó que tan cómica secuencia está basada en una situación real que vivió la actriz argentina Lola Membrives y que, desde que supo la existencia de aquella historia, estaba deseando plasmarla en el cine. Así lo explicó el cineasta: «El sistema eléctrico del teatro donde actuaba falló a la hora de la función. Membrives, que no se arredraba ante nada, decidió ser ella misma la que, desde el escenario y alumbrándose con una vela encendida, diera la noticia al público. “Ya que están aquí, les pediría que se quedaran y prometo entretenerles contándoles la historia de mi vida”, dijo. Aquella tarde, doña Lola hizo la función de su vida».
Alaska
Cuando en este país a muchas artistas les caía de rebote el cuño de «diva gay» pese a carecer de implicación alguna y hasta denotar cierta lástima por los homosexuales, Alaska se encontraba en un posicionamiento real con conocimiento de causa. Quizás porque, como ella misma dijo muchas veces, no se sentía diva gay, sino que directamente el mundo gay era su mundo. Un mundo en el