Libérate. Valeria Vegas
llevaría a cabo unas cuantas canciones que alcanzarían el estatus de himno. La carrera de Alaska es sobradamente conocida, por lo que no necesita ninguna exhumación de datos. Pero, al igual que otras muchas artistas que se encuentran entre estas páginas, sin motivos de condición e identidad, sí es necesario y de justicia hacer un desglose de méritos por los que ha llegado a encumbrarse como icono LGTBQ. Porque méritos Alaska tiene unos cuantos.
Con una adolescencia marcada por el libro Gay Rock de Eduardo Haro Ibars, publicado en 1975, la artista parecía estar sobradamente preparada para encarnar a una de las primeras lesbianas del cine español —obviando aquellas películas creadas para explotar el morbo sexual, con su correspondiente clasificación S— bajo las órdenes de Pedro Almodóvar en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Haber interpretado con solo dieciséis años a Bom, una cantante punk acostumbrada a enamorarse de mujeres mucho mayores que ella, la ha acompañado durante innumerables entrevistas.
El tándem Canut-Berlanga, con sus letras refinadas repletas de referencias y humor inteligente, puso en boca de Alaska canciones que solo ella podría haber defendido con tanta veracidad. Ya como Dinarama, alcanzaron el éxito absoluto en ventas con el disco Deseo carnal, lanzando en 1985 un tercer single del propio álbum que lleva por título Un hombre de verdad. En definitiva, una canción compuesta por dos hombres donde la cantante se entrega, se anuncia, suplica y se arrastra para encontrar sin dudar un hombre de verdad. El mérito del mensaje es que la canción de marras se halle en su disco más comercial, logrando que chicas y chicos coreasen el tema, aunque algunos de estos últimos lo hiciesen con la boca pequeña. Una canción de la que el colectivo gay se adueñaría muy pronto, hasta el punto de ser elegida como himno del Orgullo de 1998. Mención aparte merece la portada del single, con dos hombres musculosos entregados cuerpo a cuerpo, emulando un relieve clásico en mármol que encaja perfectamente en lo que hoy denominamos homoerotismo. El siguiente álbum de Alaska y Dinarama, No es pecado, contenía la canción que se convertiría en el himno LGTBQ por excelencia: A quién le importa. Cualquier persona se adjudicaría el tema con semejante letra de autorreafirmación. Éxito asegurado en karaokes, bodas y demás celebraciones, es en la manifestación del Orgullo donde, desde hace más de dos décadas, cobra verdadero sentido.
En 1986, la cantante posa en lencería para la revista Interviú, cuya portada lleva como titular la frase: «He hecho el amor con una chica». Lo verdaderamente destacable no es el acto ni la confesión, sino cuándo estos tienen lugar. En esa época, Alaska se encontraba presentando el programa La bola de cristal, en Televisión Española, de forma que su posicionamiento sobre la bisexualidad se producía en un momento álgido de su carrera. Ese mismo momento en que otros muchos de la industria musical prefieren mirar hacia otro lado. En dicha entrevista, le preguntan si cree que la ambigüedad femenina es muy silenciosa, a lo que la artista responde:
Sí, es cierto y no es tan evidente. Pero la hay y no está tan extendida. El noventa y nueve por ciento de mis amistades masculinas son homosexuales. Conozco muchas menos mujeres que hombres y no sé de ninguna que sea homosexual, alguna habrá, pero no sé. Quizás sigue habiendo aquí el prototipo de lesbiana marcada, y la mujer guapa y moderna o no se decanta por ello o no lo dice. Yo descubrí la ambigüedad sexual por mis lecturas sobre los artistas y me fascinó. Yo quería ser chico para ser gay. Pero jamás encontré una mujer que fuera ambigua sexualmente.
Es entonces cuando le preguntan si ha tenido alguna experiencia homosexual, y ella contesta:
Sí, he estado una vez con una mujer y me ha ido muy bien. Quiero decir, que igual que me ha ido con los chicos. Nunca he tenido la relación de mi vida ni nada parecido. Una relación con una mujer es una relación de amistad, un conocimiento. Me gusta esa camaradería que se forma entre dos mujeres, dejarse la ropa, pintarse entre ellas, es una especie de homosexualidad tapada que tienen todas las mujeres.
Hoy en día es fácil encontrar artistas de veintitrés años que relaten su experiencia, pero en 1986 eso era impensable. Un año después, Alaska presentó el programa La tarde, labor que recaía cada semana en un personaje popular (pudiendo este crear su contenido) y decidió tener por invitada a Manolita Chen, quien poco antes se había convertido en la primera mujer trans española que pudo adoptar una niña, regalándonos una de sus mejores entrevistas.
Al comienzo de la década de los noventa, cuando la prensa se preguntaba a quién se había tatuado Alaska en el brazo, ignorando que se trataba de la mismísima Divine, ella empezó a regentar las discotecas Stella y Morocco; en esta última, celebraría anualmente la fiesta Help para recaudar fondos por el Día Internacional del Sida. Por aquel escenario pasarían artistas como Diabéticas Aceleradas, Psicosis Gonsales, Paco Clavel o Fabio McNamara.
En 1996, Alaska seleccionó algunos de los grandes éxitos de la música de baile en el disco Dancing Queen, del que fue madrina en las labores de promoción junto a Carmen Xtravaganza, Liz Boa, Amnesia, La Prohibida, Antoñita Glamour y La Plástika. Aquella recopilación, que fue noticia hasta en el telediario, sirvió para que Alaska concediese entrevistas que no tenían desperdicio. Ya por aquel entonces, habló sobre pequeñas cuestiones que se encontraban a años luz de como las concebimos hoy, como cuando le preguntaron qué era eso de las drag queens:
Una drag queen es un chico que se viste de chica con mucho glamour. Luego resulta que no es lo mismo travesti que travestido o transexual ni drag queen. Esto es algo festivo, una celebración. […] Para mí la cuestión sexual no es tan importante, es decir, no es tan importante que sea un chico. Yo soy muy drag, y soy mujer.
Su empeño en la visibilidad se reiteraba en una entrevista en El País Semanal:
—Afirma usted que la música de baile influye en su manera de entender el sexo, ¿cómo es eso?
No influye en el acto sexual en sí, pero sí en mi postura sexual ante la vida. Cuando yo tenía doce años, quería ser David Bowie. Tenía un problema de identidad muy grande. En el ambiente en que yo me muevo, la gente está más abierta y es más permisiva con estas cosas, no solo en el terreno sexual. Y resulta que en el ambiente gay se oye mucho este tipo de música. Yo tengo una cultura gay.
—¿El mundo de las drag queens, las plataformas y los travestidos es frívolo?
Sí. Pero hay de todo. Para muchas solo hay dos salidas: artista o prostituta. No se les ofrecen otras alternativas. Los gais han conseguido ya muchas cosas y la revolución pendiente ahora es la liberación de los travestidos, que consigan puestos de trabajo dignos.
—¿Qué cualidad aprecia más de un hombre?
Que sea lo bastante hombre como para dejar que aflore su lado femenino.
En 1996, la artista se sube a la primera carroza de la primera manifestación del Orgullo LGTBQ de la capital, promovida por Shangay, a la que asistieron menos de trescientas personas. Por muy modernos que parezcan en la lejanía los noventa, todavía no había llegado el momento de que las celebrities se sumaran a la causa. A partir de entonces, la presencia de la artista en el Orgullo se vuelve constante. Espectadora confesa de los shows de transformismo desde que en su adolescencia acudiese a Centauros, mítico local del Madrid de la Transición, su vinculación con la causa travesti se acrecentó en 1997, cuando, ya con Fangoria, organizó la gira Xpandelia, en la que La Prohibida, La Plástika y La Baker ejercían de gogós, recorriendo una España todavía reticente a la tolerancia.
Siempre dispuesta a romper los roles de género, en 1999 Alaska declaró en la revista Zero: «Estoy a favor del hombre sin pantalones. No es que la mujer haya ganado algo poniéndose pantalones, es que el hombre ha salido perdiendo al no ponerse faldas». En el año 2000, le preguntaron en el diario ABC acerca de las causas que más la conmovían, y la artista no dudó en responder:
Me da mucho pudor asistir a determinados actos reivindicativos donde se puede confundir la buena voluntad con el afán de promoción. Me tocan la fibra especialmente los asuntos relacionados con los derechos de los homosexuales y los transexuales, quizá porque los de los demás sensibilizan a un número mayor de la población y están,