Libérate. Valeria Vegas
del Teatro Victoria junto a la cupletista Lilián de Celis, en el espectáculo Ídolos del Paralelo. Cabe destacar el siguiente fragmento de la crítica de La Vanguardia con motivo de su estreno:
Amaya es, dentro de su arte, una figura única. Cantante de privilegiada voz y un exquisito arte, humorista, narrador de cuentos divertidos y hombre sorprendente, que gusta de presentarse vestido y enjoyado como una mujer. Tiene especial predilección por los brillantes y las esmeraldas, por las pieles de visón, por los adornos extremados y fastuosos. Pero estas curiosas singularidades no empañan su calidad de cantante de poderosa voz y delicado estilo, con lo que provoca en sus adictos, que son todos, tempestades de aplausos. Su reaparición en el escenario del Victoria, tras nueve años de no haber pisado un escenario teatral, fue una verdadera y jubilosa fiesta.
La década de los ochenta es quizás la más difusa de su carrera y la menos reivindicada, pese a que continuó trabajando intermitentemente. En su Barcelona de adopción, actuó en la sala Ciro’s, presentado como atracción estelar en 1983 dentro del show Magic Cabaret; y en 1985 en el Teatro Apolo, donde compartió escenario con Salomé y Rafael Conde «El Titi» en el espectáculo Tal… para cual. Hacia finales de la década actuaría en las salas de fiestas Babel y Bandolero, que alternó con otras muchas de Valencia y Zaragoza. Los noventa le trajeron esporádicas apariciones en televisión, en programas como 3x4, El salero, Las coplas, Pasa la vida o Qué pasó con…, hasta desaparecer injustamente de los medios.
Sus últimos años los pasó en una residencia de Sitges. En 2010, el artista Pierrot publicó un libro a modo de memorias en el que relataba la vida y triunfos de Antonio, quien fallecería en 2012, sin repercusión alguna pero dejando un ahijado artístico: Adrián Amaya. Aunque el tiempo no lo trató bien, Antonio Amaya imprimió su huella en la época, brindando, siempre al son de una portentosa voz, inequívocos guiños como alarde de su homosexualidad.
A quién le importa
Canción compuesta por Carlos Berlanga y Nacho Canut en 1986, convertida con el paso del tiempo en el himno por excelencia del movimiento LGTBQ en España. Para conocer mejor su historia, me permito autorreferenciarme y dejo a continuación el artículo que escribí en 2016 para el portal de Vanity Fair, con el título de «A quién le importa, 30 años después. Así se gestó un clásico»:
Carlos Berlanga se encontraba de vacaciones en Grecia cuando se dispuso a escribir la letra de A quién le importa. Una vez terminada, añadió en su bloc de notas: «Éxito seguro». Abandonó la isla de Miconos y regresó a Madrid para reunirse con Nacho Canut y así ultimar con este la letra y componer juntos la melodía. No se estaba gestando un hit cualquiera, sino un himno que tomaría fuerza año tras año y de forma imparable: «Jamás imaginamos que se iba a convertir en un himno», cuenta Nacho Canut. «Creíamos que estábamos haciendo una canción al estilo de Sinitta, el High Energy o el I Am What I Am de Gloria Gaynor. Nunca me he propuesto componer un himno y creo que eso además lo decide el público, no el compositor. Son cosas que no se pueden forzar». Alaska se encontraba en aquel momento presentando La bola de cristal, el programa que simpatizó por igual con niños, punks, padres de familia y fans de Los Pegamoides. No es pecado, el álbum de 1986 que contenía A quién le importa, iba a romper con su imagen de bruja televisiva. La cantante rasuró su sien, maquilló sus párpados en tonos metalizados, mantuvo sus largas uñas y se calzó unas plataformas que combinaban a la perfección con sus chaquetas plateadas. Era el look ideal (e insólito) para dar voz y realismo a la canción que se traían entre manos. Ella misma declaró que su madre se había llevado un disgusto con aquel cambio de imagen.
A quién le importa solo podía tener sentido en boca de Alaska, ¿habría acaso resultado creíble aquella estrofa de «qué más me da, si soy distinta a ellos, no soy de nadie, no tengo dueño» en la voz de Ana Torroja, Marta Sánchez o Ana Belén? La cantante mexicana era vista por los medios y el gran público como una exótica contradicción: su aspecto entre punk y cyber resultaba agresivo para gran parte de la población, que a la vez la encontraba culta, agradable y educada cada vez que hablaba en televisión.
«Es de ese tipo de canciones de reafirmación personal que se puede emparejar con el It’s A Sin de los Pet Shop Boys o el Digan lo que digan de Raphael», puntualiza Nacho Canut. La canción se convirtió en un gran éxito comercial y la doble intención de su letra no pasó desapercibida para el colectivo gay, ávido de una canción que representara su lucha. Aunque lo cierto es que la letra daba pie a que cada cual se la aplicase a su manera, tal y como ocurrió poco después con Los Panteras Grises, extinto partido político de los jubilados, pensionistas y viudas que pidió utilizar el pegadizo tema como himno de campaña. A eso habría que añadir que desde entonces no hay verbena, orquesta o boda en la que no suene la canción, además de haberse convertido en un clásico del karaoke, donde cada cual la entona con su motivo —y desgarro— personal.
Alaska rompía todos los arquetipos de la clásica diva gay. «El público es muy dado a adjetivar, pero suele tener razón. A mí me gustan las divas que lo son sin proponérselo, ya que algunas veces es algo muy pensado para vender algo a una parte concreta del público», señala Nacho con respecto a ese sector de cantantes en el que algunas caminan hacia el oportunismo comercial y otras lo llevan con total naturalidad.
Alaska y Dinarama volvió a obtener un disco de oro, reconocimiento que ya había logrado anteriormente con Deseo carnal. El triunfo se tradujo en la publicación del LP en México, donde la portada del disco suscitó cierta polémica. Todavía hoy resulta impactante la imagen de Alaska portando una motosierra, lencería y su lasciva pose con la lengua fuera, por lo que no es de extrañar que algunos padres compraran a regañadientes aquel disco que los hijos suplicaban.
Al igual que ocurre con la archiconocida I Will Survive, la canción ha tenido múltiples versiones que vienen a confirmar que nos encontramos ante un standard. En opinión de Nacho, «la versión de Bebe a modo de tango me parece preciosa, y el dúo que hicieron Raphael y Rita Pavone también me gusta bastante». Pero ha habido de todos los estilos, desde a modo de rumba por cortesía de Los Sobraos, pasando por las Baccara, la mediática Yurena, las sevillanas de Raya Real o incluso un ex de Carmina Ordóñez. Aunque, de todas ellas, la que tuvo mayor proyección comercial fue la que realizó Thalía en el año 2002, con un videoclip repleto de intenciones al que hay que aplaudir la presencia de Amanda Lepore. Aun así, Nacho Canut confiesa que le hubiese gustado escuchar la canción en boca de Sara Montiel o Lola Flores, o convertida en rumba por parte de Dolores Vargas «La Terremoto».
«Cuando hicimos Fangoria decidimos no tocar ninguna canción que perteneciese al repertorio pasado, y A quién le importa solo la tocábamos el día del Orgullo. No era solo por hartazgo, sino más bien un plan para no convertirnos en un grupo nostálgico ochentero. Ahora ya con el suficiente paso del tiempo la hemos vuelto a tocar». A diferencia de temas como Bailando, Ni tú ni nadie o Cómo pudiste hacerme esto a mí, que no volvieron a colarse en su set list habitual, a A quién le importa le concedieron ese día concreto del año, entendiendo que de forma espontánea y natural se había convertido en un himno desde el primer momento en que tan solo se congregaban cien personas.
En 2015, Spotify elaboró una amplia lista para la semana del Orgullo. A quién le importa era la canción con mayor número de reproducciones, por encima de Katy Perry, Madonna, ABBA y Lady Gaga. La conclusión más certera sería que nunca debemos subestimar un buen himno por más que pasen treinta años. Y que, diga lo que diga la letra de una canción, todos seremos capaces de autoconvencernos de que está hablando de nosotros mismos.
Barcelona de Noche
Fue el local de transformismo más emblemático