Libérate. Valeria Vegas
Marc Almond dedicó en 1986 una canción a Anarcoma, titulada con su mismo nombre de guerra, cuya letra dice así:
Un tacón rasca la acera
dejando una mecha roja de pintura.
Sale el sudor cubriendo los marineros.
Para ellos es una santa.
Tatuaje sobre el músculo
que dice: Enamorada eternamente, yo.
Los cogerá y los romperá.
Oh, venga, abrázame hasta que me muera.
Anarcoma, Anarcoma, Anarcoma.
Hay una escalera en sus medias
por la que podemos subir hasta las estrellas,
ponernos en una fila de Borsalinos.
Cómo te asomas por encima de la barra.
Tatuaje sobre el músculo
que dice: Cuidado, pórtate bien, sé mío.
Los comerá al desayuno
uno por uno.
Angie Von Pritt
Angie nació en Castellón, en diciembre de 1953. Saltó a las páginas de la prensa en el año 1977 debido a su parecido con la actriz Bárbara Rey, que por entonces se encontraba en su máximo apogeo como sex symbol de la Transición. Revistas como Lecturas, Garbo o Diez Minutos jugaban al impacto de presentar a una mujer trans como doble de una de las mujeres más deseadas del momento. Y Angie, astuta, sacaba tajada de ello.
Comenzó su andadura en el teatro a principios de los años setenta, con la obra Charly, no te vayas a Sodoma, de la que formaba parte del elenco secundario. Es poco después, y tras trabajar como camarero en algunos locales de ambiente, cuando empieza su transición y se erige como Angie, teniendo claro que su destino es el espectáculo. En una de sus entrevistas de la época, relata que pasó por un traumático servicio militar, en el que solo duró quince días y tuvieron que cortarle el pelo. A raíz de tal suceso, comenzó a teñírselo de rubio y a dejarlo crecer, sin imaginar que así se asemejaría a la vedete de moda. En un reportaje realizado para Diez Minutos en abril de 1977, Angie aclaraba la cuestión del parecido:
Yo no la elegí. Ya hace tres años que ando con esto de los travestis. Por aquel entonces, Bárbara estaba todavía en Murcia y no era lo que es hoy. Un día me teñí de rubia y al cabo del tiempo, cuando Bárbara era ya conocida, la gente me empezó a confundir; porque, aparte del pelo, tenemos un tipo muy parecido. Bueno, yo me aproveché un poco de todo esto. La gente no me cree cuando digo en según qué lugar que no soy Bárbara.
Desde sus inicios, revistas de corte erótico como Lib, Party y Papillón también reclamaron su presencia. Ese mismo 1977, Angie se enrola en la compañía Incógnito, con la que estrena el espectáculo New Crazy Horse Gay, en el que sobresale como cabeza de cartel junto a Pierrot, que lleva a cabo su habitual labor de maestro de ceremonias. La compañía recorre lugares como la sala Rialto de Barcelona o el Morocco de Madrid. Tras un año de gira, y anunciándose ella como «la doble de Bárbara Rey», Incógnito se disuelve y Angie pasa a trabajar en cabarets varios. En 1980, es contratada por la compañía de revistas de la mítica vedete Addy Ventura para actuar en su espectáculo del Teatro Apolo de Barcelona con la obra de revistas Una rubia de escándalo, donde comparte cartel como estrella invitada con Moncho Ferrer y Javier de Campos.
En 1983, al no tener trabajo en la capital catalana, Angie se instala en Sevilla para actuar en la sala Music Hall Vista Alegre, con el espectáculo Voilà Sevilla. En esta ciudad continuaría su periplo por otros cabarets como Prisma o Sevilla en la Noche. Entonces participa en un reportaje documental del programa El dominical de Televisión Española, emitido el 5 de febrero de 1984, que llevaba por título Noche de travestis (posteriormente se llamaría Violeta, ni rosa ni azul). En la capital andaluza seguirá trabajando en locales de café-teatro como Tercer tiempo, presentando el show Varietes 86 y compaginando el cabaret con la prostitución; mientras, su salud se agravaría paulatinamente debido a su adicción a la heroína. Falleció poco después, víctima del sida, aunque el año registrado varía entre 1987 y 1992. Lo cierto es que su trágico final fue reflejo del de otras muchas compañeras que tuvieron que afrontar sin recursos la llegada de un tiempo donde los trabajos en salas de fiestas comenzaban a escasear y la cuantía económica de sus contratos, a descender.
Antonio Amaya
Antonio Amaya forma junto a Pedrito Rico y Rafael Conde «El Titi» la santísima trinidad de cancioneros que durante el franquismo hicieron gala de prendas coloridas, ademanes y, obviamente, una voz portentosa. Miguel de Molina se erige como el estandarte absoluto, previo y quizás más popular, que con su exilio abrió el camino a otros hombres entregados a la canción española como la mejor de las folclóricas.
Amaya nació en Granada en 1924 y sintió desde muy pronto su vocación artística, pese al rechazo y la negativa de su padre. Cuando este fallece, Amaya decide probar suerte en Madrid, adonde viaja en tren escondido bajo un asiento, al no tener ni tan siquiera dinero para el billete. Al poco tiempo, comienza su periplo artístico como chico de conjunto, y logra ser uno de los dos boys de la compañía de revistas de la célebre vedete Celia Gámez. En 1947, ya instalado en Barcelona (donde obtendría sus mayores éxitos), graba su primer EP en un disco de pizarra. Ese mismo año, finalizaba su espectáculo Bronce y oro, que daría paso a múltiples homenajes en la Ciudad Condal y a nuevos contratos.
Doce cascabeles, pasodoble publicado en 1952, supuso el mayor de sus éxitos musicales, aunque después se adjudicaría tal canción a Joselito, niño prodigio del cine español. A mediados de los cincuenta, Amaya se convierte en uno de los reyes del Paralelo barcelonés, actuando junto al actor cómico Alady y las actrices Mary Santpere y Carmen de Lirio. Dicha etapa, de máximo esplendor, se prolongaría hasta 1968. Asimismo, el cantante actuaría en los teatros Lope de Vega de Madrid y Ruzafa de Valencia, con espectáculos como Pim, pam, fuego y Trío de ases. También en Argentina y otros países de América Latina cosechó sucesivos éxitos.
El estilismo de Antonio Amaya fue evolucionando con el paso del tiempo de un modo insólito para la época. Si bien en sus comienzos su imagen era la de un joven apuesto y de aire andaluz, lo que le valió el apodo de El Gitanillo de Bronce, paulatinamente fue añadiendo chaquetas sofisticadas y recargadas, en un alarde de glamour que no siempre resultaba entendido. En pleno tardofranquismo, incorporó anillos en las manos, rímel en las pestañas, colgantes de oro y pelucas masculinas que le proporcionaban un aspecto ambiguo que era toda una declaración de intenciones. El sumun de todo aquello, a modo de triple salto mortal, se dio junto a su amigo Rafael Conde «El Titi» cuando ambos recorrieron el país con los espectáculos Cara a cara y Frente a frente, en los que simulaban rivalizar y emulaban a su manera las peleas en broma de Juanito Valderrama y Dolores Abril. Brotaron así indirectas, alardes y divismos a ritmo de canción española, en teatros como el Ruzafa de Valencia o la mítica sala Oasis de Zaragoza.
Siempre con buen ojo para los negocios, Amaya se instaló en Sitges, paraíso del mariconeo, y regentó durante varios lustros el local Chez Antonio, que viviría su esplendor en los setenta. En 1974, un año antes de la muerte de Franco, grabaría el que sería su último éxito musical, Mi vida privada, versionado posteriormente por un sinfín de transformistas y compañeros del gremio. En 1977, año en el que actúa en la sala Mario’s, posa desnudo para la revista Papillón, algo que ya había hecho con anterioridad el actor Vicente Parra; claro que el cantante se anunció como «el culo más sexy de España». Un año después repetiría la jugada en la revista Party, de marcada línea editorial gay, posando con su look excesivo y dejando unos cuantos titulares con mala leche que no tienen desperdicio. Es la misma época en la que se presenta