Y el mundo gira. Nathan Bouda

Y el mundo gira - Nathan Bouda


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llegar.

      ―¡Uy! ¿Les avisaste a los chicos?

      ―No, no los quiero preocupar Si ves a Carla decile que me fui.

***

      La que iba a ser la mejor fiesta no lo fue, no para mí.

      Eran cerca de las dos de la mañana y ya estaba en casa. Una noche más que me tocaba estar solo, mamá tenía guardia en el hospital. No es que me molestara la soledad, al contrario, siempre fui de disfrutar de estar encerrado, leyendo algún libro o simplemente recostado, escuchando música; solo que esa noche no esperaba eso. Deseaba disfrutar de la fiesta y, tal vez, regresar a casa junto a Mateo, extasiados de felicidad. ¡Pero no! Al parecer mi mejor amigo tenía otros planes.

      Decidí ir a la cocina por algo de comer y me encontré con una nota sobre la mesa con la letra de mamá: «Chicos, hay tarta en la heladera. Disfrútenla».

      Ella también había asumido que vendríamos juntos a casa, por lo general era así. Mateo me acompañaba, sobre todo cuando salíamos de noche.

      ¡Pero no! Mateo estaba muy ocupado, tanto que ni se había dado cuenta de que me había ido de la fiesta. No había recibido ningún mensaje suyo.

      Tomé una porción de tarta y comencé a comerla mientras revisaba las fotos y vídeos que mis amigos compartían en sus redes sociales. Las tartas de mamá eran riquísimas, aunque la noche hizo que esa me supiera amarga. Estuve a punto de arrepentirme por haberme ido cuando vi que Mateo seguía divirtiéndose. Realmente no había notado que yo no estaba.

      Bloqueé mi teléfono y subí a mi cuarto. Antes de darme cuenta estaba dormido.

***

      Me despertó una notificación.

      Miré mi teléfono, había pasado poco más de una hora, tenía un audio de Mateo. Noté por su voz que no estaba del todo bien. Me preguntaba por qué me había ido y decía que venía a casa.

      Al rato lo estaba ayudando a subir las escaleras hacia mi pieza. Seguía enojado, pero más allá de todo, él siempre podría contar conmigo.

      Mateo decidió darse un baño, necesitaba despabilarse. Entró apestando a alcohol y humo de cigarrillo, y salió perfumado con su colonia favorita. Siempre dejaba un frasco en mi baño para cuando se quedaba a dormir, aunque sí tuve que prestarle ropa limpia. Sin decir nada, se tiró en mi cama.

      Me incomodaba un poco, no porque estuviese allí conmigo, sino porque se comportaba como si nada hubiera pasado, como si de verdad no le importara lo que había hecho.

      Encendí la computadora, podría distraerme jugando un rato.

      Él me hablaba de la fiesta, yo le respondía con monosílabos. Y seguimos así hasta que me preguntó qué me pasaba. Solo logró que termináramos peleando.

      Me molestaba tener que comportarme de esa manera para que se diera cuenta de que algo no andaba bien. Creía que nuestro vínculo era tal que podíamos saber qué le sucedía al otro con solo mirarlo.

      Discutimos, le reproché que estuviera divirtiéndose mientras todos cumplíamos con nuestras tareas, que me dejara colgado por una chica en la fiesta que era tan importante para ambos. Entonces él me hizo esa pregunta que terminó de sacarme de las casillas y le dije que se fuera.

      Mateo se marchó, era lo mejor. No era necesario que se quedara y yo no deseaba que estuviera conmigo. No así.

      Quería dormir, que esa noche terminara y despertar como si nada hubiera pasado. Sobre mi cama estaba su remera, no era la primera vez que se olvidaba algo, la tomé y la apreté con fuerza, con enojo y con tristeza, por cómo había terminado todo. Lancé la remera hacia un costado y me tiré en la cama.

***

      Entre sueños escuchaba el insistente sonido de mi teléfono, hasta que logró despertarme. El brillo de la pantalla me encandiló. Tenía muchas llamadas perdidas, eran pasadas las cinco de la madrugada... El teléfono volvió a vibrar ¿Otra llamada?

      Atendí sin siquiera ver de quién se trataba. Del otro lado una voz desesperada me apuñaló con una notica. Por un instante creí que seguía durmiendo, seguro que solo se trataba de una pesadilla.

      Silencio. Tras cortar la llamada, todo quedó en silencio.

      PARÁLISIS

      Permanecí inmóvil. Sujeté las sábanas y olí el perfume que había dejado Mateo. El teléfono sonó una vez más y en un impulso lo lancé hacia la pared.

      Comencé a caminar de un lado a otro. Las palabras de la llamada retumbaban en mi cabeza. Algo dentro de mí bramaba por escapar con violencia.

      Cerré la puerta con llave y un grito embistió a través de mi garganta. Fue tan desgarrador que creí que las paredes se romperían. Mi cuerpo se llenó de ira, desde mis pies subió hasta mi pecho y terminó en mis ojos que ardían con las lágrimas.

      Mis pies ya no me sostuvieron y caí al suelo de rodillas.

      Deslicé mi cuerpo hasta apoyarme contra la pared. Estaba fría, aunque no lo suficiente para apagar el fuego que me quemaba. Las lágrimas se escabullían por mis dedos y caían sobre la alfombra. Al final, quedó solo un llanto silencioso, dentro de un cuarto vacío y oscuro.

      Acurrucado en el suelo, me abracé a mí mismo. La garganta me ardía, estaba tan seca que poco a poco me quedaba sin aire. Mis extremidades dejaron de responder, todo mi cuerpo estaba tieso.

      Cerré los ojos y comencé a contar números en mi mente, intentando calmarme.

      Inhalaba y exhalaba.

      Uno, dos, tres…

      No lo lograba, era peor que cualquier pesadilla. Jamás había sentido algo como esto.

      La sangre martilleaba en mi cabeza. La habitación parecía achicarse, como si las paredes quisieran aplastarme. Me asfixiaba.

      Mi corazón golpeaba con tanta furia que creí que huiría de mi cuerpo, que se desgarraría completamente. Mis manos sudaban y un hormigueo recorría mis piernas y brazos. Quería arrancarme el cuello, el ardor era una tortura.

      Agonicé así hasta que todo se detuvo.

      Paz. Una súbita paz tomó el control.

      Estaba paralizado.

      Ese fue el último recuerdo antes de desvanecerme.

      DOLOR

      Un ataque de pánico, ni más ni menos. Luego de recuperarme un poco, oí el teléfono. Todavía no podía abrir los ojos ni respondía mi cuerpo.

      Me quedé tirado en el suelo, deseando que ese pedazo de alfombra me tome con fuerza y jamás me suelte. No había nada fuera de aquellas paredes que me diera motivos para seguir. No en aquel momento, no luego de esa llamada.

      Permanecería en el suelo, llorando y rompiéndome de a poco. No volvería a levantarme.

      El celular seguía sonando. Tendría que haberlo estrellado con más fuerza.

      Una vez más, el cuarto atestiguó mis emociones. Antes de que me desmayara, las paredes parecían devorarme; ahora se habían transformado en un refugio. Nada de afuera podría lastimarme, no más. Era una burbuja que resguardaba la esperanza de que todo fuera mentira, una pesadilla tal vez, de que nada le había pasado. Mateo estaba bien, en mi cuarto él siempre estaría seguro.

      Alguien tocó la puerta. Eran golpes suaves, acompañados de una congoja sutil que se unió a la mía.

      No quería salir, el dolor debía quedar encerrado.

      Tal vez fuese egoísta, no deseaba compartir lo que sentía


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