Y el mundo gira. Nathan Bouda
ojos, sabía que aquel momento era especial. Le daba mucha gracia verme en ese estado. Por un instante creí que iba a decirle todo lo que sentía, ni en ese estado tuve el valor suficiente.
Sonrisa vergonzosa: Mientras él se la pasaba haciendo monadas y ridiculeces, yo siempre fui más introvertido, no me gusta llamar la atención.
Una tarde habíamos ido de paseo por el centro de la ciudad. Caminábamos por Florida, estaba repleto de turistas, y él estaba sorprendido por como los artistas de la calle ganaban dinero haciendo lo que sabían. Había pintores, comediantes, cantantes y hasta parejas bailando tango.
―Tenemos que hacer algo ―me dijo.
―¿Para qué?
―Para ganar un poco de plata. ¿Qué sabemos hacer?
―Conmigo no cuentes. ―Ya sabía que algo súper vergonzoso se venía en camino―. Además, yo no sé hacer nada...
―Yo sí ―aseguró y se paró en medio de la peatonal―. ¡Damas y caballeros! En esta ocasión les presento una muestra de mis mejores pasos de baile...
Terminada su presentación, y ya con la atención de varios peatones, comenzó a hacer gala de sus movimientos de baile aprendidos en Fortnite, su videojuego favorito. La gente a su alrededor se reía, algunos lo alentaban y otros lo filmaban con sus teléfonos. En cuanto a mí, solo observaba a unos pasos de distancia y con esa sonrisa, la de vergüenza.
La presentación no duró más que unos minutos y al terminar lo aplaudieron. Mateo demostró gratitud inclinándose y luego tomó su gorra y la pasó ante su público.
―Lo que cuenta es la intención ―dijo agitado al acercarse a mí―. ¿Qué tal estuve?
―Bien, creo que bien. Diría que estuviste... sublime. No lo sé, quizás deberías dedicarte al baile ―respondí con seriedad fingida.
―Seguro que sí. ―Se rio y me dio un golpecito en el hombro―. ¿A ver cuánto juntamos? ―A pesar de que yo no había hecho nada, él consideraba que el dinero era nuestro. Siempre era así, me tenía presente en cada momento―. Solo dos billetes y unas cuantas monedas.
―Ya lo dijiste, lo que cuenta es la intención ―repetí mientras le daba palmadas en el hombro.
―Por suerte tenemos lo que me dio mamá esta mañana. ―Sacó del bolsillo de su pantalón más billetes―. Andá pensando qué gustos de helado vas a querer.
Su espontaneidad era lo que más amaba. Siempre tenía la capacidad de sorprenderme día a día. Yo valoraba mucho que compartiera tanto conmigo. Su mamá se esforzaba mucho trabajando y el dinero no les abundaba, aun así, siempre tenía esos lindos gestos conmigo.
Sonrisa tierna: La que más aparecía. Solo con estar a su lado bastaba para que una de estas sonrisas apareciera. La tenía cuándo venía a verme, cuando lo observaba a la distancia, cuando me enviaba un simple mensaje o incluso cuando pensaba en él. Alguna que otra vez me descubrió observándolo con esa sonrisa. Nunca dijo nada, él sólo me sonreía de vuelta o me hacía alguna mueca.
Sonrisa triste: Estas no son fáciles. Las hago cuando me pasa algo malo, pero no quiero que nadie se aflija por mí. De todas maneras, él solía notarlo, como cuando mis papás habían tomado la decisión de separarse definitivamente.
Estábamos en la escuela, en nuestro primer año de secundaria. Si bien no íbamos al mismo curso, compartíamos el recreo. Él se acercó a mí y me preguntó cómo me encontraba, al parecer algo sospechaba. Yo le respondí que estaba bien junto a una de estas sonrisas. Él puso su mano en mi hombro, me dio unas palmadas y luego me abrazó.
Nos quedamos en silencio por un momento, y eso que era difícil que Mateo se quedara callado por mucho tiempo. Luego, comenzó a divagar sobre una leyenda del sótano que estaba justo debajo de las escaleras donde estábamos sentados. Buscaba hacerme reír un poco.
La sonrisa triste siempre la uso para disimular mi estado de ánimo. La última vez que la usé fue frente suyo, la noche de la fiesta en casa de Javier, cuando lo encontré en el baño.
―¡Lean!, ¿No te enseñaron a tocar? ―dijo entre risas, la chica se apartó de él apenas entré―. Tranquila es mi mejor amigo ―dijo tomando a la chica de la cintura y acercándola nuevamente hacia él.
―Perdón, mala mía ―dije con una sonrisa triste, mientras todo dentro de mí parecía marchitarse. Mi corazón se partía y creí que no podía sentir más dolor. ¡Qué equivocado estaba!
En aquel momento no tuve el beso que soñaba, solo una sonrisa triste que escondía el dolor de que no fueran mis labios los que él besara.
En estos días me han hablado mucho de las formas de superar su ausencia. Realmente no creo que alguna funcione. Solo debería dejar de pensar en esto, sería lo mejor.
Tal vez pueda olvidar todas las formas de sonreír que me provocaba, excepto una, esa que prefiero guardar solo para mí.
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