Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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      Progeniem

      María Cuesta Martín

      Colección

      ALBORES

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      © Del texto: María Cuesta Martín

      © De esta edición: Editorial Sargantana 2020

      Email: [email protected]

      www.editorialsargantana.com

      Primera edición: Febrero, 2020

      Impreso en España

      Los papeles que usamos son ecológicos, libres de cloro y proceden de bosques gestionados de manera eficiente.

      ISBN: 978-84-17731-78-6

      Dedicado a todos los que al abrir un libro

      sienten que vuelven a casa

      Quizá el demonio lo creó, pensó ella, y lo dotó de esa belleza para castigar a los mortales.

      —Ella desordenó el caos.

      —¿Cómo se puede hacer eso?

      —Bueno, ella sonrió y mis sentimientos se asustaron de pensar que, si no se ordenaban, no dejarían que mi corazón se desbocase.

      Primera parte

      Los orígenes

      Clara, no te cortes. Clara, no llores. Clara, por favor, sonríe.

      La historia de Emma, una chica que de corriente tiene poco, una chica cuya hermana no quiere vivir. Algunos lo llaman depresión, pero esto va mucho más allá de eso, mucho más allá de cualquier cosa.

      Emma descubrirá lo que son los progeniem, descubrirá que, después de todo, nada es lo que parece, y desafiará a lo que haga falta con tal de salvar a su hermana.

      Pero, a veces, darlo todo no es suficiente.

      Si tienes ganas de enamorarte de Derek, o de reírte con Luis y Carlos; quizás, incluso, quieras encontrar una amiga en Ana; si quieres comprender de qué narices estoy hablando, te reto a que sigas leyendo.

      Pero no te preocupes. Nadie te acusará de cobarde por cerrarlo y seguir con tu vida.

      Prólogo

      Las frías calles del barrio de Emma lucían un aspecto más sombrío que nunca. El año escolar empezaba en unas cuantas horas y, como no podía ser de otra forma, los niños dormían acurrucados en sus camas, ansiosos por ver a sus compañeros, por empezar de nuevo con las clases.

      Estaba todo tan desierto que si a alguien se le hubiera ocurrido asomar la cabeza por la ventana, habría podido observar a la mujer que se apoyaba sobre la farola de la esquina que conectaba con la calle principal. Sin embargo, nadie lo hizo. La mujer lucía una expresión cansada, con varias arrugas surcándole el rostro, en especial en los ojos; unos ojos muy negros, casi inhumanos, que observaban todo con un controlado interés, mirando cada dos minutos el reloj. Si no hubiera sido porque eran las tres de la mañana, cualquiera hubiera encontrado normal que estuviera esperando allí a alguien, aunque viendo la hora, se podrían levantar sospechas.

      Sin embargo, la mujer tenía muy claro lo que esperaba: lo que parecía un reloj era, en realidad, un rastreador, y de lo más avanzado. Caminó con paso firme por la carretera, sin molestarse en mirar si venía algún coche. Solo le importaba notar alguna variación, por mínima que fuera, pero nada, y por primera vez se permitió lucir una expresión desdeñosa y desesperada. Llevaba dos semanas buscando a la chica sin ningún éxito; se había esperanzado con la idea de que estuviese de vacaciones y que, con solo esperar a que llegara el año escolar, la encontraría como quien se encuentra con un viejo amigo o tropieza con cinco euros de pura suerte.

      —No la detectará el rastreador.

      Ni siquiera se sobresaltó al oír aquella voz tan grave y gutural. Una voz capaz de asustar a cualquiera, pero no a ella, que sabía de sobra de quién provenía:

      —¿Qué quieres, Gan?

      —Hay una presencia en su casa, la tendremos que encontrar.

      —¿Tendremos? Ella no es asunto tuyo, Esther me la encargó a mí.

      Llevaba años planeándolo todo, él no se entrometería ahora.

      Capítulo 1

      La luz del amanecer se filtró por la ranura de la ventana de Emma. A la chica no le hizo falta nada más para saber que era hora de levantarse. Primer día de colegio, mejor no llegar tarde. Sus pies descalzos pisaron el suelo, estaba frío, como ya se imaginaba. Nadie se había molestado en poner la calefacción; ¡ah no!, que no tenían.

      La casa, que no es que fuera una mansión que digamos, constaba de dos plantas minúsculas. En la primera, la cocina y el salón se peleaban por los pocos metros cuadrados que disponían, mientras que la entrada se resignaba a ser un cuadrado donde no cabían más de dos personas. Las escaleras, que crujían bajo cualquier peso, eran de caracol y daban más vueltas de las necesarias, dando a parar a otro cuadrado desde el que se accedía a dos habitaciones. A la derecha, la del padre de Emma; hacía tiempo que no entraba en ella, aunque lo que recordaba era una habitación llena de cuadros y fotografías. A la izquierda, otra con dos camas, una sobre la otra, donde dormían Emma y Clara, su hermana.

      Eran mellizas, pero el parecido era nulo: Clara tenía unos trazos delicados, unos ojos verdes brillantes y enormes, y unos labios carnosos; su pelo, si se lo arreglase, sería rubio y sedoso. Era un retrato del padre que tuvo hace años, pero ahora solo quedaban andrajos, recuerdos, y un hombre prácticamente desconocido que, de vez en cuando, dejaba dinero para comida en la cocina.

      Emma no es que fuera fea, simplemente no era tan llamativa. Sus ojos eran verdes, lo que, hasta cierto punto, estaba bien, pero no lucía un pelo brillante ni de color oro, sino negro, y sus labios distaban mucho de ser carnosos. Además, era más alta que su hermana y estaba más definida. Podrían compararse como el día y la noche en muchos aspectos físicos, pero mentalmente hablando… Clara estaba hundida.

      Mientras Emma se hacía la coleta pensó en despertar a su hermana, decirle que hoy era el primer día de clases, que tenía que darse prisa para no llegar tarde. Y lo habría hecho, de verdad que sí, pero sabía cuál sería el resultado: un grito y, si había suerte, se limitaría a mirarla con ojos como platos y rodar sobre sí misma para luego llorar. Lloraba todo el rato, y cuando no lo hacía, se mecía en una esquina con los ojos vacíos y murmuraba cosas incoherentes.

      Salió de casa antes de ni siquiera intentar la idea que le rondaba la cabeza. Obligarla a ir tampoco serviría de nada, sería incluso peor, darían el espectáculo y la expulsarían por no obedecer al profesor.

      Varios chicos caminaban en la misma dirección que ella, pero ninguno la miró; algunos porque no la conocían pero, en general, todos tenían una teoría, la teoría de «Clara, la loca». Era una teoría estúpida. Su hermana estaba enferma. Ella lo sabía, su padre lo sabía, hasta su madre, que seguramente ya estaría muerta, sabía que su hija tenía un problema. Algunos lo llaman depresión. Emma, sinceramente, pensaba que eso iba mucho más allá de no poder ser feliz.

      Sin embargo, la gente, en general, suele ser cruel y murmura que ella la maltrató de pequeña hasta tal punto que la hizo enloquecer, y todo


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