Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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que no hayamos coincidido nunca.

      Pero los pensamientos de Amanda estaban mucho más lejos de lo que creía. Había encontrado a la chica que buscaba. No era, para nada, como se esperaba, aunque, a decir verdad, tampoco tenía una idea clara de lo que se iba a encontrar. Quizá un poco más fuerte o un poco más preparada para lo que se le venía encima. Era poderosa, se le notaba desde el minuto uno que entró por la puerta. Había algo en ella, algo que denotaba que un don crecía en su interior. Pensó en llevársela en ese mismo instante, pero tenía que ser precavida.

      —Profesora.

      —Perdona, ¿qué decías?

      —Que creo que debería irme, no quiero llegar muy tarde a mi casa. Mi padre se va de viaje mañana y querrá despedirse.

      Emma se levantó un poco impresionada de que esa mujer tan severa se hubiera permitido evadirse delante de una alumna. Aun así, ninguna comentó nada hasta que llegaron a la puerta.

      —Emma, escúchame. No quiero que en tu casa sepan que has hablado conmigo, ¿entendido?

      Ella asintió. No necesitaba ninguna excusa para no contarle lo sucedido a su padre o a su hermana porque, siendo realistas, ninguno de los dos preguntaría.

      * * *

      No le llevó mucho tiempo recoger sus cosas. La casa, a pesar de ser suya, jamás había contenido muchas pertenencias. La visitaba poco y durante el tiempo justo y necesario, jamás más del establecido. Solo le quedaba encajar los zapatos de montaña en un hueco de la maleta y cerrarla. Ni una hora le había llevado, pero cada minuto valía oro, sabía que tenía que ir a por la chica y gracias a Emma sabía que su padre solo estaría en casa esa noche.

      Su teléfono vibró en la cocina. No le hizo falta otra segunda llamada para cogerlo:

      —Soy yo. ¿Cómo vas? —Gan siempre tan directo.

      —Ya estoy. Tenéis el coche preparado para el padre y la niña, ¿no?

      —Sí, también hay otro para...

      —Emma se viene conmigo, Gan. Que te haya dejado participar en la misión no significa que haya cambiado de idea respecto a la chica.

      El hombre suspiró, más resignado que enfadado. Sabía que no cambiaría de idea, a pesar de que la había intentado convencer:

      —¿Cómo es? —preguntó en un susurro.

      —Igualita a su madre.

      Amanda sabía que para él sería más duro que para nadie ver a la chica, un retrato tan exacto que ni siquiera en una hija parecía normal.

      —Acuérdate de que, a no ser que te lo diga, no utilizaremos la fuerza.Permaneceréis en el coche, y si os doy la señal, venís.

      —No me gusta tu plan.

      —No te tiene que gustar a ti.

      Y cortó la conexión.

      * * *

      La noche ya era total y todas las ventanas estaban cerradas. Su padre se iba a ir pronto, así que cuando se despertase, ya no lo vería. Y su hermana dormiría en la cama de abajo sin hacer el menor ruido. Sin embargo, Emma no podía dormir, podía oír cada crujido provocado por el viento en la calle. Además, no paraba de pensar en su encuentro con la profesora Amanda.

      Ni su padre ni su hermana habían dicho una palabra de su inesperada salida, había imaginado que sucedería. Su hermana estaba en su habitación leyendo, o eso decía que hacía, y su padre escuchaba la radio. Aun así, Emma tenía una sensación extraña, como si se le estuviera escapando algo importante, algo muy importante.

      Estaba decidida a cerrar los ojos, ceder y dejar de darle vueltas al asunto para sumergirse en un sueño profundo. Pero el destino tenía otros planes porque, en ese preciso instante, llamaron a la puerta.

      Sobresaltada, miró por la ventana. Una figura, tapada con un abrigo, esperaba en el umbral de su puerta. Le resultaba vagamente familiar, a pesar de no verle el rostro. Volvió a llamar, esta vez de forma más insistente.

      —¿Qué es ese ruido? —preguntó Clara desde abajo.

      —Hay alguien llamando a la puerta. Voy a abrir.

      Pero su padre ya estaba en el pasillo con cara de malas pulgas. Su hermana, para sorpresa de Emma, la siguió por el pasillo mientras aguardaban a que su padre abriera. Este no se giró al oírlas caminar tras él, pero Emma juraría que algo similar al terror había alumbrado la luz de la luna.

      —Hola, Víctor. Cuánto tiempo.

      La voz provenía de Amanda. ¿Qué hacía ella allí? ¿Podía ser todo un sueño? Disimuladamente se pellizcó la pierna. Nada. Mientras, su padre estaba quieto, como petrificado; el hombre tenía una expresión de horror tan espeluznante que era mejor que sus hijas no lo vieran. Los habían encontrado, ahora se la llevarían. En el fondo, pensó: «¿No era eso lo que tanto quería?».

      —Supongo que sabrás a qué he venido, ¿verdad?

      —Sí.

      Emma continuaba sin entender nada. ¿Desde cuándo se conocían su profesora y su padre? La mujer, sin ni siquiera preguntar, apartó a su padre de la puerta y sonrió a la chica. Clara estaba quieta, solo se le movía el labio inferior y las manos en un temblor nervioso preocupante.

      —Yo me llevaré a Emma. A tu otra hija y a ti os está esperando un coche fuera.

      —¿Qué está pasando?

      La voz salió como un graznido, más animal que humano, y Emma no estaba muy segura de que se la hubiera entendido.

      —Llévate a Emma. Clara y yo nos quedamos.

      ¿Cómo? La mente de Emma iba a mil por hora. ¿La ofrecía? Miró a su padre como rara vez lo había hecho, con todo el rencor que en más de una ocasión había sentido. Y con incredulidad. Era su hija, eso importaba, tenía que importar...

      —Tenéis que acompañarnos, podemos hacer esto por las buenas o por las malas.

      El tiempo se congeló en el preciso instante en que las miradas de Amanda y su padre se cruzaron, retándose, él a intentar obligarla a irse y ella a que la forzara a hacerlo. Con un rápido movimiento de brazo, Amanda pulsó un botón. Al principio nada sucedió, para alivio de Emma y de su hermana, quien respiraba ahora de forma irregular. Ella le echó una ojeada intentando tranquilizarla, decirle que no pasaba nada, que se podía ir a la cama, que todo era un mal sueño... Pero antes de poder decir algo de eso, cuatro hombres irrumpieron en la casa. Todos eran armarios, hombros anchos, brazos musculados, a pesar de que uno de ellos tendría una edad avanzada. No les veía bien los rasgos y no ayudó que todos arremetieran contra su padre.

      —Parad, soltadlo.

      Nunca sabrá de dónde le salió la valentía para ponerse entre esos hombres y su padre. Tampoco llegó muy lejos, entre dos ya la arrastraban afuera, y un tercero cogía a su hermana quien, como era de esperar, no opuso ninguna resistencia; se dejó caer, como si de un saco se tratase, y eso le quitó cualquier fuerza que le pudiese quedar.

      —Te lo explicaré todo mañana por la mañana, Emma, te lo prometo.

      La chica no se creía nada. Es más, no pensaba, la cabeza no le respondía. Las luces de los coches la deslumbraron haciéndola trastabillar, pero no permitió que Amanda la ayudara. Esa mujer era de todo menos profesora y solo la seguía por el simple hecho de que tenía a su familia.

      —Debes de estar asustada, pero, de verdad, estás a salvo.

      Se tiró sobre el asiento del coche y cerró los ojos con fuerza.

      —Lo único que estoy es cansada.

      Capítulo 2

      La enfermería era un espacio en blanco, a cualquier lado que mirases lo veías: paredes blancas, camas blancas, batas blancas... Los pacientes lo encontraban mareante en muchos casos y agónico en otros, pero nunca


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