Progeniem. María Cuesta
bien, pero con una condición.
—Soy todo oídos.
—No la someterás a la prueba hasta que te dé permiso.
—Tus deseos son órdenes para mí. —Y se adentró en el pasillo.
* * *
—¡Levanta!! ¡Ya!
De un salto salió de la cama. Lo hizo de forma inconsciente, como alguna vez había hecho si oía gritar a su hermana. Tardó varios segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando. Frente a ella, un hombre de hueso ancho, brazos fuertes y mirada penetrante la observaba. A pesar de su buena condición física, Emma apreció que varias arrugas surcaban su rostro, y le resultó vagamente familiar. «Era uno de los que arrastró a tu padre».
—Tienes cinco minutos para vestirte, hoy empieza tu entrenamiento.
—Pero...
—No repliques. Amanda me ha puesto al tanto de tu situación y me ha pedido que te comunique que tus peticiones se llevarán a cabo si cumples con tu parte. ¡Te quedan cuatro minutos!
Sus manos se movieron solas hacia sus pantalones, se los puso a mayor velocidad de la que se creía capaz. Ni siquiera fue consciente de haberse atado las zapatillas y haberse puesto la camiseta. Para ser exactos, solo empezó a despertar una vez llevaba un rato caminando.
—Una cosa.
—No hay preguntas por ahora, progeniem. Te dirigirás a mí como jefe o instructor Gan, acatarás mis órdenes mientras estés siendo instruida y preguntarás cuando yo te deje.
El hombre estuvo tentado de girarse y decirle que estaba siendo demasiado duro, que no se preocupara por el esfuerzo, que lo soportaría, pero jamás en toda su vida le había dolido mirar tanto a alguien. Era igual a su madre, quizá un poco más rota o un poco más desorientada, pero, incluso de espaldas, era como estar siendo seguido por Esther.
—Comemos aquí.
No se paró a enseñárselo, se limitó a hacer un gesto con la mano hacia una puerta, como si se fuera a acordar de todo.
—Aquí entrenamos. Tu grupo es el 9. Te reunirás con ellos en aquella mesa, preguntarás por Bianca, y ella te dirá dónde dormirás a partir de ahora y supervisará tu entrenamiento, ¿entendido?
«Más o menos», pensó.
—Entendido.
Caminó lo más segura que pudo hacia la mesa que tenía puesto un «9» en cada una de sus sillas. Había cerca de veinte mesas, quizá más, y en varias había gente de su edad o más pequeños; pero hacia la que se dirigía, debían tener dieciocho la mayoría, eran los que mandaban allí, o eso parecía. ¿Por qué le asignaba ese grupo? ¿Por qué no uno de su edad, menos experimentado, más inseguro, más como ella?
—Busco a Bianca.
Nadie del pelotón se percató de su presencia. Contó hasta diez y esta vez alzó la voz:
—Busco a Bianca.
Las risas cesaron y todos los rostros de la mesa se giraron, ninguno lucía una expresión amable. Para ellos era como un mal bicho que había osado interrumpir su conversación.
—Soy yo.
Habló una chica de pelo corto, rubia, con unos pequeños ojos azules y una nariz aguileña. Era bajita en comparación con el resto del grupo, pero su físico la hacía abultar más. Desde luego, amigable no resultaba.
—¿Traes algún mensaje de Gan?
—En realidad, vengo a unirme a vuestro grupo.
Todos la miraron perplejos, algunos, incluso, rieron. Bianca no encontraba nada gracioso que una cría de catorce, quizá quince años se añadiera a sus filas.
—¿Estás segura? Este es el pelotón 9, ¿no te habrá mandado a otro?
—Sé contar.
Ahora sí que la había cagado. Por el silencio que se produjo, le dejaron clara una cosa: nadie vacilaba a Bianca.
—Por tu propio bien, espero que sepas hacer mucho más que eso, no quiero inútiles en mi grupo. ¿Qué se te da bien? ¿Cuál es tu don? ¿Sector que se te da mejor? —Emma se quedó callada, intimidada por la mirada de la chica—. ¿Te has vuelto muda?
—No sé aún mi don. Llegué hace dos días y ayer me explicaron de qué va todo esto. No sé qué es un sector.
La chica la miró de una forma… como si no se pudiese creer su mala suerte. Por su cabeza veía la buena posición que tenían en la calificación en ese momento y ahora... ahora aparecía esa.
—En pocas palabras: nos ha tocado una inútil.
Emma sabía que debía mantenerse callada, pero no pudo:
—Bueno, estoy segura de que tú serás doblemente buena, para compensar.
Acababa de entrar en un callejón sin salida, pero quien fuera el que se encargaba de anunciar que debían ir a entrenar le dio una tregua, pues acababa de anunciar que debían abandonar el comedor e ir a la sala de entrenamiento.
—Esto no acaba aquí.
Pero, por ahora, había una pausa. Nadie del grupo se acercó a ella lo más mínimo, fue de alguna forma como volver al colegio, donde sus compañeros la ignoraban allá donde iba, pero al menos la dejaron caminar en la zona final del grupo sin alejarse de ella.
La sala de entrenamientos era todo lo que te puedes esperar de una sala con tal nombre: máquinas allá donde mirabas, incluso donde creías que solo había una resultaba que había dos; otras, sin embargo, parecían de todo menos máquinas... También había una zona para practicar tiro con arco, con una diana enorme y varios arcos llenos de flechas al lado; debajo de ellos había cuchillos, y justo en la otra punta, había otra diana, pero esta vez para apuntar con pistolas.
Su grupo avanzó sin enseñarle nada, claro, por qué tener esa consideración. Por su camino se cruzó con varias chicas, eran más pequeñas, o quizá lo aparentaban, y miraban al grupo con sumo respeto. Muy de vez en cuando alguien reparaba en su existencia, pero acto seguido perdía el interés, como si no formase parte del grupo y solo fuese una molestia acoplada.
Al fin se detuvieron e hicieron un semicírculo alrededor de unas cuerdas. Bianca salió a la pequeña zona creada y la miró de una forma nada agradable:
—Bien, ¿cómo te llamas?
—Emma.
Asintió.
—Bien, Emma, no voy a permitir que arruines todo el trabajo que hemos hecho. Como te veo tan lanzada, vas a escalar.
Ni por asomo iba a demostrar algo cercano al miedo, al contrario; de la forma más indiferente posible dijo:
—¿Ahora?
—Sí, ahora.
Emma se acercó con paso vacilante a la cuerda. Sus brazos eran escuálidos y no disponía de excesiva fuerza; sin embargo, tampoco pesaba mucho, cosa que sería una ventaja. Respiró hondo.
—No tenemos todo el día.
Quería callarle la boca, pero se mordió la lengua y agarró con fuerza la cuerda mientras se impulsaba con las piernas. Fue una sensación extraña al empezar a escalar, pero, poco a poco, le cogió el truco y empezó a subir. Los brazos le daban pinchazos y la cuerda, al ser rugosa, le irritaba las manos, pero no hizo caso a todo eso ni tampoco a las pullas que le lanzaba Bianca.
Cuando ya creía que había cogido la altura suficiente, la miró.
—¿A qué esperas? Sube hasta arriba.
No se esperaba aquello. Bien que Bianca parecía mala persona, pero ¿hasta arriba? Tragó saliva y continuó subiendo. Notaba un ligero mareo y que el estómago se le subía a la garganta. No tuvo la valentía de mirar hacia abajo cuando