Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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hace esperar.

      Su mirada y la de Derek se encontraron. La de él, fría, mientras que la de ella lo más serena posible.

      —¿Y ese gran honor?

      Pero no esperó a que le gritara la respuesta. Se despidió de los tres y se unió a Derek en el pasillo:

      —¿Por qué me esperabas?

      —No te hagas ilusiones, pequeña. Me han dicho que debo supervisar tu entrenamiento y eso haré; así que, a partir de ahora, no me hagas esperar.

      —Creía que Bianca sería mi supervisora.

      Derek le echó una ojeada. Su expresión era neutra, pero no lo dijo con una voz apenada; es más, sonaba complacida.

      —Bueno, pensé que la pobre Emi no debería ser enseñada por Bianca cuando puede gozar de este cuerpazo durante todo el día. Ya me lo agradecerás.

      —¿Siempre eres tan creído?

      —Querrás decir tan sincero.

      Ella no insistió. Se dedicó a contar las posibilidades de aguantar un día entero con Derek. Sentía cierta atracción, la típica atracción que una chica sentiría hacia un chico tan sumamente atractivo como él. Lo que Emma ignoraba es que eso iba mucho más allá de, como ella pensaba, «una típica atracción».

      El desayuno fue en silencio. Bianca, para su sorpresa, tenía una expresión entre estreñida y furiosa; de vez en cuando dedicaba disimuladas miradas hacia Derek, pero este la ignoraba. Seguía pensando en algo que pudiese tener Emma para que fuese tan especial. Sin que ella se diese cuenta, la vio hablar con Luis, Carlos y Ana; alguno debió decir algo gracioso porque ella sonrió; y otro pensamiento asaltó su cabeza: «¿Se podía pedir ayuda sonriendo?».

      Emma desayunó fuerte y cuando estuvo cara a cara con Derek en la sala de entrenamiento, solo tenía unas ganas locas de empezar y descubrir cómo de duro podía llegar a ser:

      —Quiero que hagas cinco series de veinte flexiones; luego irás a aquella cuerda y la escalarás hasta el techo tres veces. Yo te esperaré en la máquina de correr para que hagas ejercicio aeróbico. Con esto habrás acabado el calentamiento. Tienes diez minutos para llegar a la cinta de correr.

      Emma no replicó, ni siquiera se planteó esa posibilidad, era la más débil del grupo y no estaba dispuesta a que eso continuara así. Hizo lo que Derek le pidió o, al menos, lo intentó con todas sus fuerzas. Hizo las flexiones más rápido de lo que se creía capaz, pero después de escalar la cuerda por segunda vez, sus brazos le pedían un descanso. Derek la penalizó con veinte minutos más de correr, lo que en total fueron casi cincuenta. Emma sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, pero se mordió la lengua y apretó. Si Derek quería verla quejarse, eso sería lo último que haría.

      Después del calentamiento gozó de sesenta segundos de descanso. Luego tocó practicar con los cuchillos. Uno tras otro surcaban el aire a una velocidad cada vez mayor, pero a Emma esa sensación le gustaba, era liberador, una forma de concentrar toda su frustración en un solo acto.

      —¿Dónde aprendiste a tirar?

      —En ningún lado.

      —¿Nunca practicaste con algo?

      Emma pensó en mentirle, pero de alguna forma supo que la descubriría.

      —Cuando alguien venía a meterse con mi hermana, solía llevar un tirachinas conmigo, y cuando se daban la vuelta, les daba.

      —¿Con piedras?

      —No, con bolas de papel, simplemente me gustaba ver sus caras de asombro. No era con intención de hacerles daño, sino de demostrar que no eran tan intocables como creían.

      Derek no preguntó nada más. La llevó a la zona de pistolas y le hizo coger una. Le costó cogerle el truco; sin embargo, también le gustaba la sensación. Concentraba todo cuanto sabía en su objetivo y, aguantando la respiración, apretaba el gatillo; hasta el sonido ensordecedor que tenía no le resultó tan insoportable.

      La obligó a escalar la cuerda dos veces más y cinco series de treinta abdominales; resultó agotador, pero la comida le sentó como nunca y cogió fuerzas suficientes para otra sesión de puntería y unos cuantos minutos más corriendo. Ana, de vez en cuando, le guiñaba un ojo desde la máquina en la que se encontraba, y Luis y Carlos le dijeron que le quitarían los cuchillos de la mesa a partir de ahora para evitar posibles accidentes. Incluso el resto del grupo parecía no odiarla tanto; al menos, la ignoraban, sin mostrar ninguna opinión. Solo Bianca, con su mirada gélida, se dedicaba a aborrecerla en silencio.

      Derek, por su parte, se comportó; no faltaron sus comentarios sarcásticos ni su poca delicadeza al decirle lo inútil que era, pero fue mejor de lo que pensaba, se esforzó por enseñarle y le dio unos cuantos trucos para utilizar la pistola.

      —No tienes músculo —le había dicho—. Eso no tiene por qué ser un problema si aprovechas tu velocidad.

      —¿Velocidad? ¿Yo?

      —Has corrido más rápido que cualquiera del grupo, no lo olvides. Siempre hay un punto fuerte, igual que siempre hay uno débil.

      Eso la ayudó. Puntos débiles tenía muchos, pero hasta ahora nadie le había dicho que era capaz de tener un punto fuerte. Mientras tanto, por la cabeza de Derek pasaban otras cosas.

      Había estado atento a cada movimiento de la chica, tanto que temía que se diera cuenta. Pero acto seguido se convencía de que lo hacía por motivos puramente profesionales.

      —Derek, ven un momento.

      El chico se sorprendió al ver a Gan allí, como si de alguna forma aquel hombre no tuviese cabida en una sala de entrenamientos, solo en batalla. Derek siempre había envidiado su poder: entablando contacto visual era capaz de leer el pensamiento de la gente. Siempre recordaba esto para nunca mirarlo directamente a los ojos.

      —¿Cómo ha ido el entrenamiento de hoy?

      —Creo que estará preparada para competir en un sector.

      En realidad, aún no lo había meditado del todo. Ambos la miraron disimuladamente mientras Emma se volvía a hacer la coleta.

      —Esta noche van a hacerles la prueba a su hermana y a su padre. Pidió estar presente y así será. Quiero que la lleves al salón de las reuniones a medianoche.

      —Así lo haré.

      Él ya se iba a ir, no le apetecía seguir hablando con aquel hombre, pero lo retuvo.

      —Quiero que tú también estés allí con ella y que la apoyes. —Derek frunció el entrecejo, confundido—. No es una prueba normal, dentro de su hermana habita una presencia.

      Y en ese preciso instante, todo tuvo sentido. Respiró hondo, imaginándose a Emma pasando toda su vida al lado de una persona incapaz de ser feliz, y le vino la imagen de ella durmiendo, una imagen que resultaba casi agónica, teniendo en cuenta que ya sabía los motivos por los cuales lucía esa expresión

      —¿Por qué deja que vea la prueba?

      Gan, que sabía que el chaval no comprendería sus motivos, suspiró.

      —Porque a veces es necesario que la verdad nos abra los ojos.

      —Créame, ella los tiene bien abiertos.

      * * *

      —¿Qué crees que estarán hablando? —preguntó Ana.

      —Yo creo que están hablando de cuántas flexiones hace al día para tener ese brazo.

      Ana rio ante el comentario de Luis, mientras que Emma intentaba leerles los labios, pero era imposible. Derek estaba de espaldas y su cabeza le cubría buena parte de la visión de Gan.

      —¿Cómo ha sido ser entrenada por el guapísimo Derek? —preguntó Carlos con sorna.

      —No ha sido tan horrible como esperaba.

      Ana,


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