Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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acomodó a su lado en la cama.

      —Yo duermo encima de ti.

      Derek se sentó en la cama de al lado de Emma y empezó a desatarse los cordones. Ana, que solía lucir una expresión serena y tranquila, le echó una mirada furiosa; se notaba que no le acababa de caer bien el chico.

      —¿Dormís chicas y chicos juntos? —preguntó Emma con una mezcla de horror y sorpresa.

      Para su desgracia, no fue Ana quien le contestó:

      —¿A la pequeña Emi le asusta dormir con chicos? Tranquila, tienes el privilegio de dormir a menos de tres metros de mí; media base mataría por esta gran oportunidad.

      —Derek, ¿no puedes darle un respiro?

      —Lo siento, a veces se me olvida que mi voz puede dejar sin respiración.

      La chica rodó los ojos y Emma observó con detenimiento a Derek, intentado ver a través de él y encontrar el motivo que le hacía ser así; llevaba muchos años dedicándose simplemente a observar y había cogido la capacidad de encontrar el más mínimo detalle.

      —Espero que por las noches no me mires así; sería, cuanto menos, escalofriante.

      —Por las noches me suelo dedicar a dormir, perdona si eso te suena extraño.

      A Ana se le escapó una risita enmascarada en una tos y Emma no pudo evitar sonreír. Derek la miró impulsivo, de tal forma que a ella le resultó imposible saber qué estaba pasando por su cabeza.

      —Me muero de hambre, ¿podemos ir ya a cenar?

      —Claro, vamos.

      Las dos se alejaron todavía sonriendo. Ana empezó a hablar de su vida allí. Era lo más cercano a un hogar que había tenido, su familia viajaba mucho y su madre, igual que ella, tenía el poder de la curación; sin embargo, ni su padre ni su hermano eran progeniem; aun así, nunca rechazaron su naturaleza. También le contó que, años atrás, había habido guerras entre progeniems: algunos se consideraban superiores a otros y querían un entrenamiento más duro y especializado para poder ayudar de forma más eficaz a los humanos corrientes; pero sus métodos eran sádicos y crueles, la mayoría no estaba de acuerdo, y aunque muchos murieron, la calma volvió.

      Emma jamás había podido imaginar la cantidad de cosas que desconocía. Todos los días de su vida se podría haber estado cruzando con un progeniem y, sin embargo, a pesar de creer que observaba con atención, sus ojos solo veían lo que creían conocer.

      Capítulo 3

      Los pasos de Derek sonaron en el pasillo, el chico no se giró en ningún momento, ni siquiera cuando, de golpe, se abrió una puerta a unos metros detrás de él hizo el amago de echar una ojeada. Tenía varias cosas en la cabeza, en particular a la nueva, Emma; no entendía qué le pasaba, normalmente no resultaba fácil impresionarlo, aunque, desde luego, él no había sido el único que se había quedado sin palabras ante el carácter de esa chica.

      Con esos pensamientos llegó a su destino, el despacho de Amanda, ahora ocupado por Gan. Estaba sin decoración. Jamás había sido bien recibido allí; es más, solo había estado una vez cuando Amanda lo castigó por atascar un váter con varios rollos de papel, fue de lo más divertido.

      —Adelante, Derek.

      Gan echó una ojeada al crío que acababa de entrar; buen físico y un porte desafiante, indudablemente apuesto, quizá demasiado. De primeras, su imagen no era para nada buena, pero él sabía la verdad, sabía dónde se encontraban las cicatrices más ocultas.

      —Me alegro de verte. No me andaré por las ramas. Hoy ha llegado a tu grupo una chica nueva, Emma. Lo sabes, ¿no?

      —Sí, suelo darme cuenta si aparece alguien nuevo en mi grupo.

      —Bien, pues necesito que la vigiles. Si te percatas del más mínimo detalle, lo que sea, debes comunicármelo inmediatamente.

      Derek no pudo ocultar su reciente interés. ¿Qué tenía esa chica tan importante?

      —Yo no soy el jefe de mi grupo, no superviso su entrenamiento.

      —Los secretos no son tan secretos. Está claro que entre Bianca y Emma no hay buena conexión, así que he hablado con ella y le he dicho que otro supervisará a Emma. —Hizo una pequeña pausa—. Por supuesto, he tenido el detalle de no decirle que serías tú.

      Él sonrió. Sabía los sentimientos de Bianca hacia él, pero nunca pasaría. Ella era cruel por placer, sin un propósito, y eso era algo que él, más que nadie, no toleraría.

      —Supongo que, al menos, podré saber por qué debo vigilarla, porque lo único que queremos es que la mandes a otro grupo, nos hará perder puntos.

      —Por eso, precisamente, ninguno de vosotros podréis alcanzar un puesto importante. Estáis ciegos y queréis resultados ahora y ya; esa chica tiene muchas posibilidades de ser lo que estábamos buscando.

      Derek tragó saliva y abrió los ojos como platos, procesando la información e intentando darle otro significado. No podía ser, era algo inconcebible.

      —No puede estar hablando en serio.

      —Hablo tan en serio como que algo malo se avecina, Derek. Eres joven aún, aunque pienses que no. Hay cosas... cosas horribles que he visto que no desearía volver a ver, pero me temo que así será.

      —¿De qué está...?

      Gan negó con la cabeza, no estaba dispuesto a contar más.

      —No puedo decirte nada más, y aunque pudiera, no te lo diría. Pero, créeme, no te pediría que vigilaras a esa chica si no fuera totalmente necesario.

      Con esto, Derek se levantó y, como en un sueño, aterrizó en su cama. No pudo evitarlo, debería haberlo evitado, pero no fue capaz. Se giró y observó atentamente el rostro de Emma. A pesar de estar dormida, no parecía en paz, era como si solo expresase lo que sentía en ese preciso instante... Y durante una fracción de segundo un pensamiento cruzó su mente: «Algo tan bonito no debería estar tan triste».

      —Arriba, ya.

      Llevaba despierta desde hacía rato; es más, había estado dispuesta a levantarse e ir a dar una vuelta sin que nadie se enterase, pero eso no evitó que el oír la voz de Derek a centímetros de su oreja no la sobresaltase. El chico la observaba desde arriba, no parecía precisamente contento de verla, pero no le importó; era demasiado temprano para hacer nada.

      Mientras Ana se desperezaba y Bianca le regalaba una bonita mirada de odio, Emma se dirigió al baño para cambiarse; muchas ya lo hacían delante de todos, pero no era una idea alentadora. Cuando salió, algunos ya se habían ido a desayunar; sin embargo, aún quedaban Ana y dos chicos —que creía recordar que se llamaban Carlos y Luis—, que le sonrieron mientras se ataban los cordones. Derek se apoyaba con resignación en una esquina; si no lo conociera un poco, diría que la estaba esperando.

      —Ana, siempre he querido hacerte esta pregunta.

      —Luis, si me vas a pedir matrimonio, pierdes el tiempo.

      Luis —que era un chico excesivamente alto, de brazos y piernas muy largos, y unos enormes ojos castaños— sonrió.

      —Había que intentarlo.

      Carlos —que era todo lo contrario a su amigo, bajo y robusto, de manos pequeñas y piernas cortas, pero con un físico muy trabajado— se acercó a Emma.

      —Ignora a mi amigo. En su defensa diré que se pone más retrasado por las mañanas.

      —Te equivocas —replicó el aludido—. Soy igual de retrasado todo el día.

      Emma rio.

      —Por cierto, soy Luis, y este es Carlos, mi amigo feo.

      —No te describas, Luis. Encantado.

      —Emma, encantada.

      Ana rodó los ojos y frunció la boca,


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