Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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Carlos —le respondió Luis.

      Pero Emma ya no estaba allí, se encontraba muy lejos, en un lugar que ni siquiera su propia mente podría volver a idear. Bianca tenía razón, daba pena, pero no iba a permitir que se consumiera. Tenía que hablar con Derek, él sabría ayudarla a llevar a cabo su plan.

      —Necesito hablar con Derek.

      —Muchas chicas necesitan «hablar con Derek», Emma.

      —Ana, no utilices el sarcasmo con esto, es importante. ¿Dónde lo puedo encontrar?

      Sus miradas se encontraron y aunque Ana jamás había dado señales de conocer a Derek, le respondió, sabiendo a ciencia cierta dónde estaría.

      —Sube al tercer piso, es el área de residencia. Su habitación es la cuarta de la derecha. Si te deja entrar te pediré un autógrafo.

      —No, si te deja entrar, roba una fotografía suya firmada. Derek es el típico así, y lo sabéis —bromeó Carlos.

      Emma dudó. ¿Realmente lo era?

      * * *

      El chico, tumbado bocarriba en la cama, jugueteaba ausente con una bola de gomaespuma, rememorando los acontecimientos de hacía apenas unos minutos. Había desafiado a Bianca, pero eso le preocupaba más bien poco. Seguía pensando en cómo lo había mirado Emma, como si le fuese indiferente. Pero aún era peor el total desinterés que había mostrado, como si, a partir de ahora, nada importase lo suficiente.

      Llamaron a la puerta. Derek automáticamente pensó que se habrían equivocado, nadie llamaba a su habitación, nunca, pero el individuo insistió, y como no tenía ganas de oír el sonido otra vez, abrió de mala gana.

      Dos enormes ojos verdes lo observaron unos centímetros por debajo. Se le aceleró el pulso.

      —¿Qué quieres, Emma?

      —Necesito hablar contigo.

      La miró escéptico.

      —¿Y tiene que ser en mi habitación? Pequeña Emi, aún eres joven.

      Se sonrojó. El gesto más dulce que había visto en mucho tiempo, las chicas de allí ya no se sonrojaban.

      —No tiene por qué ser en tu habitación.

      —Pues resulta que no me apetece moverme.

      Una excusa pobre, pensó para sí.

      —Bien, entonces, en tu habitación.

      Y sin esperar a que él le respondiera, pasó y observó todo con un controlado interés.

      —¿Por qué duermes con todos si tienes tu propia habitación?

      —Porque puedo —dijo escuetamente.

      Se sentía nervioso, no sabía qué actitud mostrar. Desde luego, no podía hacerle ver que, de alguna forma, la idea de tener a «la pequeña Emi» en su habitación se le antojaba grande.

      —¿Has venido a preguntarme sobre mi habitación?

      —No, he venido a hablarte sobre mi hermana —dijo completamente seria. Se lo imaginaba—. ¿Cuánto tarda una presencia en darse cuenta de que tiene que irse o destruir a la persona?

      —Normalmente, dos semanas; con suerte, un mes.

      Derek se desplazó hasta el colchón y se acomodó, mientras Emma ya se había puesto enfrente y se apoyaba ligeramente en la mesa.

      —¿Podrías explicarme qué es exactamente una presencia y quién podría habérmela mandado? Mi padre dijo algo de que mi madre traicionó a los orígenes para unirse a los rebeldes. ¿Tiene eso algo que ver?

      Él notaba cómo Emma se ponía nerviosa, se mordía las uñas y movía el pie izquierdo ligeramente; sin embargo, le inquietaba la forma en que le aguantaba la mirada, demasiado franca, demasiado inocente.

      —A ver... Los orígenes somos nosotros, es decir, las personas que seguimos utilizando nuestros dones para ayudar a la gente, sin ningún beneficio propio más que un sitio donde dormir, comida y algo de dinero por si a donde vamos tenemos que pasar noche. Los rebeldes tienen esa ideología, con la diferencia de que para ellos hay dones mejores que otros, y buscan someter a los que consideran inferiores para sacar más provecho de los otros; a algunos, anteriormente, los mataban si creían que no serían de ayuda.

      —¿Cómo fue capaz mi madre de unirse a ellos?

      La chica sabía que, obviamente, Derek no tenía respuesta para eso, pero, igualmente, le miró ansiando un buen motivo.

      —Los rebeldes son más activos, no tienen miedo a que descubran lo que somos y utilizan sus poderes, aunque con fines buenos, sin ningún cuidado. De primeras, puede sonar muy bien, pero entonces ves que en el pasado esclavizaban, que mataban si lo creían necesario, y no les importaba la discreción. ¿Sabes qué pasaría si no fuésemos discretos?

      Negó una sola vez.

      —El caos, pequeña Emi, el caos. ¿Qué pensaría la gente? ¿De verdad todo el mundo nos querría? Pensarían que somos anormales, bichos raros, experimentos fallidos o a saber qué más; tendrían envidia y nos querrían muertos. Imagínate cuando descubrieran el don de Bianca, ¿qué pensarían? Que es un monstruo. Quizá ella no sea la mejor persona del mundo, pero de ahí a un monstruo...

      A Emma, que aborrecía a esa chica, le costó pensar lo contrario, pero al imaginarse el cuerpo de Bianca inmóvil, frío, muerto... admitió que no merecía eso, por muy mal que le cayera.

      —¿Por qué huyó?

      —Lo poco que sé es que tu madre no solo traicionó a los orígenes cuando se unió a los rebeldes, sino que abandonó a los rebeldes, es decir, no tenía aliados, solo enemigos. Supongo que cuando se quedó sin nadie a quien recurrir, aun sabiendo que tú eras progeniem, decidió huir. Por lo que me han dicho, nunca había dejado pistas sobre el paradero de tu padre y, mucho menos, de que tenía unas hijas, pero los secretos sin contar siempre acaban saliendo a la luz.

      Derek observó cómo la chica se masajeó momentáneamente las sienes. Era difícil asimilar todo eso, saber que tu madre había huido por traicionar dos veces a lo que había prometido lealtad eterna.

      —Entonces, ¿me estás diciendo que, de algún modo, sabían que mi madre tenía dos hijas y sabían dónde estábamos? Pero si querían venganza, ¿por qué no matarnos?

      —No, sí que sabían que tenía dos hijas, pero no dónde estabais, porque de haber sido así, créeme, os habrían matado; puede que primero torturado, pero en las ideas de los rebeldes no hay lugar para la piedad.

      Emma no lo comprendía.

      —Pero, entonces, ¿cómo nos encontró la presencia?

      —La presencia es un alma oscura, una abominación, algo que, definitivamente, no debería existir. La crearon los rebeldes, pero nadie que haya intentado espiarlos para enterarse de cómo lo hicieron ha vuelto con vida. Lo único que sabemos es que rastrean. Con tener el mínimo pelo, chaqueta, incluso olor corporal de tu padre, podrían haber mandado la presencia. Solo pueden hacer viajes de ida, no saben volver, están hechos para una cosa, habitar cuerpos y destruir vidas... A los progeniem poderosos no los pueden habitar y a los que sí que pueden, no les afecta de la misma forma que a una persona normal. Aun así, es horroroso... Imagino que la enviaron para que te poseyera, pero al no poder hacerlo, atacó a alguien muy parecida y unida a ti, lo que lleva a creer que poseerás un gran don si, desde pequeña, algo en ti la retuvo.

      Ella, que en otra ocasión se habría sentido halagada por el comentario, lo ignoró mientras pensaba en el siguiente paso. Siempre hay un siguiente paso. Si esa cosa había ido a por su hermana por su culpa, ella se encargaría de sacarla.

      —Si la presencia sigue las órdenes de los rebeldes, ellos podrían sacar a esa cosa de mi hermana, ¿no?

      —Supongo que sí, no sabemos exactamente cómo es el proceso.

      —¿Cómo


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