Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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que no, levantaría sospechas. ¿Por qué no?, le habría preguntado Amanda, y entonces tendría que inventarse una excusa y el reloj ya marcaba que las diez y media se acercaban.

      —Sí, claro, cuando quiera.

      De nuevo, la mujer pareció sorprendida y, al mismo tiempo, aliviada. Emma forzó una sonrisa, intentado con todas sus fuerzas que la dejase ir.

       —¿Puedo irme ya?

      No quería parecer ansiosa pero tampoco que sacase algún tema nuevo de conversación.

      —Eh... claro. Vaya, es más tarde de lo que pensaba.

      Amanda se levantó a la vez que Emma y la acompañó a la puerta. Era un gesto algo forzado para ella, pero lo hizo de todas formas, y con un ligero movimiento de cabeza, Emma salió de su despacho.

      Se adentró en la oscuridad del pasillo sin echar la vista atrás. Sus pasos resonaron rápidos y concisos. Había tan poca luz que no vio venir el chico que giraba por la misma esquina que ella y ambos chocaron.

      —Pero qué cojones... ¿Emma?

      —¿Derek?

      —Joder, ¿dónde narices estabas? Nos vamos ya.

      —Amanda me había llamado para hablar, no he podido salir antes.

      Pero él ya no la escuchaba, sino que caminó con paso ligero hacia donde Emma acababa de ir, el despacho de Amanda. Ninguno rompió el silencio, ni siquiera cuando Emma se empezaba a preguntar si realmente estaban yendo hacia alguna parte. Tampoco Derek comentó nada, no se le ocurría qué decir y tampoco estaba seguro de que fuera conveniente decir algo.

      Al fin llegaron a una habitación iluminada por una gran bombilla que colgaba en precario equilibrio del techo; a la derecha, varios trozos de madera se amontonaban sin cuidado alguno, y frente a ella, un todoterreno negro con cristales ahumados los esperaba.

      —¿Y los demás?

      —Aquí —respondió tras ella Carlos.

      Luis y Ana entraron unos segundos después cargados de armas. Emma echó una ojeada intentado ver para qué servían, pero solo veía metal y pinchos entremezclados.

      —¿Lo tenéis todo? —Los tres asintieron—. Y no os han seguido, ¿verdad?

      —No, aunque librarme de mis fans no ha sido fácil —comentó Luis.

      Emma sonrió ante el comentario, y eso solo hizo que fuese víctima de la mirada de reproche de Derek. Se le veía tenso y cansado, como si todo eso le supusiese un gran esfuerzo, pero sus movimientos continuaron siendo gráciles y rápidos.

      Abrió el maletero, un maletero enorme. Dentro había una caja de madera tapada en la que ponía «Comida» y sobre ella, un montón de vendas, jeringuillas, pastillas... Teniendo a Ana, ¿para qué llevar todo eso? Eso fue lo que pensó Emma, pero se calló; quizá la razón era obvia y no iba a empezar a parecer estúpida antes de ni siquiera arrancar el coche.

      —Toma.

      Derek le tendió un cuchillo enorme, casi tan largo como su antebrazo y muy afilado. Emma observó su vestimenta: unos pantalones cortos vaqueros y una camiseta holgada; también llevaba unas botas altas que, a pesar de no llevar tacón, resultaban demasiado elegantes para la ocasión; aun así, Derek había insistido en que se las pusiera, y la alivió ver que Ana también llevaba unas iguales.

      —Métetelo aquí.

      Con un paso y un movimiento casi imperceptible del brazo, Derek hundió el cuchillo en la bota. Ni la rozó, era como si tuviese la capacidad de que con esa bota ajustada y con ese cuchillo tan largo pudiese hacer que ni tocara su piel. Luego, sacó una pistola, pequeña y de aspecto ligero, y sin preguntar, le levantó ligeramente la camiseta y le colocó la pistola en la cadera. Su mano rozó su cadera; ella se sonrojó y bajó la cabeza, deseando que nadie se hubiese dado cuenta, deseando que arrancaran de una vez. Quizá si hubiese levantado la vista se hubiese topado con la mirada de Derek, que rara vez lucía tan vulnerable.

      —¿Todo listo? —Volvió a preguntar.

      Todos asintieron, incluso Emma, que, histérica, ya solo pensaba en salir de allí.

      —Carlos, Luis y Ana, iréis detrás. Luis, tú sabías conducir, ¿verdad?

      —Me las apañaré.

      —Tú, Emma, irás delante y te ocuparás de que no me duerma. ¿Serás capaz? —Su tono fue mordaz.

      —Confío en que mi presencia sea lo suficientemente insoportable para que no te duermas.

      Y se subió al coche de un portazo. No le iba a arruinar el viaje. Ya de por sí estaba tensa, nerviosa porque su don apareciese de una vez y preocupada de que su falta de entrenamiento repercutiera en todos.

      El resto tardó un poco en subir. La primera fue Ana, que la miró, esperando que se sintiera mejor; pocas chicas plantaban cara a Derek. En el medio se sentó Luis porque, a pesar de ser excesivamente alto, de ancho ocupaba mucho menos que Carlos. Emma se percató, por primera vez ,de lo azules que tenía los ojos y lo rubio que era; tenía mucho atractivo, a pesar de que ella no podía apreciarlo. Por alguna razón, cuando Derek se puso al volante y vislumbró sus angulosas y perfectas facciones, cualquier otro tipo de belleza le pareció insuficiente. Quizá el demonio lo creó, pensó ella, y lo dotó de esa belleza para castigar a los mortales.

      Un chirrido rompió el silencio y a través del cristal, vio una puerta abrirse.La noche se tragó el coche y emprendieron el camino. Quizá no volvieran con vida, o quizá lo hicieran y no los aceptaran de nuevo, pero Emma cerró momentáneamente los ojos e intentó pensar en su hermana:

      «Voy a volver y voy a sacarte esa cosa de ahí. Te quiero».

      * * *

      Llevaban de viaje dos horas más o menos. Al principio habían intentado hablar de cualquier cosa; Emma tenía la sensación de que no querían dormir, como si eso los dejara totalmente expuestos o no la vieran capaz de hacer bien la única cosa que le habían mandado: mantener despierto a Derek.

      El primero en dormirse fue Carlos; fue muy de repente: estaba comentando que quería aprender a conducir y al segundo siguiente estaba dormido. Luis estuvo a punto de despertarlo solo para fastidiarle, pero Derek le dijo que si lo hacía, le tiraría del coche; y lo dijo totalmente en serio.

      Ahora, sobre el hombro de Luis, descansaba la cabeza de Ana. Emma, a través de la ventanilla, había visto cómo la chica fue poco a poco acercándose a él, y el chico se dejó hacer con una sonrisilla asomando entre sus labios. Ambos seguían dormidos y no parecía que fuesen a despertar si no era estrictamente necesario.

      —¿Quieres hablar?

      Derek estuvo a punto de mirarla, pero tenía el coche en marcha y estaba conduciendo casi a ciegas, por lo que se contuvo.

      —¿Perdona?

      —Que si quieres que te dé conversación para que no te entre el sueño.

      —A lo mejor tu conversación me da más sueño aún.

      Cretino era un rato, aparte de borde y cruel. Emma no comprendía por qué la había puesto a ella delante si, de todas formas, no quería hablar con ella.

      —La pequeña Emi se ha enfadado.

      —No, simplemente no entiendo por qué me has puesto delante si no te caigo bien. Podría estar ahí detrás durmiendo.

      —¿En los brazos de Carlos? No, gracias.

      A Emma le sorprendió el tono, casi parecía enfadado. «¿En los brazos de Carlos?». ¿Qué clase de tontería era aquella?

      —Sé dormir en un coche sin acabar en los brazos de alguien.

      —Claro, igual que Ana. ¿De verdad crees que Ana está así accidentalmente?

      Ambos compartieron una mirada cómplice. Los ojos de Derek relucían en la oscuridad de la noche. Y,


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