Progeniem. María Cuesta
te hace pensar que sí?
—Es que a veces se te queda mirando.
«Y a veces tú te quedas mirándolo».
—No, es solo mi amigo.
—Y...
La chica la cortó:
—¿Acaso te pregunto yo por Derek?
Emma se sorprendió, en parte porque se pusiese a la defensiva y en parte porque no esperaba que nombrara a Derek, no era justo que lo nombrase.
—Podrías preguntarme, pero no estaría bien.
—¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
—Porque tú tienes posibilidades.
Se miraron tres segundos de nada. Emma, avergonzada por su comentario, mientras que Ana sintió un profundo respeto por aquella cría, quince años y nadie en su vida había sido tan sincera con ella.
—Lo siento, tienes razón, no debería haber dicho nada.
—No importa. Si no querías hablar de Luis, solo tenías que habérmelo dicho.
* * *
Salir de la base sin permiso. De las pocas normas que le quedaban por romper. Nunca se imaginó que llegaría a romper esa, era la primera norma, no salir sin permiso. Algunos habían sido expulsados para siempre, pero no le importaba, nunca lo había hecho. Y a su lado, jugueteando con su camiseta, estaba la persona que tampoco había dudado jamás.
—Carlos, juguemos a un juego.
—No voy a cerrar los ojos y adivinar por dónde me va a venir el golpe, tienes un saco de boxeo a veinte metros.
Luis sonrió, era sorprendente la capacidad de Carlos para verlo venir. Aunque, teniendo en cuenta que llevaban sus dieciocho años de vida juntos, tampoco era tan sorprendente:
—¿Qué te parece lo de hoy?
—Alucinante. Ir a por los rebeldes es nuestro sueño.
—Podemos morir.
Carlos le miró con una ceja alzada y negó lentamente con la cabeza.
—Al Luis que yo conozco, la muerte le teme a él, no él a la muerte.
—Tienes razón, el único miedica aquí eres tú.
Golpe en el hombro, esperable, y otro en la barriga, que ya dolió un poco más; aun así, se rio mientras Carlos se levantaba a hacer pesas. Siempre hacía pesas, quería compensar su corta estatura con músculos. Estaba definido, la verdad, mucho más que él, que era un pino, cerca de dos metros de altura, y aun así, su pelo rubio y sus ojos azules a pocas chicas habían atraído. Solo les oía murmurar tres palabras: «Hala, ¡qué alto!».
—Eh, tío, deja de mirarme así, sé que estoy bueno, ¿vale?
Y una vez más, Carlos le salvaba de sí mismo.
* * *
Unas horas y saldría de allí, de aquel lugar infernal, cargado de recuerdos angustiosos por las paredes, cargado de gritos en los lavabos y palizas en las habitaciones, del lugar que debería haber considerado su hogar y que no era para él más que una pesadilla escondida donde menos se lo esperase. Si se concentraba mucho, aún podía ver la casa de la playa, con la brisa del mar e iluminada por el sol; si se esforzaba mucho, aún escuchaba a su madre llamarle y pedirle que pusiera los platos en la mesa mientras su padre, sentado en el sofá, leía el periódico.
«Ayuda a tu madre y te convertirás en un gran hombre». Eso le habría dicho él, o algo muy parecido. Si seguía esforzándose, vislumbraba a su hermano, un crío que jugaba en su habitación y le destrozaba cualquier cosa. «Deja mis cosas, pesado». Pero a pesar de fingir enfado, el chico habría corrido a su lado y se habría puesto a jugar con él sin pensárselo dos veces...
Pero no quería esforzarse mucho, quería irse, aunque seguramente no volviera, aunque perdiera la vida. Daba igual, ya no le quedaba nada...
«Emma».
Su nombre resonó. Era una cría extraña, una cría que tenía poco de niña, que le había descolocado la vida en una conversación, una cría que quería ir a la base de los rebeldes sola... Loca, eso es lo que estaba, loca, y le estaba volviendo loco a él.
—¿Necesitas algo más? —La pregunta la hizo Max, un hombre mayor, de piel curtida y morena. De primeras podía resultar intimidante pero, muy en el fondo, era afable.
—No, estamos en paz, ya no me debes nada.
—Niño estúpido, sabes que nunca estaremos en paz.
Ambos sonrieron y se dieron la mano, de alguna forma ese gesto dejaba el trato más zanjado. Puede que sí, puede que el hecho de que Derek salvara la vida a su hija jamás tuviese recompensa.
* * *
La cena le supo a poco. Ni siquiera se molestó al ver a Bianca, la que, por cierto, parecía más enfadada aún. Ana le había dicho que pocas veces alguien había osado siquiera llevarle la contraria; menos Derek, él parecía un caso aparte. Y a punto estuvo de preguntarle a Ana por qué no temía que Bianca utilizara su poder con él, pero se contuvo. Si alguien se lo tenía que decir, tenía que ser Derek.
—Emma, vengo de parte de Amanda. Debes acudir a su despacho.
Entre sorpresa y confusión, Emma caminó tras aquella chica. Era joven, veinte años, quizá más, pero su rostro la hacía parecer de catorce o quince; caminaba ligera para lo baja que era y la llevó hasta Amanda en menos de diez minutos. Según el reloj de la pared, eran las diez menos cinco. Fuera lo que fuese lo que Amanda quisiera, tenía que acabar en breve.
—Adelante. —La puerta se abrió—. Paula, puedes irte, muchas gracias.
El despacho de Amanda seguía igual que siempre, austero y soso. Lo único que emanaba vida y un profundo respeto era su dueña, sentada en su silla con la mirada sobre Emma y las manos juntas sobre la mesa, inquietantemente quieta.
—¿Cómo estás, Emma? ¿Te gusta el sitio?
Un gruñido, no quería hablarle, ella sabía lo que le pasaba a su hermana y no había intentado siquiera avisarla.
—Supongo que estarás enfadada por lo de tu hermana. Lo siento mucho, Emma. —Siguió sin abrir la boca—. Está bien, iré al grano. He estado hablando con el instructor Gan, me ha dicho que aprendes rápido y que en unos meses, serás una gran progeniem.
—Teniendo en cuenta que he visto a ese instructor una vez en la sala de entrenamiento, no creo que su opinión sea demasiado acertada.
La mujer asintió, ni un ápice afectada por la actitud grosera de Emma. La chica no solía ser así, pero una parte de ser sincera es responder de forma acorde a cómo te sientes.
—¿Por qué no he descubierto mi don? Mucha gente mucho más pequeña que yo ha descubierto ya cuál tiene.
—De eso quería hablarte. Si vemos a alguien muy bien preparado lo sometemos a un sector, supongo que ya lo habrás oído. Es un sector prueba, lo programamos para que te ponga al límite. En el noventa y nueve por cien de los casos, el don sale solo, ansioso por servir a su portador.
—Habla como si el don pensase.
—El don es parte de ti; por tanto, algo de tu esencia lleva. Si tú te sientes al límite, querrá conseguir vencer a lo que sea que te esté amenazando, de alguna forma evocas a tu don.
Tenía sentido y a la vez, no, en opinión de Emma. Aún no alcanzaba a comprender cómo podía haber dentro de ella algo tan increíble, tan poderoso. ¿Y si aquella mujer se equivocaba? ¿Y si los rebeldes se equivocaron al mandarle la presencia?
—¿Cuándo tendré que ir al sector?
Amanda no pudo ocultar su sorpresa, no esperaba tan buena predisposición, pero Gan ya le había advertido de que