Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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una cosa, Carlos?

      —Claro, dispara.

      —Amanda me dijo que todos los progeniems tienen un poder. Luis y tú, ¿cuál tenéis?

      Carlos echó una ojeada a Luis.

      —Nosotros lo llamamos don, no poder. Los dos tenemos el don de controlar el agua y el fuego. Sí, suena un poco raro poder controlar dos cosas tan opuestas, por eso lo llaman el don opuesto.

      Emma pensó que también le gustaría poder hacer eso, controlar el agua cuando tuviese sed o invocar el fuego cuando tuviese frío, pero recordó cuando Ana la curó, la melodiosa voz de la chica, y pensó que también quería saber hacer eso.

      —¿Hay muchos tipos de dones?

      —Claro, hay cientos. Por ejemplo, mira a aquel chico de allí.

      Señaló a Marcos, un chico de aspecto enclenque y mirada perdida que intentaba, en vano, levantar veinte quilos del suelo.

      —Tiene el poder de leer la mente, igual que el instructor Gan. Solo necesitan entablar contacto visual y concentrarse mucho; así que no te preocupes, por cruzar una mirada no sabrá tus más oscuros secretos.

      Ambos se miraron y sonrieron. Carlos era amable y por un segundo a Emma se le ensombreció el rostro; llevaba tanto tiempo sin hablar con nadie así.

      —Aquel grupo de chicas de allí son las de curación. Si quieres ir a un concierto, ve a los suyos, sales con más vitalidad que nunca. Y aquellas de allá pueden teletransportarse; les encanta pegar sustos, te aviso.

      —Es como estar en una escuela de superhéroes.

      Y, acto seguido, se arrepintió de haberlo dicho en voz alta, era un comentario infantil. Sin embargo, Carlos asintió con una sonrisa, como si el comentario tuviese mucho sentido.

      —También existen lo que nosotros llamamos «dones oscuros»: son dones que causan dolor, tanto mental como físico.

      —¿Hay alguien aquí con un don oscuro?

      Y como si estuviesen coordinados, como si Emma pudiese adivinar quién podría tenerlo, miraron a Bianca.

      —Ella puede hacer que te retuerzas de dolor, pero, igual que para leer la mente, necesita tener contacto visual. Es jefa del equipo básicamente por eso, solo uno dijo que no.

      —¿Quién?

      —Derek, pero él tiene excusa...

      Nunca sabrá por qué tiene excusa, ya que apareció frente a ellos. Gan ya salía por la puerta, aliviado de que el chico hubiese accedido a acompañar a Emma en la prueba.

      —Emma, necesito hablar contigo. —Miró a Carlos—. A solas.

      El aludido ni se inmutó, le dio un golpecito en el hombro con el puño a modo de despedida y se marchó junto a Luis. Ana ya iba a ir hacia ella cuando Carlos la detuvo. Emma juraría que había dicho cretino en cuanto oyó lo que le dijo Carlos.

      —A medianoche harán la prueba a tu padre y a tu hermana, así que no te duermas, porque no te despertaré con un beso, eso te lo aseguro.

      Emma tuvo que repetirse varias veces la frase antes de ubicarse. ¿Cómo lo había podido olvidar? Su familia... Tenían que someterse a una prueba y luego podrían marcharse. Ese hecho mezcló el alivio de sacarlos de allí con una profunda sensación de soledad. Los volvería a ver, ¿no?

      —Bien, estaré despierta.

      —Espera.

      Momentáneamente la sujetó del brazo.

      —No le puedes decir a nadie lo de la prueba, y eso incluye a Ana, Luis y tu queridísimo Carlos.

      —No es mi... ¿Sabes qué? Déjalo, no diré nada.

      Esta vez, cuando se giró, no la detuvo. Derek pensó que verla ofenderse era, cuanto menos, divertido. Era obvio que Carlos no era su «queridísimo», pero ¡qué más daba!

      Mientras, Emma maquinaba las múltiples formas de hacer tragarse las palabras a alguien. Siempre la dejaba en ridículo con esa mueca burlona y esa mirada de superioridad. No tenía por qué ser así, pero cuanto más se cabrease, más disfrutaría él. Así que suspiró y, con la cabeza bien alta, se dirigió hacia Luis, Carlos y Ana.

      —¿Te ha pedido matrimonio? —soltó Luis.

      —¿Qué? ¡No! Hemos hablado del entrenamiento.

      Todos asintieron.

      —¡Que es verdad!

      —Tus mejillas rojas dicen lo contrario. —Y Emma no supo qué replicar.

      Capítulo 4

      Diez minutos antes de que llegara la medianoche, Emma y Derek salían de la habitación con paso silencioso. Emma, que no se orientaba bien ni siquiera cuando era de día, tuvo que acostumbrarse a la sensación de esperar a que Derek tomara alguna dirección. Él, por su parte, no parecía dispuesto a entablar conversación, y aunque a ella no le gustaba forzar las cosas, tenía que preguntarlo:

      —¿En qué consiste la prueba?

      —Les inyectan un líquido que les hace entrar en una especie de trance; entonces, les hacen varias preguntas y el que esté sometido, dirá toda la verdad. Es imposible mentir.

      —¿Y por qué quieren hacer esa prueba a mi hermana y a mi padre?

      Giraron en el siguiente pasillo y Derek aceleró el paso, claramente ansioso por llegar.

      —Ha habido intentos de infiltración por parte de progeniems no deseados... No preguntes, sé más bien poco. Una pregunta… ¿Cómo de unidas estáis tu hermana y tú?

      —Es la única persona a la que me pude aferrar cuando mi madre se fue, por eso quiero sacarla de aquí lo antes posible. Cuando la vi en la enfermería parecía que hubiese perdido totalmente la cabeza.

      Derek estuvo a punto de pararse y abrazarla, no supo por qué, pero le vino ese instinto. De alguna forma extraña, no quería que Emma fuese a presenciar la prueba, pero no hizo nada, se limitó a abrir la puerta cuando llegaron a su destino y a pasar tras ella. Emma lo observó y frunció el ceño.

      —¿Te vas a quedar?

      —¿No creerás que he venido hasta aquí para perderme el espectáculo?

      Le arrancó una sonrisa y eso le enorgulleció.

      Mientras, ella ya tenía la vista fijada en su hermana; la había echado tanto de menos. Era su hermana, daba igual que muchas veces lo único que quisiera fuese morirse, ella la quería. A su lado, su padre miraba al suelo con expresión cansada, la piel se pegaba a sus pómulos, resaltándolos, y las bolsas alrededor de sus ojos nunca habían sido tan profundas. Fue a acercarse a ellos, a decirles que pronto saldrían de allí, pero se dio de bruces contra un cristal. Lo golpeó con fuerza y gritó sus nombres. Nada, ni siquiera un ligero movimiento; alguien le tocó el hombro y se cruzó con los ojos de Derek; hasta ese momento no se había dado cuenta de lo azules que eran.

      —No puedes pasar, van a empezar ya. Vamos, nos pondremos allí.

      La cogió del codo y la medio arrastró hacia una columna. Ella seguía sin poder apartar los ojos del rostro de su hermana mientras le inyectaban en el cuello un extraño líquido amarillento; segundos después, le tocó a su padre.

      —Presentaos.

      La voz no salió de ningún lado, era metálica y más bien robótica, no parecía posible que fuese humana.

      —Me llamo Víctor, tengo cuarenta y ocho años y tengo dos hijas.

      —Me llamo Clara, tengo quince años y tengo una hermana.

      Emma contuvo la respiración. En ninguno de los dos había ningún tipo de vida o emoción al decirlo.

      —Víctor, te casaste, ¿no? ¿Qué pasó con tu mujer?

      —Estuve


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