Progeniem. María Cuesta

Progeniem - María Cuesta


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los rebeldes. Ella había traicionado a los orígenes creyendo que era lo correcto. Entonces vio lo que pretendían los rebeldes, vio cómo esclavizaban a los inmunes… Ella se negó, pero ya era demasiado tarde, estaba metida hasta el fondo, por eso se fue. Creyó que no encontrarían a Emma, al menos la habéis encontrado vosotros. Ahora nos dejaréis en paz, ¿no?

      —Aquí las preguntas las hacemos nosotros.

      Emma se crujió los nudillos. Su padre nunca había llamado zorra a su madre, se supone que la quería, se supone que, por encima de todo, debes amar a tu pareja.

      —¿Cómo supiste quién era la hija progeniem?

      —¿Que cómo lo supe?

      Su boca se tornó en una brusca mueca, sádica.

      —No lo supe hasta que mandaron a una presencia para quitar toda la energía de Clara. Mi pobre hija, la única que era normal en la familia, se vio consumida por aquella cosa. Quise deshacerme de Emma, pero recordé que mi mujer me advirtió que si la presencia no estaba cerca de un progeniem, destruía a la persona que ocupaba. No iba a arriesgarme a perder a mi única hija normal.

      Emma retuvo las lágrimas, ella también se consideraba normal.

      —¿Tuviste algún contacto con los rebeldes después de que tu mujer se fuese?

      —No, nunca.

      —Bien, puedes irte.

      Más que una sugerencia, era una orden. El hombre se levantó y zigzagueó hasta la puerta, luego se dejó caer en el suelo, haciendo que Emma lo perdiera de vista. Suspiró. Ahora le tocaba a su hermana. Al menos ella siempre la había apoyado en todo, pero eso de la presencia no sonaba nada bien.

      —Dime, Clara, ¿cómo te llevas con tu hermana?

      —La... la... la odio. Por su culpa, esta cosa me... me habla y me susurra cosas. Por las noches tengo pesadillas tan horribles que, incluso, a veces siento dolor, un dolor físico, pero ella no se da cuenta de nada. Ella y su estúpida obsesión de que fuera feliz, pero cada vez que quería decirle qué me pasaba, gritarle lo que la odiaba, la voz me amenazaba con matarme, con ahogarme por la noche en la oscuridad...

      —¿Podrías librarte de esa voz?

      —No, ella estará en mí mientras mi hermana viva.

      Emma se dobló sobre sus rodillas y ahogó un grito. Nadie parecía oírla y ella no oía a nadie, solo resonaban sobre ella, una y otra vez, sus palabras: «Ella estará en mí mientras mi hermana viva», «gritarle lo que la odiaba».

      —Emma, Emma, mírame, mírame.

      Le cogió el rostro con sus suaves manos, pero a ella no le servía de nada. Aún recordaba con exactitud la primera vez que su hermana sonrió tras meses, fue como ver el sol después de meses granizando, fue como renacer, y eso que fue un gesto de tan solo un segundo, pero fue su segundo, y ahora... Ahora todo eso no importaba.

      —Emma, por favor, escúchame. —La levantó—. Vámonos.

      No sabría decir cómo acabó en el pasillo, solo supo que se dejó caer en el suelo y se abrazó las rodillas con fuerza mientras sollozaba. Hacía exactamente diez años que no lloraba, y ahí estaba, quedando en ridículo delante de Derek y a saber de cuántos más, pero no le importó ni lo más mínimo.

      —Soy un... un mons... monstruo. Me odia, Derek. Me odia más que a nada.

      Derek le acarició los brazos en un vano intento de tranquilizarla. ¿A quién quería engañar? Si le hubiese pasado algo así a él... Bueno, prefería no pensarlo.

      —Escucha, no es culpa tuya. No es culpa tuya, Emma.

      —No me mientas.

      Su mirada vidriosa se perdió en la oscuridad del pasillo. El labio inferior le temblaba y parecía, a vistas de Derek, que esa noche no la superaría. Pero, de repente, sus facciones cambiaron, se puso totalmente seria y se secó las pocas lágrimas que le quedaban.

      —¿Cómo puedo sacarle esa cosa de ahí dentro?

      —Emma...

      —¿Cómo puedo hacerlo?

      Derek guardó silencio durante unos cuantos segundos.

      —No se puede, permanecerá ahí hasta que tu hermana muera.

      —O yo muera, ¿no?

      Él negó y le quitó un cabello del rostro.

      —No, no funciona así. Esa voz quiere alimentar su odio hacia ti de forma que os destruya a las dos.

      —Pero si me mantengo lejos de ella, ¿la matará?

      —¿Tú querrías vivir así?

      —Responde a mi pregunta.

      —La presencia es mandada para que nadie note que está ahí. Cuando la descubren... bueno, hay veces que se van, y otras... otras que acaban con la persona. Todo depende de lo que le hayan ordenado.

      Emma empezó a ser consciente de lo cerca que estaba Derek de ella y, no supo por qué, le abrazó.

      —Venga, Emma.

      Derek miró sorprendido a la lejanía.

      —Quiero irme de aquí. —Sollozó la chica.

      —Claro, vámonos.

      * * *

      La mañana siguiente fue inexistente para Emma, era como caminar bajo el agua, por mucho que avanzaba una masa le impedía hacerlo a mucha velocidad. Derek no apareció en toda la mañana, pero ella pondría la mano en el fuego de que había dado algún tipo de advertencia a Ana, Luis y Carlos, pues ninguno de los tres le preguntó nada sobre su deplorable aspecto. Sin embargo, el silencio no podía ser eterno, y advertirles a ellos era fácil, pero Bianca era de otra pasta.

       —Vaya, creo que ya sé cuál es tu don, niñata.

       Su grupo, tras ella, le echaba miradas inquisidoras.

       —El don de la nueva es dar pena, ¡enhorabuena! Vamos a celebrarlo todos.

       —Bianca, cállate —lo dijo en un tono apenas audible, pero la chica cesó su risa y la miró de tal forma que, de no haberse sentido tan desgraciada, hubiera retrocedido.

       —¿Qué has dicho?

       «A la mierda», pensó.

       —He dicho que te calles.

       Inhaló tres veces con violencia mientras se crujía los dedos. Nunca en su vida había visto a alguien tan enfadada. Ana la observaba sin dar crédito a lo que estaba haciendo.

       —Emma, discúlpate.

      —No —le gruñó.

      —Bien, nada más llegar debí mostrarte quién manda aquí.

      Y cuando se cruzó con sus ojos, un dolor agudo y repentino le atravesó la columna. Era indescriptible. Empezó a arrodillarse, presa del pánico. Y de golpe, cesó. Bianca se encontraba cogida por el cuello de la camisa, a unos cuantos centímetros de Derek.

      —Venga, Bianca, ahora prueba conmigo.

      La chica lo empujó con las manos en el pecho y Derek la soltó con una mueca de asco. Luego, se giró para mirarla y su expresión no cambió un ápice.

      —Y tú, levanta.

      Emma, que en otra situación se hubiese sentido más dolida, se limitó a obedecerlo.

      —¿Por qué la defiendes, Derek? ¿Acaso sientes debilidad por las chicas estúpidas e inútiles como ella?

      —Sabes tan bien como yo que no te está permitido usar tu poder aquí. ¿Sientes debilidad por lo prohibido?

      Y con esto, dejando tanto a Bianca como a Emma anonadadas, salió de allí.

      —No siempre estará él


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