Todas nuestras noches. Maximiliano Pizzicotti

Todas nuestras noches - Maximiliano Pizzicotti


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mientras se estira para agarrar las llaves colgadas junto a la puerta. Está en su casa. La conoce desde hace más de diez años.

      Contemplo la escena desde lo alto de las escaleras mientras le da doble giro a la cerradura. Abre la puerta y una ráfaga de viento helado se cuela en el living. Es mi última oportunidad. Me obligo a despegar los labios.

      –¡VALENTINA! –intento gritar. Pero suena a alarido y se corta en medio de su nombre.

      Sus ojos se elevan del suelo, medio cuerpo afuera, pero no alcanzo a leerlos bien porque, una milésima de segundo más tarde, azota la puerta y desaparece tras ella. Lo único que se escucha ahora es el tintineo de sus llaves contra la madera y mi llanto ahogado mientras me desplomo en el suelo obligándome a creer que todo esto no es más que otra pesadilla.

      Con la excepción de que esta vez sé muy bien que no lo es.

      Debe ser la quinta vez que voy al baño desde que cerré los ojos e intenté dormir.

      Ya ni sé a qué me levanto, simplemente no puedo conciliar el sueño. Todos están acostados. Noto la luz del velador en el cuarto de al lado (seguro es mamá leyendo una novela) y los leves ronquidos de papá que resuenan por toda la casa.

      Me empapo la cara con agua tibia, arrastro mis pantuflas lentamente por la casa, abro la heladera, me olvido de lo que buscaba, la cierro, doy otra vuelta. Son casi las cuatro de la mañana. De repente recuerdo lo que iba a buscar así que me deslizo otra vez en la cocina y saco una jarra con jugo, me sirvo un vaso, camino otro poco y finalmente vuelvo a llegar a mi habitación.

      Todo sigue como esta mañana. Las botellas ruedan cuando las pateo, los zapatos de Valen permanecen aún semiescondidos bajo la cama, las sábanas entreveradas, su perfume en mi almohada. No fue la primera vez que dormimos juntas, pero si fue la primera vez que nos sacamos la ropa entre besos. Que nos desnudamos completamente, que nos tocamos de esa manera, que nos quisimos con tanta sed… que hicimos algo de lo que no hay vuelta atrás.

      Nunca me había sentido tan viva y lo apuesto todo a que ella tampoco.

      Fue el error más hermoso que podríamos haber cometido jamás. Pero al contrario de lo que me juraba a mí misma veinticuatro horas atrás mientras la besaba, puedo afirmar que me arrepiento. Ambas habíamos tomado de más, tanto que ni siquiera nos tembló un pelo cuando frenamos un taxi en el medio de la calle para volver a casa.

      Recuerdo que en el trayecto no podía quitar mis ojos de ella. Ahí en el asiento trasero estaba más hermosa de lo normal. Se había rizado un poco el cabello y maquillado a la perfección. Sus pendientes fueron un regalo mío y al collar lo habíamos comprado la semana anterior para que le fuera a juego. Las luces de la ciudad brillaban desenfocadas detrás de su perfil y, en cuanto apagó su celular, estoy segura de que notó lo embobada que estaba al verme perdida en su belleza.

      No recuerdo quien pagó, pero recuerdo tirar mi bolso al entrar a casa y aferrar mis brazos contra su cuerpo ni bien se cerró la puerta. Recuerdo que subimos las escaleras gateando para no hacer ruido y que, al entrar, nos quedamos unos segundos la una frente a la otra rememorando noches como esta.

      Cuando uno lleva su tiempo junto a otra persona, llega un momento en el cual se hace demasiado evidente lo que al otro se le está cruzando por la cabeza en todo momento. Entre nosotras nos conocemos así. Y un vistazo a su cara bastó para darme cuenta de que estaba angustiada porque nos quedaba muy poco tiempo así de unidas.

      Nuestro último año de secundaria terminará en un par de meses y ambas sabemos que lo que el destino le depare a cada una de nosotras es (por más que tratemos de controlarlo) incierto.

      Valentina siempre está conmigo incluso cuando no estamos juntas. Está cuando le agrego mucha azúcar al café, porque así me enseñó a tomarlo. Cuando esquivo las grietas de las baldosas, porque a eso jugábamos de chicas (y no tan chicas). Está cada vez que veo mis pósters de Harry Potter en la puerta del ropero, porque con ella los pusimos ahí después de vernos todas las películas.

      Está dispuesta a todo siempre que la necesito. Ni siquiera tiene que sonar el teléfono por más de dos tonos para que me atienda diciendo que está camino a casa para curarme el malestar con mucho helado y abrazos. Pero el problema es que ahora no está y su teléfono me deriva al buzón de voz que nunca escucha. Mis lágrimas no se secan con sus abrazos y el nudo que tengo en el estómago no aguanta lo apretado.

      Dejo el celular en la mesa de luz junto al vaso vacío. Me tapo con las mantas y de nuevo aprieto los ojos esperando que me trague el sueño. Ya casi va a ser hora de levantarse para ir al colegio y hoy, a diferencia de la semana pasada, no me carcome el cerebro pensar en cómo haré para estudiar para tantos exámenes juntos, sino que la duda que ronda en mi mente es: ¿quién empezó todo anoche?

      Por más memoria que haga, no consigo recordar quién rompió ese abrazo que nos dimos a los pies de mi cama. Quién se inclinó sobre la otra y dio el primer beso. Cuál de las dos lo devolvió. Quién le bajó el cierre del vestido primero a quién y quién fue la primera en quedar desnuda. En un rincón de mi mente comienzo a creer que fuimos ambas a la vez y, mientras abrazo la almohada dando el último bostezo, doy fe de que por más terrible que pueda ser pagar las consecuencias y de lo mucho que pueda llegar a arrepentirme, esa fue la mejor noche de mi vida.

      Espero que la de ella también.

      El despertador suena justo cuando alcanzo a dormirme (o, al menos, eso parece). Por unos segundos, saboreo la idea de seguir durmiendo y faltar al colegio, pero me rindo al ver el uniforme colgado en la puerta del ropero y al recordar cómo amanecí con Valen ayer, en esta misma cama. Necesito hablar con ella, no podemos ignorar lo que pasó por más tiempo.

      Al salir de la ducha me noto más espabilada. Bajo la lluvia enumeré todas las cosas que quería dejar en claro ni bien nos cruzáramos al entrar al colegio. No es el mejor lugar para hablar del tema, pero de momento es el más próximo y, ya que no responde mis llamadas, espero que sí se digne a decirme algo a la cara.

      También espero conservar la paciencia, al menos hasta el mediodía.

      Lo que más quiero es hacerle ver que no podemos ignorar lo que pasó entre nosotras. Ya basta de hacer como si esos besos instantáneos que nos damos en los labios no fueran más que una muestra de cariño. Al menos para mí significan mucho más que eso y, conociéndola a ella, sé que también lo sabe. Pienso poner fin a las confusiones y establecer cómo seguiremos de ahora en más. Novias o amigas. Duele, pero tenía que llegar la hora de ponerle un punto final.

      Quiero contarle todo lo que siento por ella desde que, hace un par de años, durante el cumpleaños número trece de una de nuestras amigas, nos encerramos en el baño a la madrugada y probamos darnos nuestro primer beso.

      Esa fecha marcó un antes y un después en nuestra amistad. Habíamos estado hablando del tema antes de acostarnos a dormir. Todas las chicas en la pijamada ya habían besado a alguien a excepción de nosotras. Cuando nos tocó contar nuestra experiencia, ella empezó a inventar una historia en la que se besaba con un chico llamado Joaquín durante el verano y, con un par de miradas cómplices, acopló su cuento al mío diciendo que ambas lo conocimos mientras caminábamos junto al río. Lo habíamos visto jugar al fútbol con su mejor amigo, Nicolás, quien, a su vez, sorpresivamente terminó siendo mi primer beso.

      Un par de horas más tarde, en la habitación yacían cinco chicas durmiendo y dos jugando a hacerse cosquillas. La que hacía más ruido primero, perdía. Así que justo cuando Valen estaba a nada de vencerme, le dije que tenía que ir al baño. Me esperó afuera, pero cuando abrí la puerta, en lugar de acompañarme de vuelta al cuarto, se metió adentro conmigo.

      –¿No te parece que ya deberíamos haber dado nuestro primer beso? –me preguntó cuidando su tono de voz. No me costó darme cuenta hacia donde iba. Asentí lentamente mirándola a los ojos mientras tomábamos


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