Todas nuestras noches. Maximiliano Pizzicotti
por ella siempre habían estado ahí, solo que mi mente no entendía cómo podía atraerme otra chica. Mucho menos mi mejor amiga.
–Yo siempre imaginé que sería con la persona que más adorara en este mundo –me respondió.
Y entonces sus labios humedecieron los míos. Me apartó las manos del regazo y me tomó de cada una a los costados. Mi cuerpo se llenó de adrenalina, mi mente se nubló. Sabía a chocolate y olía a vainilla. Me envolvió toda su esencia transportándome a su propia nube, un lugar donde resido desde aquella noche. Recuerdo haber abierto los ojos durante el beso y notar sus pestañas cerradas con el maquillaje intacto. Nos apartamos a la vez, sin poder evitar reír por lo bajo tratando de no despertar a las otras chicas.
Así que así se siente besar a alguien, pensé en ese momento, queriendo repetir aquel beso una y mil veces más.
Antes de cruzar la puerta del colegio, levanto la vista al cielo notando como una capa de nubes apaga parcialmente la luz y me subo el cierre de la campera hasta el mentón. Se siente la humedad en el aire, hace mucho frío y el vacío en mi estómago no ayuda. Algunos días entro al patio con los ojos cerrados, esperando llegar al aula para tirarme sobre un banco a dormir una siesta. Sin embargo, hoy, contando con probablemente solo dos horas de sueño, no me puedo sentir más despierta. Mis ojos solo rastrean a Valentina.
Ya tendría que haber llegado, no es muy temprano.
En el aula no está, así que subo las escaleras hacia el baño. Tampoco. Me pregunto si vendrá, pero estoy muy convencida de que sí. No le quedan muchas faltas y todavía no llegamos a mitad de año, ¿serán tan fuertes sus ganas de no verme que hacen que valga la pena otra inasistencia? Siento que me estoy poniendo muy paranoica así que me mojo la cara con agua para despejarme un poco.
El primer timbre suena mientras me seco con la toalla de mano. Tenemos cinco minutos para entrar a clase así que me dirijo hacia las escaleras y, de repente, diviso su pelo castaño atravesando la entrada.
Por un segundo, vuelve a ser domingo por la mañana.
–¡Valen! –la llamo desde el descanso.
Se gira a mirarme y esta vez frena. Apuro el último tramo y la alcanzo. Está abrazando sus libros por lo que supongo que otra vez se habrá olvidado dónde dejó su mochila.
–Creo que tenemos que hablar, ¿no?
–Sí, Mica –dice elevando finalmente su vista hacia mí. Sacando la conversación de contexto, parecería como si estuviésemos hablando de un trabajo práctico a medio terminar–. Perdón por no haberte respondido es que todo esto es...
–Confuso. Sí, entiendo –me siento tan aliviada de volver a escuchar su voz que hasta casi me dejo llevar por el impulso de abrazarla–. Estaba pensado que podíamos hablar del tema a solas, ¿te parece?
Asiente casi por inercia.
–Estaba pensando en eso también, sí. ¿Puede ser esta tarde? –noto un dejo de prisa en su voz, casi incomodidad. Es raro porque nunca fue de las que les importa entrar a tiempo a clase–. ¿En nuestra esquina de siempre?
– Sí, obvio... –las palabras salen de mí a modo de pregunta mientras ella se da la vuelta y sigue su trayecto. No entiendo por qué está tan apurada. La sigo un par de pasos, hasta que la desesperación me gana y me veo obligada a ponerme en su camino.
–Valen.
–Mica...
Trata de esquivarme.
–Perdón, pero es que no podemos ignorarnos de ahora en más. No quiero que eso pase, por favor... –mi mente se nubla con tan solo hacerme la idea–. Sé que tú tampoco.
Si la situación ya era de por sí incómoda, no me imagino lo que debe sentir al ver como las lágrimas empañan mis ojos.
–No te estoy ignorando, Mica –dice, acelerando sus palabras–. Simplemente no quiero tener más problemas.
–¿Problemas con qué?
Pero ni siquiera es necesario que me conteste esa pregunta. Fui una tonta en hacerla demasiado rápido. Sé a qué se refiere y no tardo en darme cuenta de por qué sus últimas palabras salieron en un volumen tan bajo. Una figura alta pasa por mi costado, toma a mi amiga de la cintura y presiona sus labios donde el domingo pasado estuvieron los míos.
¿Acaso olvidé mencionar que Valentina tiene novio?
A la larga aprendí que, ignorar la existencia de Tomás, me facilitaba la mía. Creo que ya se hizo competencia, puesto que al parecer soy invisible cuando estoy junto a su novia. Por eso no quiero ni pensar en él o en sus mil y una formas de manipular a mi mejor amiga. Odio que Valentina haga oídos sordos cuando le digo que su relación no es sana. Pero tampoco niego que, un par de veces, el motor detrás de mis palabras hayan sido los celos.
Ahora ya no puedo ni pensar en claro. Me quedo parada como una estúpida por unos segundos viendo como Valentina aparta a Tomás con el brazo.
–¿Qué pasa, amor? –le murmura su voz grave con ese sutil tono amenazante.
¿Por qué no se da cuenta?
Valentina se queda callada, su vista va desde mi cara a la de su novio, sus manos aferran los apuntes con tanta fuerza que ya están a un paso de doblarse a la mitad. Me está por decir algo cuando suena nuevamente el timbre. Es el segundo llamado así que opto por darle la espalda y seguir mi camino hacia el aula.
El pasillo está desierto a excepción de nosotros. Al bullicio de los alumnos lo sofocan las puertas y, por unos momentos, lo único que escucho es el latir de mi corazón hasta que se retoman los besos. Noto una lágrima caer por mi cara mientras tomo el picaporte y, antes de dar un paso dentro del aula, giro mi vista hacia la pareja. Nunca les importa llegar tarde a clase.
Ver como se comen a besos me desgarra, pero me sorprende descubrir que los ojos de Valentina se abren rápidamente buscándome en el pasillo. Quiero gritarle, pero me contengo. Simplemente me limito a negar con la cabeza y, al entrar a la clase, busco el pupitre del fondo.
Hoy me siento sola.
Valentina no se me acercó en toda la mañana.
Nuestros compañeros me preguntaron qué había pasado entre nosotras, pero solo me limité a decirles que estaba teniendo un mal día. No dudaron en apartarse. Lo más cerca que estuvimos ella y yo, luego del encuentro en el pasillo, fue un cruce de miradas durante la clase de Historia.
Antes de continuar su lección sobre la Segunda Guerra Mundial, el profesor nos pidió la tarea que por primera vez no había hecho y, en su lugar, entregué una hoja en blanco con mi nombre. Lo peor fue que no me importó en absoluto.
Me pasé el resto de la hora tratando de leer una novela para clase de Literatura. Cuando el profesor me pidió por favor que la guardara, levanté la vista de las letras y presencié como todas las cabezas del aula se giraban a mirarme. Ahí, en la fila del medio, vislumbre la de Valentina antes de que sus ojos descendieran al suelo.
Me limité a cerrar y guardar la novela en mi mochila y, luego de unos minutos, la volví a sacar. Esa vez no me dijeron nada.
Camino a casa decido tomarme un taxi. Comenzó a llover y mirar a través de la ventana se siente por unos segundos como estar de nuevo en aquella noche de sábado. No logro quitar de mi mente esas imágenes ni por un segundo. Como si fuesen una de esas canciones pegajosas que no puedes dejar de cantar hasta que llega un momento en el que te hartas hasta de ti misma y, aun así, la sigues tarareando.
Me bajo varias calles antes porque, según marca el reloj de las tarifas, estoy llegando al límite de mi dinero. La lluvia golpea mi piel empapando mi capucha y mi mochila se vuelve