Todas nuestras noches. Maximiliano Pizzicotti
polvos de colores. El sol se empezó a asomar en el horizonte y por la fiesta corrió el rumor de que no tardarían en prenderlas, así que se me ocurrió buscarla. Nos habíamos pasado toda la previa practicando las poses que íbamos a hacer cuando los colores estallaran y las cámaras desataran sus flashes.
No quería vivir ese momento sin ella.
Recuerdo haberla buscado por un par de canciones, batallando contra gente sudada y tratando de no tirar ninguna bebida en el proceso. Le estaba mandando mensajes cuando a la lejanía la encontré besándose con Tomás, tan juntos que parecían pegados. Las manos de él toqueteándola entera.
No había tomado mucho como para vomitar, pero en ese momento sentí que el estómago se me revolvía y mis ojos empezaron a buscar un lugar donde lanzar. Me quería ir. Teletransportarme hasta casa y estar acostada con ella mirando pelis y comiendo chocolates como el fin de semana anterior.
Encontré los baños portátiles. La fila era eterna así que me las arreglé para llegar hasta uno de los costados y vaciar mi estómago ahí. Me quedó un sabor asqueroso en la boca y la música me empezaba a aturdir, me sentía mareada, horrible. Iba volviendo al lugar donde vi a Valen cuando las máquinas se activaron y el humo de colores chillantes empezó a inhibir mi visión. La masa de chicos eufóricos me llevaba por delante a cada segundo y sentía como mi ropa no solo se teñía por los polvos, sino también por vuelcos accidentales de bebidas que saltaban entre tanto tumulto.
A partir de ahí me di por perdida.
A la noche siguiente, Valentina me llamó para contarme que perdió la virginidad con Tomás. Yo le conté como me tuve que volver a casa con un grupo de desconocidos que manejaban por la ruta alcoholizados. Una experiencia muy serena que para nada desearía olvidar.
–El verano entre cuarto y quinto año fue uno de los mejores –le adelanto a Gabriela con una sonrisa en la cara.
Si bien Valentina estaba empezando algo con Tomás, no se veían muy seguido. Todavía disfrutaba de libertad, pero ya empezaba a ver ciertas actitudes de él que me llamaban la atención. Cuando salíamos a bailar, primero tenía que asegurarse de que ni Tomás ni sus amigos estuvieran en el boliche. Después sí, podíamos ser todo lo exageradas que deseáramos y ella podía buscarse todos los chicos que quisiera.
–Mira aquel, ¿por qué no lo encaras? –me preguntó una noche.
Era febrero, a punto de empezar nuestro anteúltimo año de clases.
–¿Ese? –me reí–. Estás loca. ¿Ves cómo baila?, es un payaso.
–Bueno querida, no nos pongamos exquisitas que bien que cuando Ernesto te tenía contra la pared no decías nada.
Ernesto es el único chico que besé hasta la fecha. A pesar de su nombre de camionero, no está tan mal y fue solo un desliz de verano. Me habló un par de veces por WhatsApp después de esa noche, pero opté por bloquearlo después del quinto ‘’¿Qué haces?’’.
–Cállate que tu historial tampoco es impecable, ¿o acaso te olvidaste de Juan? –le repliqué esa noche en tono de burla.
–Shhh. No dije nada, no pasó nada.
Juan fue el segundo chico con el que Valentina tuvo sexo. Era universitario, estudiante de Ingeniería. Ese sí no era muy lindo, pero al menos la trataba mejor y no la celaba donde sea que fuera.
El año pasado comenzó normal, pero después de las vacaciones de invierno las cosas se empezaron a salir de eje, lo que se traduce como: Valentina empezó a salir oficialmente con Tomás.
La relación ya se titulaba “novios” y a mi cara de horror la tenía que lavar todas las mañanas cuando ni bien despertaba y recordaba que existía. Fue una época en la que empezamos a salir a bailar con más frecuencia. La rutina era juntarnos los viernes por la tarde y en los últimos sorbos de café organizar con quiénes saldríamos esa noche.
Por lo general todo iba bien hasta que llegaba ese momento de la previa en la que Valen se sentaba en un sillón y por varias canciones no soltaba el celular. Del otro lado de los mensajes, el troglodita de su novio insistía: “¿A ver qué te pusiste hoy? ¿Por qué sales tanto? Me contaron que estabas bastante sacada anoche, ¿sabías que hace mal tomar mucho? ¿Quién es ese que salió con ustedes?”. Y eso que esos eran, apenas, los mensajes que me mostraba.
–Mira cómo se pone –me decía orgullosa–. ¿No es un divino?
No, Valentina. Es un manipulador, ¿por qué te cuesta tanto darte cuenta?
No había caso. No quería entenderlo. Estaba tan cegada que no notaba su forma de tratarla como a un objeto. Se había convertido en una chica que se acostaba con él fin de semana por medio y que después veía en el colegio durante los recreos para hacerle a sus compañeros envidiar su privilegio.
Llegó un punto en el sentía como si no pudiera decir nada. Como si mi opinión ya no valiese.
Un viernes por la tarde me tomé el café demasiado rápido.
–Entonces, ¿qué hacemos esta noche? –le pregunté–. Me habló Maru y me dijo que se sumaba, creo que las otras chicas van a una previa en casa de...
–Mmm, espera –me cortó–. Le pregunto a Tomás.
Me quedé atónita.
–¿Qué?
–Si puedo salir –me contestó como si fuera lo más común del mundo–. Ahí le mandé.
Creí que estaba bromeando conmigo hasta que leí el chat en su pantalla.
–¿Habías organizado algo con él?
–No, pero prefiero consultarle antes de salir –me contestó en cuanto sonó la notificación en su celular–. ¿Ves? Ahí me respondió. Dice que no hay problema, él también sale. ¿Dónde hay previa me decías?
Esa tarde Valen había llegado tarde y en la espera le comenté a Gabriela como seguía el tema entre ella y su novio. Fue horrible admitirlo, pero ya se sentía como si estuviera perdiendo a mi mejor amiga por culpa de un chico que, encima, no la trataba con el respeto que cualquier persona merece.
–Yo creo que deberías planteárselo –me aconsejó aquel viernes–. Quien no respeta tu libertad, no te quiere. Quizás ella no lo vea, pero puedes hacérselo entender. Avísame si necesitas que te ayude.
Nuestra conversación fue cortada por la campanita de la entrada y, con ella, la llegada de mi mejor amiga. Gabi siguió su trabajo, pero eso no impidió que sus palabras quedaran resonando en mi cabeza mientras nos servía el café. El hecho de que Valen le tuviera que pedir permiso a su novio para salir a divertirse (o hacer algo siquiera) fue la gota que terminó de rebalsar el vaso.
–Valentina, ¿no te das cuenta de que Tomás te está manejando como si fueses un títere?
Me miró por sobre su taza de café, sorprendida.
–¿Qué dices?
–Eso –la enfrenté firme–. Que vive manipulándote. Te trata como si fueses una pertenencia, no te deja vestirte como deseas, te controla lo que haces todo el tiempo. A la noche te llama para que vayas a acostarte con él y vas porque te da miedo que te deje. Esas cosas no son sanas, Valen... No es así.
No se esperaba que se lo planteara tan seriamente. Ya no era un comentario que le decía en la escuela, al entrar a clase o mientras mirábamos una serie. Esta vez iba en serio y lo peor no era que sus ojos reflejaran lo herida que la hacía sentir abordar la situación, sino que en el fondo sabía muy bien a lo que me refería.
Fue una tarde de susurros que se sentían como gritos en medio de la merienda. Ella hacía oídos sordos, pero yo no podía parar de decirle lo mucho que me preocupaba la situación que estaba viviendo.
Mentirles a sus padres diciendo que se queda a dormir en casa, pero pasando la noche en lo de su novio.
No