Todas nuestras noches. Maximiliano Pizzicotti
muy gorda.
Accediendo a pasarle fotos desnuda para ‘’no dejarlo colgado’’.
Tener que consultarle todo a él por miedo a que rompa en un ataque de furia. No vaya a ser que otra vez la amenace con dejarla.
–No te quiere Valen y le temes, aunque no lo quieras aceptar es...
–Es su forma de quererme –me contestó decidida–. Solo que no lo entiendes. Estás exagerando todo. Hazme el favor y no te metas.
–¿Y cuando me voy a meter entonces? –le pregunté sacada–. ¿Cuando mi amiga aparezca con moretones en el cuerpo? ¿Cuando sea demasiado tarde?
Mi voz se había elevado demasiado sin que me diera cuenta. En el café se extendió un silencio momentáneo y Valentina aprovechó a juntar su mochila y levantarse de la silla. Yo instintivamente, la imité.
–Ni se te ocurra –me advirtió lentamente. Sus palabras sonaron agrias, contundentes. Nunca la había escuchado así.
No supe qué hacer, pero sentí mis piernas flojas y me senté de nuevo. A continuación, la vi salir por la puerta con paso decidido.
No hablamos por una semana. Nunca más volvimos a tocar el tema.
–Me acuerdo de ese día, sí. A la semana siguiente las esperamos, pero no vinieron. Con el resto del personal pensamos que ya no las íbamos a ver más –me cuenta Gabriela siguiendo el hilo de mi relato desde al borde de su asiento.
La noche ya lleva sus horas y debería volver a casa, pero no me importa. Quiero seguir hablando con ella hasta que el dolor se vaya o me gane el sueño.
–Esa fue la última vez que hablamos del tema. Me dolió tantísimo estar alejada de ella que me acerqué a pedirle disculpas. Fui una tonta.
–Te dio miedo perderla. Es comprensible. Tenemos la debilidad de tomar decisiones estúpidas cuando el miedo nos acorrala. Si hay alguien que está mal acá no eres tú ni es Valentina, es Tomás.
–Pero ¿cómo...? –me pregunto en voz alta, sosteniendo mi cabeza entre mis manos–. ¿Cómo puedo hacer para que se dé cuenta de la clase de tipo que es?
La pregunta queda flotando entre nosotras mientras Gabriela llena nuestros vasos con más jugo de naranja. Trae hielo de la cocina y rasga un sobrecito de azúcar en el suyo.
–Te voy a contar algo –me dice revolviendo el vaso con paciencia–. Lo que está viviendo Valen no es fácil. A mí me tocó sufrirlo en carne propia.
»Hace un par de años, en mi último año de secundaria, me enganché con un chico. Él era bastante más grande que yo, casi diez años. En mi casa me tenían muy controlada y él me abría puertas a situaciones que desataban mi libertad. Hacíamos cosas peligrosas, no te las voy a nombrar, pero no eran cosas muy legales que digamos. No teníamos una relación sana, era diferente a la de Valen, pero igual de tóxica. Me llevaba a fiestas, me incentivaba a consumir drogas pesadas, me divertía y, sin darme cuenta, me alejaba de a poco de mí misma.
»Quien sí se daba cuenta era mi hermana. Una noche dije que me iba a estudiar a lo de una amiga, pero ella no me creyó así que me siguió y vio lo que hacía. No intervino, pero me grabó con su celular. Estaba tan consumida que por momentos me desorientaba. No sabía dónde estaba, no sabía qué hacía. Todo quedó capturado en el video. No lo hizo una sola vez, me siguió y me grabó durante un mes. Los jueves solían ser los días que estaba más consciente, así que una de esas tardes me agarró desprevenida y me mostró todo.
»No me reconocía, Mica. No era yo. Fue terrible tener que afrontar la verdad y lo peor es que no sé qué hubiera pasado conmigo de no haberme visto en la pantalla. Tuve la suerte de darme cuenta de lo que pasaba, pero no todas se la llevan tan barata. Mi hermana me ayudó a conseguir una psicóloga, me pagó varias sesiones a escondidas y con el tiempo me logré deshacer de él. Pero costó. Creo que la clave fue haberme dado cuenta por mí misma de que no estaba bien. Sino también hubiese hecho oídos sordos.
El silencio me indica que terminó, pero las imágenes que me dejó su historia siguen rondando mi mente durante varios segundos. Me sorprende como a veces vemos a las personas sin siquiera pensar que ellos también pueden tener una historia que los persigue a cada segundo. Heridas que, si bien pueden estar sanadas, dejan cicatrices que las marcarán para siempre.
No sé qué decir, pero creo que sí sé que hacer. Tal como hizo ella horas antes conmigo, salgo de mi asiento y me deslizo en el suyo, porque ahora la conozco un poquito más y, cuando la abrazo, no abrazo a aquella empleada que me servía el café todas las semanas, abrazo las cicatrices de una chica rota que tuvo el coraje necesario para volver a ponerse de pie.
Llego a casa un par de horas antes de que salga el sol.
Pasé el resto de la noche terminando de contarle lo que había pasado el fin de semana entre Valen y yo. Se lo había comentado antes mientras ella cocinaba, pero en ese entonces estaba muy conmocionada aún y algunas cosas no se me terminaron de entender.
Por un instante, mientras recordaba todo, se sentía como si hubiesen pasado años desde aquella noche donde cruzamos los límites. Qué cosa rara, el tiempo. A veces sentimos que no avanza, otras que lo hace muy rápido y otras no notamos su paso hasta que es demasiado tarde.
Hablar con Gabriela era ese remedio que no sabía que necesitaba. Es una chica increíble. En ningún momento sentí que le molestara escucharme, al contrario, se me hacía muy fácil hablarle. Me encantaría que empecemos a ser más cercanas y, quizás, luego de todo esto podamos llegar a serlo. Me acompañó a tomar el transporte que me deja cerca de casa. Cuando nos despedimos me abrazó tan fuerte como ella sabe hacerlo. También me pasó su número por cualquier cosa.
Estoy segura de que no le molestará que le hable, pero de momento prefiero no ser tan intensa.
Trepo las escaleras en silencio y llego a la tranquilidad de mi cuarto. Mi cama está fría así que me muevo un rato contra las sábanas para entibiarla. La poca batería que me queda en el celular la gasto en marcar el número de Valen. Dudo que esté despierta, pero de a poco voy aprendiendo a no posponer más mis asuntos pendientes. Tenemos que hablar.
Hablando la gente se entiende y si lo hace la gente, ¿cómo no lo vamos a hacer dos mejores amigas?
Escucho el primer tono y mi corazón de acelera. Espero que atienda. Espero que...
L lamada terminada.
Eso no logra calmarme mucho, Valen nunca apaga su celular. ¿Habrá bloqueado mi número? Quizás no quiere hablar conmigo o quizás sigue con su novio, después de todo, son las cuatro de la mañana. Me llama la atención que no haya dejado su celular cargando.
Algo no me termina de cerrar.
Abro WhatsApp para escribirle, pero mis pestañas ya se sienten muy pesadas, mi cabeza muy cómoda en la almohada y la batería de mi celular... muerta. Tal vez no sea una buena idea. Me estiro hacia la mesa de noche, lo enchufo y, mientras resucita, me sumerjo en un mundo de sombras, voces graves, susurros y una luz roja que se desvanece con cada latido.
La alarma me despierta a las seis de la mañana. Por más que dormí un par de horas, se siente como si hubiese estado atrapada en mi subconsciente por días y aun así no hubiese descansado ni un minuto. Quiero volver a tratar de dormir, pero en lugar de eso, tomo mi celular para apagar el pitido y lo reviso.
Esto sí que no lo esperaba. Tengo alrededor de diez llamadas perdidas de Valentina.
Inmediatamente me siento en la cama y la llamo.
Suena