Correspondencia (1967-1972). Américo 1885-1972 Castro

Correspondencia (1967-1972) - Américo 1885-1972 Castro


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positivo, en ese carácter insólito de su encuentro del que hablaba Castro. Jiménez Lozano considera las diferencias entre ellos dos una fuente de riqueza: «Las diferencias de creencias y esperanzas de que usted hablaba son simplemente una riqueza más». Subraya ese punto de confluencia reconocido por don Américo, es decir, un emparejamiento en puntos de su recorrido que se debe a «esa hondura en que coincidimos es algo mucho más importante, algo que realmente nos sobrepasa y que tiene un sentido tan trascendente como usted dice». Sigue reiterando su agradecimiento a la amistad en una etapa muy importante de la hechura de Jiménez Lozano, es decir, ese momento en la mitad de su vida en la que los años de trabajo periodístico comienzan a abrirse paso hacia una escritura reflexiva y ensayística, como también se inicia la todavía inexplorada pero muy fecunda, tal y como se puede ver hoy desde nuestra perspectiva temporal, de la obra narrativa, poética y, por supuesto, la reflexión histórica. Por eso, parecen proféticas las palabras del escritor: «Le aseguro que en la mitad —supongamos, siguiendo a Dante— del camino de mi vida, mi encuentro con usted, aparte de satisfacciones personales, se presta a una esperanzadora meditación de lo que podría ser nuestro mundo y nuestro país». El comentario sobre la esperanza que se abrió en Jiménez Lozano a través de este encuentro es importante porque —y aquí se percibe una gran coincidencia con don Américo— no está guiada por el afán de dominio y, en consecuencia, se anhela que toda relación parta de la consideración de «nuestra ánima y las almas de los otros». Y en ellas se pueda «servir en vez de echar de menos los hábitos del dominar».

      Tengo la posibilidad de irme a Madrid, pero mi vida profesional allí sería agotadora. Hay que luchar demasiado, zancadillear quizás, termina uno politizándose, esterilizándose en esa lucha. El periodismo hispánico productivo —quizás el de todo el mundo— es total superficialidad, ejercicio de sofista o de coplero. Voy a optar por puestos más humildes, pero que me dejen lugar para esa otra vida espiritual (10 de octubre de 1967).

      En buena medida, el valor que poseen estas cartas de Jiménez Lozano a Castro está en mostrarnos al escritor de Alcazarén desde dentro, en acercarnos a sus inquietudes literarias, a sus proyectos, a sus inseguridades, a los ataques que recibe y a la huella de determinadas lecturas en un periodo en el que no solo cultiva el ensayo (está escribiendo su biografía sobre Juan XXIII y se documenta para un libro sobre el anticlericalismo español), sino en el que también dará el salto a la novela con Historia de un otoño (1971).

      Jiménez Lozano abrió con la generosidad que le distingue su taller de creación al publicar en sucesivas entregas sus diarios, o, mejor dicho, sus compilaciones de notas varias, pero estas empiezan en 1973, con Los tres cuadernos rojos (1986). Para conocer la época justo anterior, este corpus inédito de textos resulta una fuente única y preciosa, porque da cuenta de cómo se configura su personalidad literaria, a la par que apunta motivos que luego elaborará en novelas y cuentos. En estas cartas vemos, por ejemplo, cómo se proyecta sobre los escritores conversos y convive en espíritu con ellos o con las víctimas de la Inquisición (El sambenito, su segunda novela, trata sobre el proceso a Pablo de Olavide; Jiménez Lozano escribirá una biografía de fray Luis):

      Los cristianos conciliares de este país estamos viviendo a veces muy dolorosamente todas las inquisitoriales aventuras de nuestros amigos Fray Luis de León y demás: las denuncias, los miedos, los insultos, a veces incluso la prisión o los golpes por parte de los defensores de la fe (3 de agosto de 1967).

      Tampoco se sustrae de reflexionar sobre la guerra civil, tema de una novela (La salamandra) y numerosas narraciones cortas, recogidas en sus libros de cuentos desde 1976 hasta el más reciente de 2019:

      Se trata de comprender y de entender, de unir y de pacificar, de superar las secuelas de esa otra lucha de castas y de estatutos de limpieza de nuestra guerra civil que usted vivió tan directamente y yo culturalmente, como me dice, pero también vital y existencialmente en muchos aspectos. ¡Lo que pesa todavía en nuestros miedos y nuestras esperanzas, incluso religiosas! (3 de agosto de 1967).

      Confirmamos, gracias a este corpus, el largo proceso de gestación que condujo a Los cementerios civiles y la heterodoxia española (1978):

      Llevo tres o cuatro años revolviendo unos papeles y libros para hacer una especie de historia del anticlericalismo español y he visto que naturalmente este sentimiento y estas actitudes anticlericales no pueden separarse de todo el peculiar sentimiento religioso hispánico por usted planteado (3 de agosto de 1967).

      Vemos como ya en 1967 empieza a concebir un volumen que luego titulará La ronquera de Fray Luis y otras inquisiciones (1973):

      Seguramente, voy a recoger algunos de los artículos de Destino en libro. Tengo aquí dos o tres proposiciones de editoriales de hace un año, pero no me he decidido aún. Creo que voy a decidirme. ¿Qué le parece? (22 de septiembre de 1967).

      Constatamos los serios problemas a los que se enfrenta con la censura eclesiástica:

      El Arzobispado de Valladolid ha publicado estos días una pastoral en la que quedan censurados El Norte de Castilla y sobre todo mi labor en él. Al menos eso es lo que ha entendido la ciudad y sobre todo lo que ha maquinado un grupo de canes de la Inquisición. Uno no sabe si esto va a ser un honor algún día, pero, por lo pronto, resulta bastante incómodo y bastante decepcionante. Si realmente ya resultaba herético, los señores inquisidores de otras épocas hubieran avisado. En fin, parece que lo mejor es aquí ser católico a estilo hispánico, esto es, dejando de lado las cuestiones religiosas y pedir confesión a la hora de la muerte. Se siente una profunda melancolía, aunque naturalmente no me haya tomado de sorpresa el que el Vaticano II encuentre imposibilidad de encarnarse aquí (12 de marzo de 1968).

      Deja entrever también una fuerte atracción por el género dialogístico:

      ¿Sabe lo que me gustaría hacer de todo corazón, si tuviera fuerzas para ello? Una especie de Diálogos con don Américo Castro […]. Que usted nos hablase de España, de todos esos problemas vitales para nosotros (10 de octubre de 1967).

      Últimamente, […] he proseguido con aquellas lecturas jansenistas de que le hablaba el verano pasado. Esto me ha resultado más fructífero. Pero he escrito poco. Solamente una especie de diálogos —no me atrevo a llamarlo teatro— de tema jansenista, para desahogarme un poco (1 junio de 1968).

      El tema del jansenismo, que aparece en la última cita y en otros momentos del epistolario, como asunto recurrente en Jiménez Lozano, merece un comentario aparte. Este movimiento religioso que se extendió por Europa a partir del siglo XVII terminó siendo condenado como una herejía. La Iglesia católica consideró inadmisibles unas tesis que, alineadas de manera peligrosa con el protestantismo, ponían el énfasis en la predestinación frente al libre albedrío. El símbolo del jansenismo fue el monasterio femenino de Port-Royal-des-Champs, en Francia. A principios del siglo XVIII, Luis XIV lo mandó arrasar y dispersó a


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