Tras los pasos de Jesús. Ricardo E. Facci
de sus miembros.
6-Iluminar, pudiendo ser testimonio vivo de comunidades de familias que buscan ser transformadas como en una Sagrada Familia, porque Cristo esta en medio nuestro.
Queridos matrimonios, aportemos el mejor vino a nuestras comunidades, a nuestras diócesis, en el ambiente que estemos insertos y recordemos si se termina el vino en nuestras vasijas, imploremos a nuestra Madre, que vela por la familia, que intercede ante Jesús para que nos colme con su gracia.
La familia transmite la fe a sus hijos.
Quizá en este auditorio tenemos realidades variadas: matrimonios jóvenes y, también, matrimonios que están viviendo la experiencia de ser abuelos. Pero en ambos casos este es un llamado a reflexionar que nuestras familias descubran y tomen conciencia de su importante rol en la transmisión, educación y vivencia de la fe, abrazando la fe de todos los miembros de la familia, especialmente de los hijos.
Nos recuerda el Concilio Vaticano II: «Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, ellos tienen la gravísima obligación de educarlos: los Padres son los primeros y principales educadores de sus hijos. Tan importante es este deber de la educación familiar, que difícilmente puede ser suplido» (Vat. II, GS 3). Los Padres colaboran con Dios en la transmisión de la vida. Colaboración en la transmisión de la Vida que implica no solo la gestación, sino también, la labor de padres que continúa gestando y animando la vida de los hijos en el Espíritu, durante toda la vida de los padres. La educación de los padres hacia los hijos no muere cuando mueren los padres, sino que el caudal de enseñanzas que los padres transmitieron a sus hijos perdura, sigue actuando mientras el hijo, o los hijos traen al presente, un consejo, una palabra, un ejemplo de vida de sus padres y lo buscan vivenciar, cuando evocan un consejo, una palabra de Papá o Mamá, allí continúan luego de muertos los padres, ejerciendo su educación a sus hijos. ¿Se imaginan si siguen actuando y ejerciendo en los nietos todas las enseñanzas que podamos volcar en ellos? Y así sucesivamente.
En los hijos hay un cuerpo, hay un alma, un espíritu, una vida de gracia sobrenatural, infundida por el Espíritu Santo. Recuerden:
-Por la crianza, el cuerpo del hijo recibió los cuidados precisos: abrigo, alimento, higiene, vacunas, calor humano de ustedes dos.
-Por la educación, el alma del hijo recibió progresivamente todo un conjunto de hábitos, conocimientos, artes y aprendizajes que modelaron su personalidad, y le hicieron cada vez más capaz de insertarse en una vida social y laboral.
-Por la educación en la Fe en el hogar, por la catequesis familiar, también al acostarse ejercitando las oraciones de iniciación en la Fe, y con ocasión de diversos sucesos, el espíritu del hijo recibió día a día todo un mundo de fe, que fue asimilando casi sin darse cuenta, casi jugando, toda una jerarquía de valores evangélicos, una serie de aprendizajes fundamentales: les enseñaron a rezar, servir, perdonar, amar y compartir. ¡Todo esto, le transmitieron en la vida de fe a sus hijos!
El niño pequeño, cuando recibe el bautismo no es capaz de un acto libre para recibir la fe, no puede confesarla todavía personalmente, por eso, la confiesan sus padres y padrinos en su nombre. Recordemos el momento de la ceremonia del Bautismo. Allí el niño es sostenido por sus padres y padrinos, es acogido en la fe de la Iglesia, simbolizada en la luz que el padre enciende en el cirio durante la liturgia del bautismo. Esta estructura del bautismo destaca la importancia de la unión entre la Iglesia y la familia en la transmisión de la fe. “La entrega al papá de la vela encendida simboliza la unión de la Iglesia con la familia”. A los padres corresponde, según san Agustín, no sólo engendrar a los hijos, sino también llevarlos a Dios (cfr. Lumen Fidei 43).
La Carta a los Hebreos pone de relieve un aspecto esencial de su fe. La fe no sólo se presenta como un camino, sino también como una edificación, como la preparación de un lugar en el que el hombre pueda convivir con los demás. El primer constructor es Noé, que en el Arca, logra salvar a su familia (cf. Heb 11,7). La fe debe ser vivida en familia, ilumina las relaciones humanas, porque nace del amor y sigue la dinámica del amor de Dios (cfr. Lumen Fidei 50). El primer ámbito donde la fe ilumina a los hombres es la familia (cfr. Lumen Fidei 52).
La fe en la familia, está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia, los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven momentos sencillos pero profundos y hermosos de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir ellos la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad en su camino de crecimiento en la fe. Todos hemos visto, seguramente, en el mes de Julio las imágenes de Brasil durante la Jornada Mundial de la Juventud, cómo los jóvenes manifiestan la alegría de la fe, el compromiso de vivir una fe cada vez más sólida y generosa. ¡Parece mentira que se diga en la sociedad que el joven esta perdido, hay muchos jóvenes que desean conocer más a Cristo, que están en búsqueda de Dios! Los jóvenes aspiran a una vida grande. Permitámosle, esto a los jóvenes. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, les da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente débil, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades (cfr. Lumen Fidei 53).
Cuando esta amasada, asimilada y profundizada en la familia, la fe es muy rica, ilumina todas las realidades del hombre. ¡Cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe en la vida de los hombres! Gracias a la fe, hemos descubierto la dignidad única de cada persona. En el centro de la fe bíblica está el amor de Dios, que alcanza su cúspide en la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, que hace preciosa y única la vida del hombre, Cristo Vivo (cfr. Lumen Fidei 54).
¿Pero qué hacer?
¿Qué hemos hecho en la transmisión de la fe? Hemos hecho todo lo posible por correr y espantar a la gente y a los jóvenes de la Iglesia. Nuestros templos están vacíos o en el mejor de los casos, todavía están firmes las viejecitas del pueblo que van a misa. ¿Qué hemos hecho? Hemos hecho todo lo posible para perder a nuestros hermanos en la fe. Este problema viene de generaciones muy anteriores a nosotros. No es fácil transmitir una fe viva, pero al mismo tiempo, gracias a Dios, hubo grandes santos que lo dieron todo por vivir la fe y transmitirla. Hoy la Iglesia está cimentada sobre la vida de tantos santos que dinamizaron la vida de fe de Ella.
Las formas tradicionales de transmisión de la fe para la realidad de nuestro mundo actual, no alcanza. Si queremos convencer con el catecismo de las 98 preguntas, hoy no alcanza. ¡Debemos realizar el esfuerzo de acercar la fe a la nueva cultura, tener la sabiduría suficiente para abrir espacios de creatividad y encontrar expresiones de la vida cristiana que sean atractivas y fieles al Evangelio y estén en sintonía para ser comunicadas astuta y eficazmente a quienes viven en este siglo! Las personas no se pueden perder lo hermoso de Jesucristo porque nosotros no podemos ni sabemos cómo transmitírselo. ¡A los jóvenes, a las nuevas generaciones tenemos que transmitirles el mensaje de Cristo, de forma atractiva! “¡Cuántos de nosotros nos hemos perdido años de nuestra vida sin conocer a Jesucristo!”
Queridos hermanos, todos somos invitados a reconocer que estamos siendo los protagonistas de un combate, de una lucha espiritual del cristiano de este siglo, porque todo corazón de hombre es un campo de batalla. El corazón del ser humano, para la Biblia, viene a ser el centro de operaciones, es sede de la inteligencia y de la voluntad. Entonces, ¡también el corazón de la familia, el seno de la familia es un campo de batalla permanente!
Somos fruto de padres y madres de la modernidad (y todo lo que esto implica) y somos padres y madres de la Post-Modernidad, testigos de la falta de educación de las conciencias propias y de las conciencias de nuestros hijos y de las próximas generaciones.
San Pablo afirma que la lucha de la fe, es la que nace de ella, de la relación vital con Cristo, aceptada desde nuestro bautismo y que tiene lugar en la fe, es decir, en la certeza de la victoria ya conseguida por Cristo mismo, y que también nosotros conseguiremos si permanecemos unidos a Cristo, esto debemos desear todos, esto deben desear los hijos y nietos, nuestros