Teología en movimiento. Arianne van Andel
la importancia de reconocer los lentes de interpretación, el carácter inclusivo del mensaje bíblico y la heterogeneidad de la Biblia misma. En este artículo recojo algunos ejemplos de cómo se han trabajado estos supuestos, usando metodologías y dinámicas concretas en los grupos participantes.
Con el fin de fomentar la conciencia de que cada lectura es una interpretación, se usa la metodología de la lectura popular de la Biblia que siempre empieza con la experiencia de vida de las y los participantes. Discutir sobre el significado de una historia sin involucrar la situación presente, puede llevar a discusiones sin término y a más divisiones entre “supuestas verdades”, sin acercar el significado del texto para las vidas de las personas. Además, los textos sólo revelan su gran riqueza, cuando se estudian usando el círculo hermenéutico en que el texto está en diálogo con la realidad de hoy y con la vida de la comunidad. Al compartir las experiencias propias, el grupo se aleja de la discusión sobre verdades abstractas, porque las experiencias son por un lado personales, y por eso indiscutibles; y por otro lado, muchas veces reconocibles para personas que viven el mismo contexto. Por eso, siempre relacionamos los textos bíblicos a un tema o una pregunta actual.
Así trabajamos el segundo supuesto de la inclusividad del mensaje bíblico, en un taller sobre “Discipulado y misión en un mundo diverso”, que realizamos en abril 2007, la época en que la Conferencia Episcopal en Chile habló sobre el tema misión y discipulado, en el contexto de la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del Caribe (CELAM) en Aparecida; Brasil. Partimos con textos del evangelio de Lucas, enfocándonos en la manera de “misionar” de Jesús. Los relatos de los evangelios se adecúan bien para la dramatización, y así nos pusimos en el lugar de las personas que Jesús encuentra y llama en el camino. Primero, analizamos nuestras propias posiciones sociales, como mujeres u hombres, indígenas o mestizas, católicos o evangélicos, jóvenes o viejos, santiaguinos o provincianos, saludables o enfermos, entre otros factores sociales. Hablamos sobre la manera en que nuestra posición nos había estigmatizado en la sociedad, y cómo eso había marcado nuestras vidas. Después recurrimos a unas historias de seguidores y seguidoras de Jesús y nos imaginamos su posición social: el leproso y el ciego (Lc 5 y 18), la mujer que padecía de flujo de sangre (Lc 8) y los recaudadores de impuestos Leví y Zaqueo (Lc 5 y 19). Con la metodología del bibliodrama, preguntamos a estos personajes: “¿por qué seguían a Jesús?”. Descubrimos que todas estas personas estaban de cierta manera excluidas de la sociedad, y se sentían acogidas, respetadas y dignificadas por Él. Jesús se acercó a estas personas, sin pensar en lo que era “políticamente correcto”. La mujer con flujo de sangre dijo en la dramatización: “Todos dijeron que Jesús quedaría impuro cuando me tocara, pero yo creía firmemente en que Él no quedaría impuro, sino que ambos quedaríamos sanos”. Nos llamó la atención que Jesús no condiciona a la gente a quien se acerca, pidiéndoles que crean en Él o cambien sus convicciones antes de que dialogue con ellas. Al contrario, destaca la fe de las personas mismas con la frase recurrente: “Tu fe te ha salvado”.
“Jugar” con las historias nos ayudó a hacerlas más cercanas, y nos dimos cuenta que misionar a la manera de Jesús no significa imponer una verdad sobre otra gente, sino que se trata de un testimonio de vida, de inclusión radical de personas marginadas en la sociedad. Reflexionamos sobre lo que eso significa para nuestras iglesias y comunidades –¿de verdad somos comunidades acogedoras para personas excluidas o distintas? –, y concluimos que una misión a la manera de Jesús siempre debe ser inclusiva y ecuménica.
En un taller ecuménico sobre Biblia y Ecología, que ofrecí en el CEDM en octubre 2007, partimos desde el tercer supuesto: la heterogeneidad de la Biblia misma. Empezamos nuevamente con un análisis de nuestra propia realidad, específicamente de los problemas ecológicos en Chile y el mundo. La magnitud de los problemas ambientales disminuyó el peso de nuestras propias barreras eclesiales. Reconocimos, que, en cierto sentido, es un anacronismo buscar en la Biblia respuestas a problemas de una época tan reciente. Una lectura ecológica no podría entonces buscar normas y soluciones directas para nuestros problemas en la Biblia, pero descubrimos que la relación entre el ser humano y la naturaleza juegan un rol importante en muchos relatos bíblicos, que podían enriquecer el debate sobre nuestros tiempos.
Las historias de la creación sirvieron para debatir sobre el lugar de Dios y del ser humano en esta tierra: ¿se trataba de un relato ecológico o más bien antiecológico? Las Leyes Sabáticas y del año de Jubileo (Ex 29-23 y Lv 25) nos pudieron dar orientación en la búsqueda de una economía menos acumulativa. Las historias del becerro de oro (Ex 31) y de la construcción del templo (1 Re 5-7) sirvieron como espejo de la tentación del oro y del lujo material en nuestros días, mientras encontramos en los profetas muchas imágenes ecológicas, que nos podían enseñar un lenguaje nuevo para incorporar en nuestras propias acciones proféticas. Finalmente, comparamos el Apocalipsis con los escenarios apocalípticos descritos por Al Gore en su documental “La verdad incómoda” (2006) sobre el calentamiento global, y encontramos una esperanza y un llamado al cambio de vida en la actitud desprendida de Jesús frente a las posesiones materiales. La Biblia iluminó nuestras reflexiones, prestándonos relatos de experiencias de vida de pueblos que buscaron, como nosotros, una manera de vivir en armonía con Dios y el entorno. En este taller, percibimos que la Biblia, más que estar centrada en dar normas y reglas, nos muestra las ambigüedades y búsquedas de la vida. En dialogo con las historias podía surgir una sabiduría nueva, y al final la esperanza del agua cristalina del Apocalipsis.
En los cursos ecuménicos las barreras entre iglesias se desvanecieron en el compartir la vida alrededor de la Biblia. Sin embargo, no siempre las personas abrazan tan fácilmente los supuestos que describí al inicio de este artículo. En varias ocasiones me he encontrado con personas que no logran aceptar el primer supuesto de que toda lectura es interpretación. Me recuerdo de un hombre evangélico que en un encuentro ecuménico defendió a muerte un punto de vista ligado a la sexualidad, usando las cartas de Pablo como respaldo. Según él, las normas de Pablo eran claras y una interpretación diferente de sus textos podía llegar al “relativismo”, en los mismos términos que utilizó Benedicto XVI en su discurso inaugural del cónclave de abril 20052. Es importante reconocer el miedo a este “relativismo”. Porque no puede ser verdad que la Biblia se preste para todo, ¿o sí?
Para enfrentar estos temores, es interesante tomar en cuenta el pensamiento del rabino inglés Jonathan Sacks, quien escribió un libro con el título La dignidad de la diferencia3, que es un llamado al diálogo interreligioso en la Europa islamofóbica post ataques terroristas de 11 septiembre 2001 en Nueva York. Sacks dice que para muchos creyentes es difícil tener una postura abierta frente a otras creencias, porque nuestra fe ha formado nuestra identidad y la conformación de quienes somos siempre significa distinguirse de otras identidades: crear un “nosotros” y un “ellos”. Por eso, causa mucho miedo en las personas relativizar sus verdades, porque eso cuestiona directamente el valor de lo que son4.
El origen de este miedo, según Sacks, es la convicción de que creyendo profundamente en “la verdad” de nuestra tradición, sería una traición a la autenticidad de nuestras propias creencias y seguridades hacer espacio a otras verdades. Sacks, sin embargo, quiebra con este dilema. Lo que nos entrampa en el fervor de convertir a otros, dice, es el espíritu universalista de Occidente. Este espíritu no es propio de las religiones, sino que viene de la filosofía de Platón, que dice que la Verdad es universal, más allá de las particularidades y que es siempre la misma para todos. Eso significa entonces, que solamente existe una sola verdad, y que “sí yo tengo razón, tú estás equivocado”5.
El universalismo, según Sacks, ha causado mucho derramamiento de sangre en nombre de Dios, por la creencia de que los que no comparten mi fe, o mi cultura, tampoco comparten mi humanidad. Él pide un cambio de paradigma en nuestro entendimiento de similitudes y diferencias. Recurre a la historia de la Torre de Babel (Gn 11), explicando la construcción de esa Torre como el primer totalitarismo, el primer intento de los poderosos de imponer una unidad artificial a una creación diversa. Y Dios destruyó la torre, porque Dios nos creó divinamente diversos, con nuestras propias culturas, lenguajes y tradiciones religiosas6.
El pensamiento de Sacks nos enseña que en espacios ecuménicos no necesitamos