Teología en movimiento. Arianne van Andel

Teología en movimiento - Arianne van Andel


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es suficiente dar testimonio de vida, invitando al seguimiento en la creación de relaciones más sanas y justas.

      Interpretar la verdad de esta forma no iguala al relativismo, como se suele plantear. Relativismo significa que todo vale, que no importa como uno vive, o en que cree. Yo estoy convencida que, en nuestros tiempos, más que nunca, importan nuestras opciones de vida. Además, si no optamos por una creencia, la ideología de la globalización llena el vacío y nos da la identidad impuesta del consumidor-objeto del mercado. En ese sentido no optar también significa optar. La pregunta por la verdad no termina cuando decidimos abrirnos a otras verdades; sólo dejamos de insistir que nuestra tradición es dueña de ella. Por eso, después de haber optado nuestro camino, en comunidad, podemos seguir la búsqueda de lo verdadero en diálogo con otros y otras, desde criterios éticos y humanos que se encuentran más allá de nuestras particularidades, en la vida misma.

      Epistemologías nuevas

      Cuando iniciamos la reflexión teológica y ética desde la vida misma, y no desde “las verdades de la tradición”, nos enfrentamos con muchos obstáculos inherentes a nuestra manera de conocer el mundo. Los marcos teóricos de nuestro conocimiento también se han hecho bajo parámetros universalistas y exclusivistas. Por eso, sobre todo teólogas ecofeministas han apuntado a la necesidad de desarrollar una epistemología nueva.

      La teología ecofeminista, con teólogas como Rosemary Radford Ruether, Ana Primavesi, Ivone Gebara entre otras, se desarrolla desde el análisis que el dualismo jerárquico entre naturaleza y cultura, y entre cuerpo y espíritu de la cosmología moderna no sólo ha sido nefasta para la naturaleza, sino también ha fortalecido las discriminaciones de género, ya que las mujeres generalmente son más asociadas con la naturaleza y su cuerpo, y hombres con la cultura y el espíritu o la mente. Estas teólogas muestran los vínculos complejos entre la cosmovisión antropocéntrica –centrado en el ser humano– y androcéntrica –centrado en “el varón”–.

      En su libro Intuiciones ecofeministas, la teóloga brasileña Ivone Gebara, indica que en las epistemologías tradicionales las mujeres y la ecología eran ausentes como elementos constitutivos del conocimiento explicitado:

      Para Gebara la cuestión epistemológica está directamente relacionada con la ética, con nuestra posición ante los otros seres vivos, y con nuestra afirmación como ser humano con relación a un mundo de valores. Nuestra epistemología se muestra esencialista, buscando una esencia constitutiva de cada cosa, respondiendo a una voluntad de una realidad superior a nosotras/os mismas/os. Consecutivamente, reposa en verdades eternas, que corresponden a las esencias; ¿se recuerdan del espíritu de Platón?

      En el discurso diario dicha epistemología funciona con dualismos jerárquicos para dar significado a la realidad, reproduciendo la jerarquización de la propia sociedad en el ámbito del saber. Así conocemos la realidad polarizando entre naturaleza/cultura, cuerpo/espíritu, racional/sentimental, inteligente/estúpido, masculino/femenino, blanco/negro, centro/periferia, cielo/tierra, bien/mal. Juzgamos la realidad a través de estos conceptos, que muchas veces nos impiden ver la vida misma, que se muestra mucho menos blanco y negro, y mucho más diversa.

      La idea de una “ecología de saberes” también se puede aplicar a las tradiciones religiosas. Todos sabemos algo de Dios desde nuestro contexto y tradición, pero no tenemos la última respuesta. Esa actitud nos hace más humildes acerca de nuestro conocimiento de Dios o del Misterio de Vida que nos sustenta, porque al final es muy poco lo que entendemos de esta vida de la que formamos parte.

      Enfrentando temores y rabias

      Cuando nos encontramos con prácticas o creencias distintas que nos provocan rabia, podemos preguntarnos qué tememos. Asumiendo nuestros miedos, y hasta expresándoles, se abre el camino a un diálogo abierto, que puede tocar la integridad de nuestro ser. La rabia es más compleja, porque en ellas se mezclan nuestras sensibilidades personales, a veces creadas por experiencias en nuestra juventud, nuestras pasiones y convicciones más arraigadas. En la rabia es bueno distinguir entre aquella basada en temores, y aquella causada por injusticias. La última muchas veces tiene que ver con diferencias de poder en nuestras relaciones, y merece una transformación de estas relaciones. La primera necesita un trabajo personal, de autoafirmación y autoestima.

      Es necesario entonces, encontrar maneras de enfrentar los conflictos, como inherentes a procesos de cambio. Conflictos que se trabajan de manera constructiva y pacífica pueden abrir horizontes inesperados. En la sociedad chilena, donde la evasión del conflicto es común, significa un aprendizaje el no sublimar los desacuerdos en acuerdos pocos democráticos, por amor a “la paz”.

      Se necesitan trabajar métodos de negociación y consenso que pueden posibilitar posturas y acciones comunes sin perjudicar a la diversidad. Enfrentar los conflictos también requiere una postura de autocrítica y apertura a la crítica, porque en una sociedad tan jerarquizada representamos o tomamos posiciones de poder discriminatorio a veces sin estar conscientes.

      No nos sirve idealizar la diversidad: existen propuestas, estrategias, convicciones que no son compatibles en un mismo espacio. En estos momentos la tentación de imponerse sobre otras personas es fuerte, sobre todo en quienes tienen poder. De nuevo nos podría ayudar a empezar con la vida misma: contarnos nuestras experiencias y sentimientos para entender mejor los vínculos entre lo personal y lo político, y tomarnos el tiempo para los procesos de consenso. Podemos aprender mucho de los pueblos originarios en eso, ya que, por mi propia experiencia sé que ellos no permiten la presión del tiempo en la búsqueda de acuerdos a nivel de comunidad.

      Cambiar nuestros lenguajes

      Recuperar la riqueza de la diversidad implica, por último, que tomemos en serio nuestro lenguaje. El lenguaje no sólo interpreta la realidad, sino también la crea. Nuestros lenguajes funcionan por los códigos de la cultura uniformante, y se nota. ¿Cuánto cuesta en procesos ecuménicos empezar a hablar de “las iglesias”? ¿Y en procesos de género encontrar lenguajes inclusivos sin enredarnos?, ¿O en procesos con los pueblos originarios comenzar a hablar de un Estado


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