Teología en movimiento. Arianne van Andel
las ideas, en una eternidad fuera del mundo, que va más allá de las particularidades, lo material y el caos de las experiencias. En su libro La República, encontramos la idea esencialista de que “la verdad” es universal y atemporal, o sea, que cuenta para todas personas y para todos los tiempos. Lo particular es percibido como fuente de conflictos, prejuicios, errores y guerra, mientras lo universal sería el ámbito de la verdad, la armonía y la paz. El “problema” de la diversidad se resolvió por una idea de uniformidad6.
La filosofía griega se fortaleció en el siglo XVII, en la época de la Ilustración, cuando, con el nacimiento de la ciencia y la tecnología, se generó una cosmología mecánica, que separó el ser humano de la naturaleza, viendo la última como un objeto de estudio, explotación y ganancia. Desde este momento, surgió una economía basada en la suposición que el ser humano es parte del mundo de las ideas, de la cultura, más que de la naturaleza, y que el ideal normativo de este mundo es el hombre blanco, fuerte, joven, y occidental, que estira sus brazos hasta los puntos del universo, como representado en el cuadro famoso de Leonardo Da Vinci7. La tradición cristiana fue fuertemente influenciada por la tendencia antimaterialista e idealista de Platón, y por la separación entre el ser humano y la naturaleza en el pensamiento del siglo XVII.
La realidad diversa y la nueva ciencia
La vida misma, sin embargo, se muestra ajena a la idea de una verdad universal. La realidad siempre se ha mostrado increíblemente diversa, en la tierra en general y también en las muchas expresiones humanas en ella. Nunca ha resultado homogenizar y uniformar la humanidad bajo una cultura, o una sola fe, y la pregunta clave es si tenemos que seguir deseándolo.
La ciencia nueva de la última parte del siglo XX ha mostrado los errores del paradigma de la cosmovisión occidental a partir de descubrimientos claves de la física cuántica y la teoría de la relatividad (Einstein). Revelaron que materia y energía son intercambiables y equivalentes, y que todo el universo y la vida están hechos de ondas de energía; la materia sólo por ondas más lentas y largas, que lo hacen estabilizar por el momento. Consecuentemente, toda la vida en el universo está intrínsicamente interconectada y existe en una interdependencia muy grande. Los seres humanos son la autoconciencia de la evolución, pero forman una comunidad muy vinculada con todos los seres vivos, y con la tierra misma. Así, la separación del mundo de las ideas del mundo material se hace insostenible8.
Además, la ciencia reciente ha formado una teoría nueva sobre el desarrollo de la vida en la tierra, en que afirma que la evolución se despliega hacia más diversidad y complejidad, no hacia más uniformidad, aunque esta diversidad se origina en una misma fuente, y se sustenta en la interdependencia, interrelación y reciprocidad entre todos los seres9. Estos descubrimientos piden una revisión radical de las cosmologías anteriores y también de nuestras tradiciones religiosas, y llaman a una valorización distinta de las diversidades en nuestra realidad.
Un modelo de desarrollo o una tradición religiosa, que no tiene en cuenta la diversidad, y que quiere homogenizar, destruye el tejido de la vida misma. El actual modelo de globalización se ha mostrado generador de grandes injusticias y desigualdades entre los pueblos y destructor del medioambiente. La diversidad en este modelo es sinónimo de desigualdad, ya que todos los seres y las personas distintas al modelo del ser humano hegemónico (hombre, blanco, de clase media, joven y exitoso) quedan en una escala más baja en la jerarquía compleja de dominaciones entrecruzadas constitutivas de nuestra realidad. Es urgente ir construyendo nuevas maneras de relacionarnos entre personas, y entre personas y la naturaleza, valorando la diversidad como una posibilidad y una riqueza, más que como una amenaza.
Diversidad e identidad
¿Cómo recuperar la noción de la riqueza de la diversidad en el contexto que vivimos? ¿Qué desafíos nos plantea como ciudadanos/as y específicamente como creyentes? Vivir un cambio de paradigma no es fácil, y nuestro condicionamiento por la cosmología occidental es fuerte. Aún en el caso que queramos valorar la diversidad, nuestro aprecio muchas veces no va más allá del discurso. Se expresa en una tolerancia mínima o en una indiferencia abierta (“que hagan lo que quieran, mientras no me molesta” o “al final todo es básicamente lo mismo”), que finalmente busca de nuevo una uniformidad disfrazada.
Las dificultades de asumir la diversidad de manera abierta y creativa muestran nuestro temor a lo distinto. Ese miedo es provocado por el hecho que lo diferente nos cuestiona en nuestra identidad, mientras que por otro lado también necesitamos la diversidad para confirmarla. Nuestra identidad sólo se desarrolla en la distinción de otras identidades. En la niñez y adolescencia formamos una personalidad sana diferenciándonos de las personas que nos criaron, y en la sociedad afirmamos nuestra identidad desplegando los símbolos de nuestra cultura o las características de nuestra tradición religiosa frente a las de otras comunidades10.
Sacks plantea que las religiones son generadores de pertenencia e identidad por excelencia, y que vinculan (re-ligare) a las personas de forma tribal. Por eso se explica también que la tendencia de la globalización de imponer una sola cultura universal, provoca la reacción de autoafirmación en las tradiciones religiosas y culturales marginalizadas, a veces de forma fundamentalista. Sacks considera que tanto el fundamentalismo como el universalismo tienen grandes peligros, y que el desafío se presenta en la búsqueda de una identidad fuerte y arraigada, y simultáneamente abierta a la diversidad11. Necesitamos un nido claro y seguro, para atrevernos a volar y valorar otras realidades. Según Schillebeeckx, el problema para la tradición cristiana es cómo esa puede mantener su propia identidad y unicidad y simultáneamente dar un valor positivo a la pluralidad de religiones en un sentido no discriminador12.
La no discriminación es decisiva, porque en ella se toca el nudo complejo de la valorización de la diversidad, que son las diferencias de poder. Las jerarquías presentes en toda nuestra sociedad piramidal hacen que la diversidad se ha encarnado en ideologías dominantes y dominadas, en actores que deciden y otros/as que tienen que someterse. Esta situación no se resuelve con un cambio de paradigma solamente, apreciando y reencantándonos con la riqueza de la diversidad. El saber de las nuevas historias de la ciencia, del tejido complejo y maravilloso de la vida, no significa automáticamente que la encarnación sociopolítica del paradigma antiguo cambie. El problema de la desigualdad y la discriminación entre nuestras realidades diversas significa enfrentar conflictos de poder, querámoslo o no.
En lo que sigue, quiero dar algunas ideas, específicamente desde una posición cristiana, de cómo ir desarrollando en nuestras comunidades una apertura real frente a lo distinto.
Lo universal y lo particular
¿Si ya no creemos en la verdad universal de nuestra fe, todavía creemos de verdad? Sacks está convencido que sí. Si nos liberamos del espíritu universalista de Platón, podemos, según él, escapar de la dicotomía falsa entre “la verdad” y “lo particular”. En su libro, Sacks hace unas reinterpretaciones de historias bíblicas que nos ayudan a pensar la verdad de otra forma. Recurre, por ejemplo, a la historia de la Torre de Babel (Gn 11), explicando la construcción de esa Torre como el primer totalitarismo, el primer intento de los poderosos de imponer una unidad artificial a una creación diversa. Y Dios destruyó la torre, porque Dios nos creó divinamente diversos, con nuestras propias culturas, lenguajes y tradiciones religiosas13.
Después de esta historia, señala Sacks, Dios ya no se vincula con toda la humanidad, sino justamente con personas o pueblos particulares, invitándoles a ser distintos que el mundo alrededor. Abraham tenía que dejar su país en búsqueda de una tierra prometida, los profetas tenían que diferenciarse de sus pueblos y mostrarles otras posibilidades de vida. En la tradición cristiana, Jesús mismo tomó un camino distinto que los maestros religiosos de su tiempo, reinterpretando su tradición a favor de una vida plena para todos/as14.
La verdad en estos casos no estaba tanto en el significado universal de las experiencias de los personajes, sino estaba en el camino mismo, en el testimonio de vida que dieron, en su manera de vivir auténticamente sus creencias. Es bueno que tengamos una tradición, una