Teología en movimiento. Arianne van Andel

Teología en movimiento - Arianne van Andel


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las ideas, en una eternidad fuera del mundo, que va más allá de las particularidades, lo material y el caos de las experiencias. En su libro La República, encontramos la idea esencialista de que “la verdad” es universal y atemporal, o sea, que cuenta para todas personas y para todos los tiempos. Lo particular es percibido como fuente de conflictos, prejuicios, errores y guerra, mientras lo universal sería el ámbito de la verdad, la armonía y la paz. El “problema” de la diversidad se resolvió por una idea de uniformidad6.

      La realidad diversa y la nueva ciencia

      La vida misma, sin embargo, se muestra ajena a la idea de una verdad universal. La realidad siempre se ha mostrado increíblemente diversa, en la tierra en general y también en las muchas expresiones humanas en ella. Nunca ha resultado homogenizar y uniformar la humanidad bajo una cultura, o una sola fe, y la pregunta clave es si tenemos que seguir deseándolo.

      Un modelo de desarrollo o una tradición religiosa, que no tiene en cuenta la diversidad, y que quiere homogenizar, destruye el tejido de la vida misma. El actual modelo de globalización se ha mostrado generador de grandes injusticias y desigualdades entre los pueblos y destructor del medioambiente. La diversidad en este modelo es sinónimo de desigualdad, ya que todos los seres y las personas distintas al modelo del ser humano hegemónico (hombre, blanco, de clase media, joven y exitoso) quedan en una escala más baja en la jerarquía compleja de dominaciones entrecruzadas constitutivas de nuestra realidad. Es urgente ir construyendo nuevas maneras de relacionarnos entre personas, y entre personas y la naturaleza, valorando la diversidad como una posibilidad y una riqueza, más que como una amenaza.

      Diversidad e identidad

      ¿Cómo recuperar la noción de la riqueza de la diversidad en el contexto que vivimos? ¿Qué desafíos nos plantea como ciudadanos/as y específicamente como creyentes? Vivir un cambio de paradigma no es fácil, y nuestro condicionamiento por la cosmología occidental es fuerte. Aún en el caso que queramos valorar la diversidad, nuestro aprecio muchas veces no va más allá del discurso. Se expresa en una tolerancia mínima o en una indiferencia abierta (“que hagan lo que quieran, mientras no me molesta” o “al final todo es básicamente lo mismo”), que finalmente busca de nuevo una uniformidad disfrazada.

      La no discriminación es decisiva, porque en ella se toca el nudo complejo de la valorización de la diversidad, que son las diferencias de poder. Las jerarquías presentes en toda nuestra sociedad piramidal hacen que la diversidad se ha encarnado en ideologías dominantes y dominadas, en actores que deciden y otros/as que tienen que someterse. Esta situación no se resuelve con un cambio de paradigma solamente, apreciando y reencantándonos con la riqueza de la diversidad. El saber de las nuevas historias de la ciencia, del tejido complejo y maravilloso de la vida, no significa automáticamente que la encarnación sociopolítica del paradigma antiguo cambie. El problema de la desigualdad y la discriminación entre nuestras realidades diversas significa enfrentar conflictos de poder, querámoslo o no.

      En lo que sigue, quiero dar algunas ideas, específicamente desde una posición cristiana, de cómo ir desarrollando en nuestras comunidades una apertura real frente a lo distinto.

      Lo universal y lo particular

      La verdad en estos casos no estaba tanto en el significado universal de las experiencias de los personajes, sino estaba en el camino mismo, en el testimonio de vida que dieron, en su manera de vivir auténticamente sus creencias. Es bueno que tengamos una tradición, una


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