El día que vuelva no me marcharé jamás. Juan Manuel Fernández Legido
intelectual. Aun así, la mención a un zapato rojo le hizo venir a la memoria un objeto de tales características tirado en lo más alto del terrado. Lo había visto en un sueño la última noche. «Porque aquello era un sueño, ¿no?», se cuestionó. Se sintió absorto al elucubrar con la posibilidad de subir a la azotea y verlo allí. ¿Qué podría significar aquello si se confirmaba? ¿Que había salido de su cuerpo y existía un alma, como defendía la charlatana de camisa blanca? El escudo de escepticismo le mantenía en alerta, pero la curiosidad por su periplo personal había conseguido que bajara la guardia. Las causas de su ansiedad, las vivencias que parecían repetirse e incluso la experiencia extracorpórea eran fenómenos que cabrían en el discurso de la doctora. Pero entrar en su terreno era una locura. No se lo podía permitir, por lo que sonrió de forma irónica y la doctora Lofish se percató. Iba a dirigirse a él cuando una señora mayor de cabellos cortos plateados alzó la mano para formular una duda.
—¿Y la ciencia qué dice de todo esto?
—La ciencia no dice nada, son los científicos los que dicen cosas y estos son personas. Pero la ciencia viene detrás de las evidencias siempre. Yo les aseguro que hace veinticinco años no hubiese estado ahí sentada como ustedes lo están ahora mismo. Soy mujer de ciencias, pero lo que me permite estar hablando ahora es la evidencia. Son muchos los casos que llevo vistos y es lo que me da fuerza para estar aquí. He pasado del ver para creer al creer para ver. La evidencia de hoy es la ciencia del mañana. Quizá un día la ciencia explique temas como la conciencia, el alma, la vida después de la muerte… y a lo mejor la Terapia Regresiva llegue a estudiarse en las Universidades. Como decía Schopenhauer: toda verdad pasa por tres etapas: primero es ridiculizada; luego sufre una violenta oposición; y, finalmente, es aceptada como evidente. Pero no estoy hablando de quitarle el sitio a la medicina, la psicología o la psiquiatría. Yo misma soy psiquiatra. Simplemente es un recurso, una forma de enfocar las terapias para sanar al paciente, que es el objetivo primordial.
Aquello era demasiado para Sergi. Se agachó refunfuñando para coger la mochila y marcharse, pero la doctora no aguantó más sus desplantes.
—Perdona, ¿me permite que le haga un comentario?
—Dime —dijo el joven frenándose pasmado tratándola de «tú».
—¿Se ha sentido molesto por algo que haya dicho?
—¿Molesto? No. Es que simplemente no me lo creo. Eso de vidas pasadas, el alma… No lo veo. Puede que engañes a esta gente, pero a mí no… —comentó sintiéndose el centro de decenas de miradas iracundas—. Me parece que todo son fantasías, inventos… Es que no le veo la utilidad a este rollo raro de las regresiones. Todo está aquí, en la mente y ya está —aclaró Sergi tocándose la cabeza —. No hace falta ningún truco.
—No son trucos, son técnicas. Y yo uso las regresiones como parte de una terapia cuya finalidad es la curación o el alivio de determinados síntomas. Si le soy sincera, da igual que el paciente crea en el alma o en la reencarnación. Usted puede creer que no hay nada más allá del cerebro y que la mente origina esas historias. Pero lo interesante es pensar si esos arquetipos que genera le quieren decir algo. Con la Terapia Regresiva acudimos a recuerdos de su vida actual y, si los otros hechos que surgen fueran imaginación, ¿qué más da? Si le ayudan a curarse, ¿qué importa que no sean vidas pasadas, sino parte de la psicología humana?
—Pues da, porque si quieres saber algo de mi pasado basta que me lo preguntes. Tengo muy buena memoria —le sugirió Sergi.
—¿Usted se fía al cien por cien de su memoria? Estoy segura de que no tiene recuerdos de sus primeros años de vida y de su infancia más lejana, no más de cuatro o cinco anécdotas. Me podrá decir que era muy pequeño. De acuerdo, pero ya se estaba formando como persona. Pero demos otro paso. ¿Tiene pareja? —Sergi asintió—. ¿Desde cuándo?
—Algo más de seis años.
—¿Cuántos recuerdos tiene entre el segundo año y el cuarto? —El chico no huyó del juego mental al que le estaba sometiendo y se estrujó el cerebro—. ¿Diez? ¿Veinte?
—No sé… Unos cuantos. Así de sopetón…
—Menos de los que cree. Si le diera un par de días para recopilarlos tampoco serían tantos comparados con tres años de relación, por lo que su memoria no me parece tan fiable. Ni de la de nadie de aquí —dijo haciendo partícipe al público en general—. Fíjense en una cosa. Cuando rememoran la infancia, creen que hay momentos en que lo recuerdan casi todo. Pero siempre son las mismas cosas: un día de playa, un accidente doméstico, compañeros de clase… Como si fuera un álbum de fotos que al abrirlo siempre te muestra las mismas imágenes. Es complicado descubrir nuevos recuerdos y de lo que uno retiene hay partes que son puras anécdotas. Y aún le doy otra vuelta de tuerca. ¿No hay recuerdos que los conservan gracias a que tienen fotos o vídeos? ¿Qué recuerdos los tienen porque saben que los vivieron y cuáles porque los han visto grabados?
El silencio se había hecho en la sala y la doctora aún tenía cuerda para rato.
—Entre un episodio y otro de los que recuerdan puede haber meses o años de vacío y ustedes no saben qué pasó. Creemos que tenemos una memoria excelente, pero al final su existencia se resume en un libro así de finito —expresó casi tocándose las yemas de los dedos índice y pulgar—. Y siempre son los mismos recuerdos.
—¿Y el resto qué? ¿Han desaparecido? —Quiso saber un oyente.
—No, porque a lo mejor yo le enseño un juguete y… ¡pum! Conecta con un recuerdo que tenía olvidado y recupera sensaciones, olores, emociones…
—¿Entonces qué pasa? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no me acordaba? —dejó caer una mujer sentada en la primera fila.
—No sé por qué hay información que el cerebro elimina y otra la archiva o la sintetiza. Pero lo que sí sé es que le han hecho ser la persona que es hoy. Y también les puedo asegurar que muchos recuerdos están distorsionados, creen que pasaron de una forma y, en realidad, lo hicieron de otra. Del mismo modo, existen hechos de los que tenemos sensaciones generales más que recuerdos concretos. La Terapia Regresiva puede ayudarle a ampliar esos recuerdos, expandirlos, detallarlos, volver a sentir lo que le provocaron… Y así descubrir sus miedos, saber por qué los tiene, cómo le afectan…
De súbito, la recepcionista entró en la habitación atronando al personal con sus zapatos de tacón y mirando a la doctora señaló el reloj de su muñeca con gesto alegre.
—Gracias, cariño. Le he dicho a Anita que me avisara unos minutos antes de que se acabara el tiempo de la conferencia para informarles del taller vivencial de mañana por la tarde. Entre los asistentes se sortearán algunas regresiones y podremos trabajar lo que hemos estado comentando. Si hoy están aquí no es por casualidad, sino porque su alma les ha guiado. Y si mañana deben asistir, nos veremos de nuevo. Espero que hayan disfrutado de este momento igual que yo. Les agradezco su asistencia y muchas gracias.
El público se puso en pie y estalló en aplausos provocando que la doctora Lofish se sonrojara sin poder evitarlo. Sergi permaneció estático en su asiento y aislado del entorno para descubrir que algo en su interior quería darle un mensaje a pesar de que su mente estaba preparando la artillería de pensamientos para bloquear cualquier comunicado. Se había colado un rayo de luz por las grietas de su ego y aunque su cabeza taparía con dudas y más dudas la rendija, haber visto algo más allá del muro del puro raciocinio cerebral hacía que ya nada pudiera volver a ser igual…
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