El día que vuelva no me marcharé jamás. Juan Manuel Fernández Legido
hombre sonreía mostrando los huecos vacíos de su dentadura y la negrura de las piezas que le quedaban. Sergi lo reconoció al instante. Se trataba de Mohammed, el vecino del piso de abajo. Con suavidad y destreza, abrió la cerradura instando al visitante a que guardara silencio. Visiblemente enfadado se dirigió a él esforzándose por no elevar el tono de voz, a la vez que le hacía pasar y cerraba la entrada tras de sí.
—¿Qué coño haces aquí Moha? ¿No sabes que en teoría no hay nadie en casa?
—No te pongas así, hombre. Somos amigos, casi hermanos —comentó con un ligero acento marroquí entre tanto se acomodaba en el sofá—. Yo soy el único que sabe que estás aquí. Ponte tranquilo y siéntate a mi lado.
—No estoy tranquilo. Y no grites, que pueden oírnos —le contestó mientras rescataba el canutillo.
—Sergi, tío, en el ático solo está tu casa. Yo vivo abajo y mi mujer se ha ido a trabajar. ¡Puedo gritar si quiero! —vociferó alarmando a Sergi, quien corrió a su lado.
—¿Estás loco o qué? ¿Cómo te lo tengo que decir? Que no chilles... ¿Se puede saber qué haces aquí? ¿No curras hoy?
—Tengo el día libre. Me lo he pedido para arreglar unos papeles.
Moha sacó un mechero de su bolsillo y le arrebató el porro de la mano a Sergi, que acababa de sentarse a su lado. Su acción fue acompañada de su particular forma de reír bautizada por Sergi como «la risa muda», es decir, moviendo la cabeza con los ojos cerrados y sin separar los labios ni produciendo ninguna clase de sonido. En realidad, esta peculiaridad era una forma de ocultar su descuidada boca por la vergüenza que le causaba mostrar sus dientes destrozados.
—Anda, dámelo, ya lo peto yo... Que tú eres capaz de fumártelo a caraperro, cabrón.
—¡Joder, Moha! ¿Eres duro de mollera o es que todavía no has aprendido bien el castellano? ¿No te he dicho mil veces que dentro de la casa no se fuma?
—Pero Sergi, amigo, ¿todavía Silvia cree que has dejado de fumar? ¿En serio que no sabe que fumas ni que eres un traficante?
—¡Eh, chaval, tranquilito! —le dijo sin importarle ya si alzaba o no la voz—. Primero de todo, ni sabe que fumo porros, ni tabaco, ni nada y tampoco se tiene que enterar. ¿Entendido? Y segundo, yo no soy ningún traficante de drogas. Que te quede claro.
Mientras le daba la monserga, lo cogió amistosamente por el hombro y lo acompañó a la terraza. Se aproximaron a un murete y mirando la Sagrada Familia bajo un sol abrasador a pesar de ser las horas iniciales del día, Mohammed encendió el porro.
—Mira, Moha, que cuando tú trabajaras para Vasile fueras un camellito de tres al cuarto, no quiere decir que yo también lo sea. Yo soy algo más.
—Ya está aquí el flipao del bloque… ¿Algo más? ¿Que sacas su perro a mear? ¿Le haces la compra en el supermercado? Yo he trabajado muchos años para Vasile. Yo te lo presenté —contestó inflando su pecho cual gallo envalentonado—. Sé perfectamente lo que haces para él. Seguro que te ha comido la olla diciendo que eres su preferido, que le haces entregas especiales, que solo a ti te confía según qué trabajitos.
Sergi se mostraba sorprendido por la precisión en las observaciones de su vecino y al darse cuenta Moha le pasó el petilla continuando su discurso.
—Ya te lo dije, trabajar con Vasile está bien para un tiempo. Cuando te quedaste en el paro y necesitabas pasta te conté que yo antes había hecho unos encargos para este tío y que pagaba bien. Que cuando lo quisieras dejar no te pondría pegas. Pero te estás estirando ya demasiado, chaval. ¿Y tu novia no sabe nada, de verdad?
—Y dale con que Silvia lo sepa todo. —Sergi giró sobre sus talones y miró al cielo apoyando los codos sobre la tapia. Expulsó el humo de su boca en forma de aros aprovechando la calma para reflexionar sobre lo que iba a decir—. Ella se cree que trabajo en negro en un almacén y por eso ni me pregunta por la nómina ni se extraña si me ve con un fajo de billetes. Se piensa que pronto me harán un contrato…
—¡Tú lo que tienes que hacer es venirte conmigo a la obra! Cuando quieras se lo comento a mi jefe y te meto —le sugirió agarrando de nuevo el canutillo.
—¿Te digo yo los calzoncillos que te tienes que poner?
—Ni lo intentes, colega. En eso no se mete ni mi mujer. Anda, vamos a pegar unos tiros al Carlos Duty o como putas se llame ese juego.
A continuación, Moha apagó el porro y se lo dio a su compañero para que se deshiciera de él. De camino hacia el interior de la casa para jugar a la Play, Sergi le puso la mano sobre la espalda a su vecino y le dio varias palmadas de forma reconfortante. Era su manera de darle las gracias por su oferta y por todo lo que había hecho por él. Al joven le costaba expresar sus sentimientos mediante palabras, por lo que sus gestos eran el canal para comprender qué se cocía en su interior.
CAPÍTULO 3
Los pensamientos pasean por nuestra cabeza con irreverencia. No tocan a la puerta ni piden permiso para entrar. Como si nuestro cerebro fuera un bar: entran, se toman algo y se van. En ocasiones, son tan recurrentes como los clientes asiduos. Los hay alegres, cansinos, desagradables y otras mil variedades. También están los fugaces, que piden un café, lo pagan mientras se lo sirven y cuando se marchan no vuelven a aparecer nunca más. Otros se presentan por temporadas o con intermitencia, pero todos alzan la mano apoyados en la barra reclamando nuestra atención, ya sea con paciencia o queriendo pasar por encima de los demás.
De camino al Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona, situado al lado de la Catedral, a Silvia le asaltó un recuerdo que hacía tiempo que no se daba cita en el pub de las reflexiones de su mente. Recordó cómo antes de toparse con Sergi su único objetivo era licenciarse en Historia por la UB e iniciar el Doctorado en Palma de Mallorca, ciudad en la que había nacido. Pero la noche que lo conoció de forma inconsciente decidió mantener el ancla en Barna trastocando el rumbo de su vida. Se autoimpuso trabajar para dejar de estar mantenida por sus padres y fue camarera, dependienta, guía… hasta que consiguió asentarse en un instituto como profesora. De eso hacía dos años, los mismos que habían transcurrido desde que se matriculara en los cursos de Doctorado. No era fácil compaginar trabajo e investigación, pero su amor por la Historia no tenía límites. Tampoco parecían tenerlos sus sentimientos hacia Sergi, pero últimamente le estaban pesando demasiado las cadenas del amarre. Tanto, que en determinados momentos más que atracada en un puerto se veía varada, atrapada en una playa desértica…
No quería pensar en Sergi, ni en sus vacilaciones más íntimas, por lo que se centró en su tesis. Mientras aparcaba la moto y entraba en el edificio, repasó los avances que había hecho en sus estudios sobre el exilio durante la Guerra Civil española, una época que la atraía desde siempre. Siendo adolescente coleccionaba carteles de propaganda republicana, buscaba por Internet música de aquellos años, devoraba todos los libros relacionados… Su madre solía decirle que se había equivocado de año al nacer. No había dudas de cuál iba a ser la franja temporal en que se iba a mover, pero acotar la temática de investigación le resultó complicado hasta que dio con una obra que acabaría definiendo su objeto de estudio.
Como si el espacio temporal se hubiera ensanchado, en apenas un minuto le inundaron infinitas instantáneas vitales de su fichero craneal. Rememoró la fiesta de Sant Jordi de hacía tres años. Paseaba con Sergi por los inabarcables puestos de libros que habían tomado el Passeig de Gràcia cuando este tropezó con unos tomos que estaban apilados y ambos se agacharon a recogerlos bromeando sobre su torpeza. Fue entonces cuando Silvia sostuvo entre sus manos un ejemplar que recogía imágenes acompañadas de testimonios de españoles que habían abandonado el país con el estallido de la guerra y con el establecimiento del régimen franquista.
El impacto que le causaron esas páginas que retrataban las formas de vida en los campos de internamiento de Francia fue brutal. Confraternizó de tal forma con las personas inmortalizadas en blanco y negro, que pudo sentir en sus carnes el desgarro emocional que estaban sufriendo los protagonistas de las mismas.