Pensar. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda
la gran literatura, de la gran ciencia, de la gran filosofía, de las grandes artes, por ejemplo, así lo ilustran con una profusión de casos.
4 | La investigación como un ejercicio de pensamiento
Pensar requiere tiempo. Pero desde el punto de vista laboral y como cultura académica, los investigadores en general viven sujetos al publish or perish (publicar o morir). La presión es verdaderamente enorme, y la expresión de la misma puede apreciarse con nitidez en el sitio: http://retractionwatch.com; esto es, la presión que hace incurrir en plagio, deformación de datos, robo de ideas, co-autorías ficticias, y muchas otras prácticas nocivas y perversas, y todo a gran escala, como un comportamiento verdaderamente generalizado. Las diversas presiones que se plasman en el sitio web mencionado, por ejemplo, ponen de manifiesto el choque de dos dimensiones radicalmente distintas: de un lado, el tiempo de la producción, la eficiencia, la eficacia y el crecimiento de indicadores —algo perfectamente análogo al crecimiento económico del modelo económico imperante— y, de otra parte, la temporalidad de la creatividad en general; aquí, el tiempo del pensar. He aquí un tema de la mayor dificultad y que interpela a varias escalas y niveles de la sociedad en general, incluidos desde luego el sector público y el sector privado.
Ahora bien, la historia de la ciencia pone de manifiesto que, en ningún área del conocimiento, nadie descubre nada en lo que venía trabajando hacía años. Por el contrario, tanto en electrónica como en física, matemáticas o filosofía, en biología o sociología, por ejemplo, siempre los descubrimientos científicos suceden: a) por casualidad y b) en las cercanías de lo que el investigador venía trabajando. La condición es que el investigador debe ser lo suficientemente sensible e inteligente para ver esa casualidad y los descubrimientos en los alrededores del campo o línea de trabajo que tenía. Como decía Heráclito (22 B 18): “Si no se espera lo inesperado nunca se lo hallará, dado lo inhallable y difícil de acceder que es”.
En esta misma dirección, también la historia de la ciencia, así como igualmente la filosofía de la ciencia, ponen suficientemente de manifiesto que la ciencia en general no se hace única y fundamental con base en observación, descripción, instrumentos, técnicas, herramientas, redes, laboratorios, bilingüismo, y demás. Por el contrario, el elemento que verdaderamente gatilla a la ciencia, y en consecuencia la creatividad e innovación, es la capacidad de realizar experimentos mentales. Esto es, la importancia de las pompas de intuición, la imaginación y la fantasía.
Pensar e imaginar no son dos cosas diferentes. Son dos expresiones de un mismo fenómeno, a saber: concebir nuevos mundos, nuevas realidades, nuevas formas de ser de las cosas, en fin, explorar, anticipar lo que aún no ha llegado, proyectar lo que es posible de otros modos. En este sentido, mientras que el conocer avanza, por así decirlo, por partes, el pensar implica una capacidad de totalización, de síntesis, de figuración integral de aquello que se piensa. Precisamente a la manera de la imaginación, que consiste en brindarnos el cuadro completo de un fenómeno determinado, y no simplemente escorzos o segmentos de este.
No todos los seres humanos se dedican a la investigación y, por lo demás, no tienen por qué hacerlo. De la misma manera, no todos los seres humanos hacen de la ciencia, en el sentido más amplio e incluyente de la palabra, un estilo de vida. Por la misma razón, en consecuencia, la mayoría de las personas no tienen problemas en el sentido preciso que se discute aquí. Pero cuando acontece, la investigación es el ejercicio mismo del pensamiento, y pensar adquiere, si cabe, un sentido agónico, exactamente en la acepción que el término adquiere desde la antigua Grecia arcaica. Esto es, un asunto de vida o muerte. De vida en realidad, pues cabe recordar aquí la vieja idea del estoicismo. Sostenía el filósofo estoico Crisipo: “Entre la vida y la muerte no hay ninguna diferencia”. Y alguien del sentido común le replica: “¿Si no hay ninguna diferencia entonces por qué no se suicida?” Y responde el filósofo estoico: “Por eso mismo: porque no hay ninguna diferencia”.
Digámoslo de manera elemental, en términos sociológicos: todos los seres humanos conocen, de alguna manera, esto o aquello. Y si bien la capacidad de pensar es común a todos los seres humanos, no todos piensan. Por diversas razones: porque no han sido llevados a ello, porque no se han visto impelidos a pensar, porque nunca hicieron del pensar un asunto propio, porque jamás disfrutaron de libertad, o por otras razones semejantes.
El tiempo del pensar no es objetivo. En este sentido, con razón, los griegos distinguían entre el tiempo cronológico y el tiempo del kairós. El tiempo del kairós puede ser asimilado al diálogo del alma consigo misma de que hablaba Platón, o bien, en el otro extremo del tiempo, al proceso misma del reencantamiento del mundo y de la vida del que hablan Prigogine y Stengers. Quisiera decirlo de forma directa y simple: investigar es un acto de optimismo, de confianza en el pensamiento, en la vida y en sus posibilidades. Quien ha claudicado ya ante la vida sencillamente se abandona, descree de las capacidades del pensar y es un escéptico convencido y la inutilidad de la investigación. El pesimismo ronda y se impone y, al cabo, reina la desolación y la muerte. Es cuando las personas han aprendido la desesperanza.
Pensar es, por consiguiente, todo lo contrario a un acto de abandono y claudicación ante las dificultades, los problemas y los obstáculos. Pensar es, así, una pulsión vital jalonada irracionalmente por un optimismo, una confianza o una fe en el reconocimiento de que, por así decirlo, el peor de los futuros será necesariamente mejor que el mejor de los pasados por el simple hecho de que es futuro, e implica por tanto esperanza y posibilidades.
Quienes han perdido la fe en la vida —por ejemplo por circunstancias políticas, económicas, afectivas, sociales y militares—simple y llanamente no piensan: aguantan, resisten, y, en la mayoría de las veces, al cabo del tiempo, desfallecen y caen sin más. En este sentido, es propio observar en quienes son pensadores en el sentido preciso de la vida una luz distinta en la mirada, movimientos corporales diferentes a los habituales, en fin, una pulsión erótica —contraria a la pulsión tanática (Freud)— manifiesta e inoculable ante cualquier mirada atenta. Si esto es cierto, entonces pensar y vivir son una sola y misma cosa, y ambas existen y se expresan, por lo tanto, en la forma de la investigación, del inquerir o del pesquisar. Y esto es bastante más y muy diferente de la simple academia, de la ciencia en sentido plano, o de la filosofía en sentido técnico y cerrado.
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El afán de poner a la comunidad académica, científica, filosófica y de ingenieros a producir artículos, capítulos de libros, libros, registros y patentes puede ser visto políticamente como el afán por ocuparlos para que produzcan, se ocupen y no piensen. Porque pensar cambia las cosas. Como con acierto se ha sostenido recurrentemen-te: la mejor praxis es una buena teoría (esta idea ha sido asignada a Kurt Lewin, pero ha llegado a formar parte de un imaginario culto, educado). Así, lo que sucede en realidad es que una muy buena parte de la comunidad de “investigadores” no investiga; simplemente hacen la tarea, producen; pero no piensan. Esto es, están lejos de una actitud crítica, emancipadora, liberadora, cuestionante, reflexiva en sentido estricto.
Pensar siempre ha correspondido a considerar las cosas de manera distinta de cómo han sido hasta el momento o de cómo son actualmente. El pensar no está volcado tanto hacia los hechos, sino hacia las posibilidades e incluso a lo imposible mismo. Y, desde luego, pensar implica la cabeza y al cerebro, pero los desborda por mucho y abarca e implica por completo todo el cuerpo y la existencia misma. En ocasiones, pensar tiene incluso un costo familiar o social por parte de quien piensa, pues como lo ilustra profusamente la historia, la mayoría de las personas no están familiarizadas con esa forma de vida que es el pensar.
Más exactamente, pensar no sabe de eficiencia y efectividad, de productividad y crecimiento (económico, notablemente). El pensar sienta las bases y las condiciones de sí mismo, y no tiene deudas con nadie. Pensar e investigar, dos expresiones de un solo y mismo asunto, son actividades, actos, procesos o formas de vida que implican radicalidad y autonomía, independencia y criterio propio, libertad y autenticidad. Por tanto, todo lo contrario a lealtad, fidelidad, doctrina y adiestramiento social y colectivo, obediencia y acatamiento, incluso