Pensar. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda

Pensar - Carlos Eduardo Maldonado Castañeda


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5 | Pensar y sembrar

      No existen garantías para el pensar y tampoco el pensar sienta garantía alguna. Bien entendido, pensar es un juego; acaso el juego mismo de la vida. Solo que es el más grande, riesgoso y atrevido de los juegos. A su manera, pero en la misma longitud de onda de este texto, ya François Jacob hablaba del “juego de lo posible” como el juego mismo de la vida o de los sistemas vivos, y resalta cómo la forma de la evolución —la vida— es la del bricolaje. Hoy aprovechamos alguna cosa sin saber exactamente cómo o para qué, y mañana o pasado mañana le damos otro uso que el que originalmente pudo tener. La vida se va haciendo de retazos, de mosaicos y vamos dándole una estética a medida que el tiempo va pasando.

      En verdad, pensar es una especie de bricolaje —en el sentido de Jacob—, puesto que vamos, en ocasiones, por la vida pensando, no a la manera de un plan o programa pre-establecido, sino en adecuación de paisajes rugosos adaptativos. Pues bien, en esto consiste, bien entendida, la investigación. Esta no responde a una estrategia fría y determinada, sino, fundamentalmente, se asienta sobre fortalezas, capacidades, formación y ganas por parte de los investigadores. Cuando la investigación se funda en objetivos, habitualmente estos están puestos por agentes externos, especialmente por su fuente de financiación.

      Hacemos la vida como podemos, intentando lo mejor y aprovechando lo que está a la mano en cada momento. Asimismo se hace la ciencia, el pensamiento. Cada época desarrolla la ciencia que puede, y cada época desarrolla la ciencia que necesita. En este mismo sentido, no existe una comprensión —y definitivamente ninguna definición— única de “ciencia”. A fortiori, como observaremos en el curso de este libro, tampoco existe una definición única de “lógica”. Cabe decirlo sin más: pensar constituye una ventaja selectiva en la vida. Pero esta ventaja exige ser cultivada, literalmente, no construida. Esta distinción entre sembrar y construir constituye quizás el rasgo diferenciador más grande entre el mundo de las urgencias y las necesidades, y el mundo de los problemas que dan qué pensar. El pensar no construye nada; por el contrario, siembra, y como en los procesos del campo, espera, cultiva, cuida, riega, vuelve a esperar y finalmente cosecha. Pero cosecha para volver a sembrar. Lo que tenemos aquí es el ritmo o el pulso mismo de la tierra, de la naturaleza. Para los seres humanos, la expresión más inmediata de la tierra o la naturaleza es el cuerpo. Pues bien, cuando verdaderamente pensamos, no pensamos sin la cabeza, pero pensamos con el cuerpo mismo. Solo que la metodología habitual de la investigación nada sabe sobre esto y por eso mismo nunca dice nada al respecto.

      Pensar con el cuerpo implica una consecuencia fuerte: la autenticidad. La mente en ocasiones nos engaña; nos engaña a veces la percepción. Pero el cuerpo jamás miente. Solo que debemos poder escucharlo. El pensar se anida en alguna parte del cuerpo, vibra y sale en la forma de palabras y textos escritos, a través del cerebro.

      El primer objeto de trabajo, en ciencia y en lógica, es el lenguaje, pues es a través del lenguaje como aparece “verdad” en el mundo. Más exactamente, “verdad” tiene lugar tan solo en el lenguaje proposicional, no en ningún otro. El lenguaje proposicional es del tipo: S es P —esto es, sujeto, verbo predicado—; esto es, cuando afirmamos alguna cosa de algo. Existen numerosos otros tipos de lenguajes: en ninguna de ellos acaece “verdad” (o falsedad).

      Nos batimos en primer lugar no con “la cosa” directamente; por ejemplo, la empresa, el paciente, la región, la centrifugadora, el aula de clase o lo que sea que nos ocupe en la ciencia o disciplina en que trabajamos. El primer objeto de trabajo es el lenguaje: cómo decir cosas nuevas, cómo decir cosas diferentes, cómo decir las cosas liberándonos del lenguaje ya habido, ya sedimentado y que resulta insuficiente.

      El ser humano es un sistema de sistemas. Los sistemas constitutivos del ser humano a nivel biológico son: el sistema endocrino, el sistema linfático, el sistema inmunológico, el sistema nervioso central, el sistema cardiovascular, el sistema muscular, el sistema digestivo, el sistema respiratorio y el sistema circulatorio. Con una observación puntual: en un organismo saludable, no todo pasa por el cerebro.

      Para los seres humanos, pensar es determinante con el cerebro —el cual, dicho de pasada, no es un órgano, sino una glándula, una que contiene otras glándulas—. El cerebro es el único “órgano” endo-esquelético en el caso de los seres humanos; todo el resto del organismo es exo-esquelético. Lo que hace el cerebro para funcionar son esencialmente reacciones eléctricas y químicas, pero toda reacción química es en últimas una reacción eléctrica. Pues bien, es la estimulación eléctrica la que desencadena procesos mentales.

      Desear e imaginar son determinantes para poder pensar, y ambos, desear e imaginar, son procesos que se llevan a cabo en las funciones superiores. Para su comprensión es básico el reconocimiento de las áreas (primarias y secundarias) y los lóbulos (frontal, parietal, temporal y occipital).

      Sin embargo, propiamente hablando, no todas las estructuras del cerebro son estrictamente necesarias para la formación del pensamiento. Así, algunos córtices sensoriales tempranos, todos los córtices inferotemporales, el hipocampo, los córtices relacionados con el hipocampo, los córtices prefrontales y el cerebelo no entran en primera línea de consideración para temas tan sensibles e importantes como el pensar, la conciencia o el yo.

      Desde el punto de vista biológico, pensamos gracias a miles, millones, billones de conexiones. Literalmente, en su expresión más básica, pensar es relacionar. En efecto, el cerebro está compuesto por alrededor de 100.000 millones de neuronas y cada neurona dispara impulsos electroquímicos entre cinco y cincuenta veces por segundo, lo que da como resultado una estimación de 100 trillones de sinapsis, que son las conexiones que las neuronas, en sus extremos, tienen entre sí. A mayor flexibilidad de las sinapsis, mayor robustez en las conexiones y por tanto podemos pensar mejor. En otras palabras, la plasticidad de las neuronas garantiza una mejor capacidad de aprendizaje, de adaptación y de pensamiento.

      Las neuronas son las células —e instancias— determinantes para la actividad cerebral. Como es sabido, las neuronas se componen del cuerpo celular, el axón, que es una fibra de salida, y las dentritas, que son fibras de entrada. Los extremos están constituidos por los citoesqueletos, que son los extremos que al mismo tiempo permiten, y en los que se realizan, las conexiones de las neuronas entre sí. Estas conexiones son conocidas como sinapsis. La figura 1 ilustra la estructura de una neurona:

      Figura 1. Estructura de una neurona

      Fuente: Kevenaar JT and Hoogenraad CC (2015) The axonal cytoskeleton: from organization to function. Front. Mol. Neurosci. 8:44. DOI: 10.3389/fnmol.2015.00044

      Figura 1. La unidad biológica de base para el proceso del pensamiento es la neurona. Solo que no existe una sola neurona. Más adecuadamente, el pensamiento es el resultado de conexiones de las neuronas y la robustez de dichas conexiones es lo que permite los procesos cognitivos y de pensamiento. Desde el punto de vista funcional cabe pensar razonablemente que el cerebro humano es el fenómeno de máxima complejidad conocido hasta la fecha. Esto se comprende mejor, no tanto por el conocimiento mismo del cerebro, algo que si bien ha logrado magníficos avances es aún incipiente, sino por las realidades y sistemas que ha creado, en síntesis la historia, la cultura.

      Las neuronas constituyen acontecimientos singulares en la historia de la evolución, y es cierto que en su estructura y funcionamiento incide la cultura y el medio ambiente tanto como que estos son el resultado de las propias conexiones neuronales. El tema que emerge exactamente en este punto es la epigenética.

      Las interacciones entre las neuronas son de orden cooperativo, de suerte que la liberación de neurotransmisores se traduce en procesos cognitivos: imágenes, palabras, juicios, argumentos, conceptos e ideas. El funcionamiento de la corteza cerebral opera como series de interacciones a través de sistemas de contigüidad, que se van extendiendo siempre por medio de adyacentes posibles.


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