Pensar. Carlos Eduardo Maldonado Castañeda

Pensar - Carlos Eduardo Maldonado Castañeda


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las diferentes concepciones mencionadas tienen en común el rasgo definitorio de la LFC, a saber: se trata de una lógica binaria, dualista o bivalente. Nada semejante existe ni es posible, en absoluto, en el marco de las LNC; y, como sostendremos oportunamente, tampoco nada semejante existe, a fortiori, en el seno de las ciencias de la complejidad2.

      El problema de la lógica en general con respecto al mundo puede presentarse adecuadamente en los siguientes términos: o bien, de un lado, el mundo y la realidad, la vida y la sociedad poseen una lógica, son lógicos, y si es así entonces la labor de los seres humanos —académicos e investigadores, científicos y filósofos, por ejemplo—consiste en desentrañar dicha lógica. O bien, de otra parte, el mundo, la realidad y la naturaleza carecen de una lógica (determinada) y entonces la tarea de los seres humanos estriba en otorgarle, de alguna manera, una lógica para que el mundo, la naturaleza y la realidad sean inteligibles, comprensibles. Justamente al respecto, Einstein sostenía que el mayor misterio del universo es que sea inteligible; esto es, que podamos comprenderlo. Hacer comprensibles o inteligibles las cosas puede ser llamado historia, el proceso civilizatorio, en fin, la cultura humana. La grandeza del espíritu humano consiste en hacer inteligible lo que de suyo no lo es y, más radicalmente, al cabo, en comprender que son posibles diversos modos de racionalidad, comprensión y explicación sin caer por ello en el relativismo.

      Nuestra sociedad, no sin buenas razones, por ejemplo desde la sociología, ha sido caracterizada como la sociedad de la información, la sociedad del conocimiento y la sociedad de redes, respectivamente. Vivimos, literalmente, una época de verdadera luz y de una magnífica eclosión en el conocimiento. Jamás había habido tantos científicos, ingenieros, técnicos e investigadores como en nuestros días y jamás habíamos sabido tanto sobre el universo y sobre nosotros mismos. Por ejemplo, jamás había habido tantos investigadores con doctorado (Ph.D.), tanta gente con maestría, tantos médicos con especialidades, sub especializaciones y sub-sub especializaciones; tantos ingenieros, pero al mismo tiempo, tantos escritores, poetas, músicos y artistas, por ejemplo. Como consecuencia, los ritmos de avance del conocimiento son cada vez más vertiginosos. Hoy sabemos en numerosos campos el 100% o algo menos que lo que supimos en ese campo en toda la historia de la humanidad junta. Estos ritmos de avance son, más que exponenciales, verdaderamente hiperbólicos. Se trata de verdaderos bucles de retroalimentación positivos que inciden y confluyen por diversas vías con otros campos del conocimiento. La vitalidad en el conocimiento es, sin dudas, un motivo de vitalidad de la existencia y de optimismo, hoy y hacia futuro3.

      Mientras que en la superficie —por ejemplo en los principales titulares de los grandes medios de comunicación alrededor del mundo— el tono es de desasosiego, crisis y un profundo malestar en la cultura e incluso de colapso civilizatorio, en las aguas más profundas, por así decirlo, asistimos a una efervescencia de optimismo y vitalidad que se expresa y se traduce al mismo tiempo en una ampliación y profundización del conocimiento como jamás había sucedido en la historia del planeta. Un fenómeno a gran escala y del más alto calibre. Asistimos, por decir lo menos, a un más que idóneo caldo de cultivo para pensar, no ya simplemente para conocer.

      No obstante, gracias a la historia y a la filosofía de la ciencia hemos aprendido que existen dos formas generales de ciencia: la ciencia normal y la ciencia revolucionaria; digamos, paradigmas vigentes, paradigmas hegemónicos, y la presencia de anomalías y emergencia de nuevos paradigmas. La ciencia normal se caracteriza por un hecho singular: funciona. Esto es, con ella se pueden, literalmente, hacer cosas, pero ya no se le puede pedir una mayor o mejor explicación o comprensión de las cosas que las que ya hizo. La capacidad comprensiva y explicativa de esa ciencia ya se agotó, aun cuando todavía sea posible hacer cosas con ella.

      Peor aún, la ciencia normal normaliza a la gente, y la gente normal es, por ejemplo, el conjunto de, como lo decía en su momento Napoleón, “idiotas útiles”; es decir, gente que hace las cosas, incluso las hace muy bien, que hasta es feliz con lo que hace, pero que no entiende ni qué es lo que hace ni hacia dónde va con lo que hace. La gente normal es sencillamente todo ese marasmo de gente funcional. Ellos conservan el mundo, lo mantienen, pero no lo hacen ni lo cambian4.

      Más adecuadamente, la ciencia normal comprende a la sociedad y al mundo, a la realidad y al universo, en términos de distribuciones normales, ley de grandes números, estándares, medias, medianas, promedios, matrices, vectores, y generalizaciones. Las herramientas e instrumentos, las técnicas y las aproximaciones mediante las que lleva a cabo dichas generalizaciones son variadas. Lo dicho, esta ciencia funciona, literalmente, y con ella se pueden hacer cosas en el mundo. Pero poco y nada nos ayuda para comprender, para explicar, para pensar la naturaleza, el universo y la vida misma. Sus criterios son efectividad, eficiencia, productividad, competitividad, crecimiento, desarrollo, entre otros.

      Con respecto al pensar hay dos vías, perfectamente distintas, de acceso a este. La modernidad comienza con el descubrimiento de la capacidad de pensar como fundamento de cualquier otra posibilidad subsiguiente. Es lo que acontece con Descartes. Posteriormente, de un lado, el pensar se desplaza —fundadamente, en su momento—hacia el cálculo, que es lo que sucede con Newton-Leibniz. En el marco de la emergencia del cálculo (Dowek, 2011), el razonamiento —el pensar, justamente— fue gradualmente desplazado por el cálculo; esto es, ulteriormente, por la importancia de los algoritmos. Así, la modernidad deja de pensar y se vuelca a calcular. Esta es la historia dominante hasta la fecha. De hecho, lo que la gente normalmente llama como inteligencia es tan solo inteligencia algorítmica. Durante buena parte de la modernidad imperó el cálculo sobre el raciocinio. Y como resultado imperó la estrategia en cuanto determinación de las relaciones entre los seres humanos, y entre estos y la naturaleza; estrategia y cálculo configuran el ápice de la modernidad hasta su extensión y conversión como “ciencia normal” o hegemónica.

      Precisemos mejor: el proceso de raciocinio es desplazado por la importancia del cálculo, y este, a su vez, posteriormente se transmuta por/en la programación. Al cabo del tiempo, pensar se deforma como cálculo, y este a su vez se convierte en programación. Serias consecuencias se derivan de estos procesos.

      De otra parte, al mismo tiempo, particularmente en la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha, emergen las lógicas no clásicas (LNC), igualmente conocidas como lógicas filosóficas. De modo general, estas lógicas pueden ser vistas como complementarias a —o extensiones de— o bien como alternativas de la LFC. En este texto quiero mostrar que, en realidad, las LNC son alternativas a la LFC, pero la forma en que lo mostraré será indirecta, como por efecto Doppler, si cabe la expresión. Más exactamente, en la medida en que nos alejemos de la LFC y de la ciencia normal —o bien, dicho inversamente—, en la medida en que nos acerquemos al pensar como tal, se hará claro que las LNC son alternativas y no simplemente complementos a la lógica simbólica. Lo que sí es posible decir directa e inmediatamente, de entrada, es que las LNC constituyen una de las ciencias de la complejidad; esto es, una de las herramientas, por así decirlo, para comprender y explicar los fenómenos, sistemas y comportamientos de complejidad creciente, en el mundo y en la naturaleza.

      Mi estrategia para abrir ambas compuertas hacia las LNC consiste en llamar la atención acerca de la importancia de los eventos raros, algo sobre lo cual ni la ciencia normal ni, a fortiori, la LFC saben nada.

      De un modo general los eventos raros son cisnes negros, comportamientos irrepetibles, sistemas irreversibles, fenómenos impredecibles, acontecimientos únicos o singulares, inflexiones o situaciones límites, entre otras caracterizaciones y ejemplos. Propiamente hablando, los eventos raros son los que dan qué pensar. El conocimiento de estos es una condición necesaria, pero no suficiente, para comprenderlos y explicarlos.

      A título introductorio digamos aquí que podemos trabajar con o sobre los eventos raros en términos de analogías, isomorfismos, homeomorfismos, redes, lógicas no clásicas o patrones.

      Estos son los motivos que guían y abren al mismo tiempo esta presentación de y hacia la lógica en general. Digámoslo aquí de forma franca: se trata de allanar el camino hacia una comprensión de las LNC o, lo que es equivalente, del pensar mismo.

      En apariencia, siguiendo las líneas del pensamiento clásico, es posible reducir —o mejor digamos traducir ulteriormente—


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