La revolución ciudadana en Ecuador (2007-2017): posneoliberalismo y (re)colonización de la naturaleza. Diego Alejandro Ramírez Bonilla

La revolución ciudadana en Ecuador (2007-2017): posneoliberalismo y (re)colonización de la naturaleza - Diego Alejandro Ramírez Bonilla


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las condiciones de posibilidad de la vida misma en el planeta, y la incapacidad por parte de las teorías críticas tradicionales u ortodoxas de reconocer y explicar las nuevas dinámicas de organización popular que se presentan a nivel mundial, imponen la obligación ético-política de proponer marcos de acción subversiva que sintonicen con la actual coyuntura de lucha social latinoamericana, caracterizada no solamente por exigencias en torno a tierra, salario o bienes materiales, sino también por disputas y reivindicaciones epistémicas relacionadas con las identidades, los territorios y la dignidad de los pueblos históricamente marginalizados. Este accionar implica asumir una posición antisistémica radical, es decir, que ataque las raíces mismas de las distintas formas de opresión, entendiendo que el actual ordenamiento mundial no es solamente un sistema económico, sino un sistema social total que recurre permanentemente (desde sus orígenes hasta su fase actual) a la colonialidad para perpetuar su existencia, y en el cual las múltiples facetas de la dominación y la explotación se articulan entre sí de manera heterárquica (Castro-Gómez y Grosfoguel, 2007).

      Entre las principales limitaciones afrontadas en la elaboración del trabajo investigativo estuvo la dificultad para acceder a información veraz y exacta por parte de las diferentes instituciones del Estado ecuatoriano, las cuales, en no pocas ocasiones, presentaban discrepancias y contradicciones entre ellas al momento de informar sobre los distintos aspectos de la explotación petrolera en el ITT. No obstante, se espera que esta obra contribuya a alcanzar una comprensión global de los procesos de depredación natural y social desplegados en una de las zonas más importantes para la biodiversidad mundial, y que, al mismo tiempo, dé luces para la consolidación y el ejercicio de nuevas tácticas y estrategias de acción social y política efectiva contra la apropiación de la vida por parte del capital.

      

      Nuevo (des)orden mundial, crisis y resistencias en el tránsito hacia el nuevo milenio: antesala de la Revolución Ciudadana

      La Revolución Ciudadana, como proyecto que reviste particularidades propias de la realidad latinoamericana y ecuatoriana de principios del siglo XXI, debe comprenderse a la luz de las transformaciones y las dinámicas de resistencia, ejercidas tanto en el Norte como en el Sur global que modificaron las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales de orden planetario e inauguraron un nuevo estadio en la configuración del patrón de poder mundial desde finales del siglo XX. En este contexto, resalta con especial nitidez la crisis de hegemonía de Estados Unidos y la emergencia de nuevas potencias (Wallerstein, 19 de junio del 2006; 3 de septiembre del 2006; O’Neil, 2001; 2003), así como la crisis del modelo neoliberal y las múltiples formas de resistencia que esto suscitó, particularmente en América Latina, lo cual desembocó en procesos políticos que cuestionaron (y cuestionan) los dictámenes de Washington y de los organismos multilaterales (Stiglitz, 2002; Harvey, 2007; Gambina, 2013; Santos, 2008; Svampa, 2008; 2009; 2010).

      Crisis de la hegemonía estadounidense y surgimiento de los Brics

      En la primera década del siglo XXI se manifiesta con particular ahínco la dificultad que experimenta Estados Unidos para mantener su posición de liderazgo político, económico y militar a nivel global, al tiempo que aumenta su intervencionismo bajo la retórica de la guerra contra el terror.

      

      El título de única superpotencia mundial, adquirido luego de la implosión de la Unión Soviética, fue contrastado por la profundización de las dificultades de distintos órdenes que Estados Unidos afronta con cada vez menos éxito. A principios del nuevo milenio, el debilitamiento del dólar –que se mantiene a flote solo gracias a la compra de bonos del Tesoro por parte de países como China y Japón, entre otros– expuso la crisis que atraviesa el señoreaje global que ejerce la potencia norteamericana como emisor monopólico de la moneda de reserva mundial. A su vez, los grandes fiascos militares en los que derivaron las guerras estadounidenses desde la invasión de Afganistán en 2001 clarificaron la magnitud de la crisis de hegemonía por la que atraviesa la potencia norteamericana desde comienzos de siglo, y demostraron la debilidad de las tropas terrestres empleadas por el aparato industrial militar para acabar con las fuerzas rebeldes en los países invadidos. De igual manera, mostraron la disminución en la efectividad de la diplomacia de intimidación que ejerció el gobierno de George W. Bush para imponer la voluntad irrestricta de Washington en el escenario político global (Wallerstein, 2006).

      Esta serie de problemas, sin embargo, corresponden a manifestaciones superficiales de contradicciones más profundas que tienen su origen en la reestructuración del capitalismo de posguerra en el último tercio del siglo XX. Como consecuencia del aumento en la producción de bienes industriales por parte de países como Alemania y Japón, que entraron en competencia con Estados Unidos, se produjo una crisis de sobrecapacidad, esto es, de creciente producción de manufacturas sin suficientes oportunidades para ser vendidas en el mercado, lo cual condujo a la disminución en la tasa global de ganancia desde la década de 1960, poniendo en riesgo el lugar de privilegio que ocupaban las élites norteamericanas en el sistema-mundo. La respuesta del establishment estadounidense consistió en la implementación de una serie de medidas para reestablecer su hegemonía, entre las que se encontraron la restructuración neoliberal, la financiarización de la economía y la puesta en marcha del proceso de globalización como manera de reapuntalar las ganancias percibidas por las élites industriales (Harvey, 2003; 2004a; 2007).

      Aunque las medidas de liberalización económica permitieron la restauración del poder de clase de los magnates de las grandes industrias, paradójicamente profundizaron también el declive de Estados Unidos como consecuencia de la desindustrialización que atravesó el país ante la relocalización del capital productivo, con la consiguiente pérdida de empleos y creciente dependencia de manufacturas importadas que ello generó (Harvey, 2007; Martínez Torres, 2016).

      La constante y paulatina contracción de los salarios, junto con la disminución del gasto social –suscitadas por las políticas neoliberales de flexibilización laboral y reducción del gasto público– tuvieron como consecuencia lógica una drástica reducción de la demanda agregada, que condujo a la economía estadounidense a periódicas recesiones. La solución empleada por las autoridades económicas estadounidenses consistió en incentivar la adquisición de deuda, tanto pública como privada, para fomentar el consumo a través del crédito (Brenner, 2009; Martínez Torres, 2016). De esta manera, lo que Robert Brenner (2009) denomina un keynesianismo de precios de activos –es decir, el impulso al endeudamiento privado como sustento de la economía ante la disminución de los salarios– sustituyó al keynesianismo tradicional como impulsor del crecimiento económico.

      Como resultado de la economía deficitaria que se gestó en Estados


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