Cala Ombriu, 2085. José María Bosch

Cala Ombriu, 2085 - José María Bosch


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a coger el tren y, especialmente, no sabe cómo hacer para que le confirme que también lo hará “aquel chico de anoche”. No sabe qué relación me une a él. Decido no hacerle sufrir:

      —Voy a Capfoguer de Mar con un grupo de alumnos.

      —¡Vaya!... han tenido ustedes la misma idea que yo. —¿Su idea?—. Dispongo de unos días libres y quiero alejarme de la rutina. Por cierto, pensará que no es lógico que viaje en tren cuando tengo mi coche aparcado en la pensión: ya se lo he dicho; prefiero descansar estos días.

      Sí, claro, y no perdernos de vista. Pero esto demuestra que no se le escapan los detalles que pudieran hacer sospechar a un observador; parece que sabe lo que hace.

      —Si usted va a Capfoguer es posible que también coincidamos en la playa, ¿no cree? —Bonitas las ganas que tengo, pero he de darle opciones.

      —La verdad es que siempre he creído que el contacto con la gente joven es lo más saludable que les puede pasar a las personas maduras como yo.

      Ahora debería introducir alguna broma... pero no se me ocurre nada gracioso.

      —Se retrasan sus alumnos; si le apetece le invito a una aKqüa-T de la máquina.

      Veo que intenta tomar confianza pero, ahora, no tengo ganas de un refresco; ya he tomado té en casa.

      —A mí no me conviene por los gases, ¿sabe?

      —Entiendo...

      —Lo que pasa es que me encanta el dulce y soy un adicto; lo eché de menos el día de la avería...

      —¿La avería…?

      —¿No lo sabe? Estuvimos un día entero sin servicio, con todo bloqueado.

      —La verdad es que no...

      —Fue el día de San Isidro, el 15 del mes pasado.

      —Será como usted dice, pero no sé nada al respecto.

      —Precisamente un día festivo… ¿No recuerda que no había forma de comprar un bote en ningún sitio? No funcionaban las máquinas.

      ¿Cómo se puede centrar en un dato tan trivial como éste? ¿No tiene otra cosa en qué pensar, o será cierto que no puede pasar sin el azúcar?

      —Y recuerdo que hizo mucho calor...

      —…

      —Por lo visto no se enteró…

      ¡Un momento! ¡Juanito estuvo en la fábrica de la aKqüa-T unos días después de San Isidro! Ahora me doy cuenta... El día de la fiesta visitó el cementerio con sus padres; lo sé porque fue cuando hablaron de algo que, todavía, no se ha atrevido a contarnos… Y días después estuvo en la factoría con los otros chicos. ¿Cómo se puede entender esto?: tiene que ser una casualidad... Lo de visitar la fábrica solo puede deberse a una promoción de la empresa... ¿qué otra cosa iba a ser?... ¿cómo iba a tener relación esta visita con una avería tan grave, según dice? ¿Y qué hago?: ¿se lo digo?, ¿me lo callo? Ahora soy yo el que se monta, solito, un tsunami de preguntas. ¿O será que el detective quiere sonsacarme? ¿Pero, sonsacarme qué?... Bueno, ya vale; yo confío en Daniel, por lo tanto le iré dando información, poco a poco... pero cuando me deje hablar, porque él continúa con su cháchara:

      —Fue algo muy espectacular; no se vendió ni un refresco en todo el país, no funcionaban las máquinas… ¿Y usted no lo sabía? ¿No se comentó en su colegio?

      —No, la verdad es que yo no me entero de estas cosas; tampoco soy un adicto como usted y si se dijo en algún informativo, pues, tampoco caí en la cuenta, pero... ahora que lo nombra —espero que sea esto lo que debo de hacer—, resulta que varios de mis alumnos fueron invitados, hace unos días, a una factoría; la que está cerca de aquí. ¿No le parece curioso? —Bueno, ya está dicho.

      —No sé si entiendo… ¿Fueron a la aKqüa-T?... —parece que le ha extrañado.

      —Sí, eso mismo…

      —¿Invitados? —Obviamente, le interesa esta cuestión… No creo que me esté tomando el pelo haciéndose el sorprendido.

      —¿De qué otra manera iba a ser?

      —Sí que es coincidencia, ¿no? ¿También invitaron al chico de anoche? —No se corta nada; muestra fijación por Juanito.

      —Sí, claro, a Juan; recuerdo que me dijeron que a él lo llamaron en primer lugar y, luego, hicieron extensiva la invitación a sus amiguitos.

      — ¡Qué casualidad!... y todo en pocos días…

      — No sé a qué se refiere...

      —Si... me refiero a que se produce la avería y a los pocos días invitan a los chicos.

      —¿Y?

      —Pues eso; la sucesión de acontecimientos... —No para de pensar…

      —¿Y usted qué puede saber...?

      —Perdóneme por favor...

      —…

      —Mire, me llamó Luís... —Sí, eso ya lo sé muchacho—, y no, no pasa nada; no ocurre nada. Me he quedado asombrado por un momento. No sé si le he dicho que me dedico a los seguros, y en mi trabajo nunca son bienvenidas las casualidades; nos ponen en alerta. No hay que creer en ellas…

      —Se refiere a la avería de la que me ha hablado, ¿no?

      —Sí, claro, y a la oportuna visita de los niños a la fábrica: todo en pocos días... —Se empeña en sacar conclusiones… En fin, es su trabajo.

      —Sí, es cierto… en eso tiene razón... Bueno, no le he dicho mi nombre: me llamo Jorge.

      —Encantado Jorge.

      —No sé si he entendido bien, pero yo creo que la única casualidad que se da aquí es que estamos hablado de un refresco que es muy común en la calle…

      —Y la avería… y la visita… —Se empeña en buscar los tres pies al gato…

      —¿Pero, no se da cuenta de que estamos hablando de aKqüa-T, posiblemente la compañía número uno del mundo?

      —No… si supongo que usted tiene razón, pero esas son las cosas que, en mi trabajo, al final, siempre esconden algo. Pero eso es todo, no hay más… ya le he dicho que necesito unas vacaciones.

      ¿Qué puede haber descubierto este hombre? Se nota que se ha sorprendido y yo he comenzado a hacerlo también. Ha saltado como por un resorte; es obvio que va detrás de algo que solo él sabe… Intentaré darle más cuerda.

      —No recuerdo, en este momento, si la visita a la fábrica se realizó hace una semana o dos… pero, en cualquier caso, se trata solo de eso: una simple visita a la factoría, ¿no cree?

      —Perdone Jorge, puede que lo esté confundiendo. Le insisto en que solo me refería a que en unos pocos días pasó lo de la avería y, a la vez, la invitación: solo eso. Es una deformación profesional ver cosas que puede que no existan.

      —Lo dice usted…

      —Me alegrará disfrutar de su compañía en el viaje. Creo que ya vienen a buscarlo, y yo debo hacer una llamada antes de subir al tren: todavía tengo obligaciones.

      Me parece que hemos comenzado bastante bien. Espero que sea posible que, más tarde, hable con Juanito y aclare este embrollo.

      —¡Jorge! ¡Ya estás aquí!

      —Buenos días, Carmen. ¿No llegas tarde?

      —No, si no ha pasado el tren. ¿Y los chicos?

      —Vendrán a su hora, seguro.

      No he advertido la llegada de Carmen. Me sabe muy mal porque no me he dado cuenta del momento en que se acercaba. Deseaba verla a lo lejos, adivinar la ropa que se había puesto, y poder exprimir el instante en que, conforme venía,


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