Cala Ombriu, 2085. José María Bosch
de nuestro hijo que apretaba la mía. Era consciente de aquello, pero tuvieron que discurrir unos segundos —como quien se acostumbra a la luz al salir de un cuarto oscuro— para entender lo que me estaba pasando. Lo que nos estaba pasando… Tenía las mejillas inundadas en lágrimas y me dirigía una mirada donde yo encontraba, otra vez, a la familia que habíamos sido —que volveríamos a ser los dos— y veía, en el fondo de sus ojos, tu imagen, clara y hermosa como la juventud.
La música no dejaba de sonar y estaba allí, con nosotros; supo abrir la puerta y se coló dentro. Ocurrió que, a pesar del dolor, la esperanza volvió a formar parte de nuestras vidas. Tenía que ser así y yo se lo debía a él; a nuestro hijo. No podía abandonar. Tú no me habrías perdonado. Comprendí todo eso en la vieja iglesia de Santa María, bañados en la humilde música de un joven estudiante.
Pasados unos días Miguel me sorprendió: “quiero un chelo como el de la iglesia; aprenderé a tocarlo”
Se está moviendo mucho y parece que han vuelto las pesadillas. He de despertarlo.
13. CARTA DE MIGUEL, II “Cada tres meses volvíamos al hospital”
Cada tres meses volvíamos al hospital para que Miguel fuese chequeado convenientemente y su mano no creara problemas de rechazo. Lo malo es que estas revisiones, además de los inconvenientes del viaje, se convertían en una larga lista de pruebas, resultados, más pruebas y vuelta a comenzar. Ocupábamos todo el día en las sesiones e incluso, alguna vez, quedó ingresado por la noche hasta el día siguiente.
No era cuestión de quejarse, porque estábamos muy agradecidos a aquellos técnicos que, en el momento de la verdad, realizaron el trasplante y nos devolvieron, prácticamente, a la vida. En los momentos agobiantes, cuando me asaltaba alguna duda, solo tenía que acordarme de la persona que donó la mano: a él —era una mano varonil— ya no le preocupaba nada, todo había terminado, y yo me felicitaba porque mi hijo se había salvado en aquel accidente. La verdad es que habíamos tenido la suerte de cara. Aquel hombre —sin duda era joven, por lo menos tanto como él— nunca debió de haber trabajado en cosas rudas, o de grandes esfuerzos físicos, porque no se apreciaban los rasgos propios de esas actividades; no estaba deformada ni castigada y las uñas no denunciaban haber estado sometidas a duras pruebas. Presentaba la particularidad de ser más pequeña que la suya —de aquella que le quedaba—, pero eso lo podíamos apreciar solo nosotros o alguien que estuviera en disposición de fijarse lo suficiente.
Pero, por desgracia, y en demasiadas ocasiones, las cosas no son como nuestros ojos se empeñan en ver.
Me he culpado muchas veces por consentir que Miguel fuese tratado en esa extraña clínica que, en realidad, no forma parte del Hospital Comarcal y, simplemente, se ubica en la zona de jardín que lo rodea, pero estratégicamente construida a la sombra de una institución fiable. También me culpo por no haberme dado cuenta, en su momento, de circunstancias tan extraordinarias como la ausencia de médicos en ese centro. La responsabilidad sanitaria recae, únicamente, en los técnicos que, con un atrevimiento supino, se declaran los garantes del futuro y del progreso. Tampoco le di importancia a la exigencia —perfectamente disimulada— de pagar una gran cantidad de dinero a cambio de que se realizara aquella operación. Ante estos hechos mostré la ingenuidad propia de un niño pequeño. En cualquier caso, después del trasplante los tiempos fueron buenos y Miguel inició el aprendizaje de una nueva vida gracias a los cuidados de que había sido objeto.
PRIMAVERA
14. MIGUEL, IV “Fue esta primavera cuando Miguel y yo”
Fue esta primavera cuando Miguel y yo te visitamos. Era el 15 de Mayo, pero parece que haya pasado una eternidad. Necesitaba sentirte cerca, y tal vez esperaba que algo parecido a una bendición atravesara la losa que te cubre y pudiera acabar con nuestra mala suerte. Él no es capaz de superar la enfermedad que lo persigue y yo me temo que terminará por fulminarnos a los dos.
Llegamos temprano y la sombra de la torre cubría la sepultura. Persistía, sobre la hierba, un brillo de rocío amparado en una umbría condenada a desaparecer. Más tarde, el sol rodeó el edificio y comenzó a caldear todo aquello que iluminaba. La tuya fue la última. Tuvo que dejarse ver para alcanzarte; era casi mediodía.
No tengo que decirte que tu tumba está a dos pasos del atrio. Ese día, unos voluntarios de la Parroquia, reparaban las tejas que no habían soportado el paso del tiempo; las voces y el trabajo empañaban la mañana de un sabor cotidiano que yo había olvidado hacía meses. Allí, junto a los arcos de piedra, permanecían estancados todos los años que habían pasado desde tu muerte; años viejos y pesados, como los muros de Santa María.
Siempre me asombró esa proximidad; desde el mismo momento en que salíamos de tu funeral. Unos metros más allá de la puerta, apenas esquivando la arcada, yacía el hueco que se iba a convertir, para siempre, en tu morada. A poniente del templo: dicen que esa es la parte humana. La parte opuesta representa la luz y la vida, y la llaman sagrada porque es por donde sale el sol. Por lo tanto, donde tú descansas es la parte de la muerte, el sitio adecuado para los enterramientos. Me pregunto si, en su día, funcionaban esas directrices o se obedeció a una cuestión más práctica y terrenal a la hora de situar las tumbas. Perdona: me estoy yendo por las ramas, ¿verdad?; hace tiempo que no hablamos. ¿Será la misma cuestión que obligó a eliminar el estrecho margen de tierra que quedaba, ahí mismo, entre el cementerio y la iglesia, en el momento en que se prohibieron las incineraciones y fue necesario ampliar los cementerios? Vete tú a saber. Donde estás, no hace mucho tiempo, había una valla, con sus rejas y su cancela. Y ya no existen. Y las tumbas se mantenían más alejadas…
A primera hora habíamos estado en la iglesia; la encontramos abierta y entramos. Todavía hacía frío. Miguel y yo pudimos recordar al joven músico en aquel… —de eso hace años: por lo menos tres—… en aquel deseado encuentro en que nos interpretó, de nuevo, la añorada —y desconocida, hasta entonces, para nosotros— suite de Pau Casals… De aquella visita guardamos muy buenos sentimientos. Ahora no se dejaba oír el chelo. Sería por eso que mis ojos deambulaban por los muros y las piedras labradas.
Frente al altar, quedé impresionado por la luz de las ventanas… Lógico: era el sol naciente que atacaba por el lado sagrado. Me sobrecogía el destello escandaloso de la que se abre en lo alto del crucero, situada en un punto clave. A veces hablamos del ombligo del mundo… el ombligo de la iglesia tiene que ser ese. ¿Me repito? Perdona mujer, pero a esa hora te puedo jurar que era para emocionarse… y eso tú lo sabes mejor que yo. Y no me olvido de la más baja, la del ábside, al fondo del altar. El efecto de las dos juntas era algo solemne; para no olvidar. De verdad. En esos momentos el sol debía de estar, muy quieto, encima del monte Pindo.
Me pude interrogar por el lugar donde se había situado el músico aquella primera vez. Pensé que podría ser la Capilla del Carmen pero, fácilmente, lo habría visto con solo girar la cabeza. Deduje, entonces, que el sitio correcto era el que imaginé desde un principio: el vestíbulo de la Puerta Santa. La que solo se abre, cada varios años, durante la celebración de los peregrinos… Sí, otra vez; eso tú lo sabes mejor que yo… Allí debió de colocarse el día de tu funeral.
Queríamos estar a media tarde en el faro; salimos del cementerio para cruzar la carretera y buscar bebidas en el parque situado enfrente de la iglesia…. a su lado de levante.
15. JUANITO, II “Hoy es el día que toca excursión”
Hoy es el día que toca excursión: viernes. Mi madre no tardará en subir, pero de buena gana me quedaría un rato más en la cama. Lo malo es que Carmen y Jorge, dentro de un rato, me estarán esperando en la estación con toda la cuadrilla. Me he entretenido por culpa del eclipse y he hecho un montón de fotos; él hará como que se enfada, pero sé que le va a encantar… Bueno… la excursión: iremos a Capfoguer de Mar, y allí pasaremos dos noches en la casa que el colegio tiene en propiedad.
Pero me gustaría seguir durmiendo. No me arrepiento, porque he completado un buen reportaje. Sabía que la Luna no iba a desaparecer del todo pero, a pesar de ello, he abusado, bastante, apretando el disparador. Hace dos años, en el