Cala Ombriu, 2085. José María Bosch

Cala Ombriu, 2085 - José María Bosch


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he hablado tantas veces de los eclipses que no dudo que esta noche vaya a estar pendiente... El de hoy no es nada especial —se lo he dicho— pero, ya le puedo advertir que, no me va a hacer caso y seguro que se pasará horas haciendo fotos. Esa cabezonería es uno de los rasgos de su persona. Así fue como lo sacamos de su casa después del accidente. Al sufrir la operación quedó traumatizado y se encerró en su habitación. Ni siquiera Carmen, que era su maestra, fue capaz de animarlo. Un día me pidió que la acompañara y lo conocí. Se me ocurrió lo de los eclipses porque esa noche había uno que haría desaparecer la Luna por completo. No sé cómo se dejó convencer, pero cogimos los bártulos y nos fuimos a la colina.

      —¿Entonces, el de hoy es solo un eclipse pequeño?

      —No Juan, no es que sea grande o pequeño, lo que pasa es que la Luna no se oscurecerá de una forma exagerada porque solo quedará cubierta con la penumbra de nuestro planeta, no por la sombra pura y dura, ¿me entiendes? Y eso comenzará a ocurrir a partir de las dos de la madrugada de mañana, 8 de Junio de 2085...

      —Sí, y viernes todo el día…

      —Exactamente. Y terminará a las 03:49 hora UT, a diez minutos de las seis de la mañana: la hora de levantarnos para coger el tren. Como ves, no vale la pena perder ni una hora de sueño.

      —Te sabes hasta el minuto exacto… señor profesor.

      —Pues mira, sí, me lo sé… ¿Pero no creerás que a estas alturas quiero impresionarte? ¿O me equivoco?

      —Bueno, dejémoslo así… Y otro día ya hablaremos de lo otro.

      —¿De tu abuelo?

      —Pero no te preocupes porque estoy bien.

      —No lo hago…

      —Créeme... y más con toda la faena que tengo por delante; el eclipse, la excursión...

      —Oye, lo dices de una forma que me estás dando envidia.

      —Pues lo siento por ti.

      —Venga, de verdad: acuéstate o mañana no podrás disfrutar del mar. Hazme caso. No llegues tarde.

      —De acuerdo, pesado: mañana a las siete en la estación.

      —Descansa chaval, hasta mañana.

      Sé que no me va a hacer caso, pero es preferible a la tristeza en la que estaba sumido cuando lo conocí. Lo pasó muy mal. La forma en que se ha recuperado es admirable y gran parte del mérito lo tiene Carmen.

      Parece que ese despistado que está bajando del coche me va a abordar para alguna tontería…

      —Perdone que le moleste. Vivo en la pensión y no he podido evitar oír lo que usted decía… ¿sabe si hay algún tren a las siete de la mañana?

      —Sí que lo hay…

      —Eso me ha parecido oír, que ustedes lo iban a coger…

      —No. No lo ha oído porque no he dicho eso, pero a las siete tiene usted un tren. Perdone...

      El teléfono; debe de ser Carmen para recordarme alguna cosa.

      —Perdone, me llaman…

      —…

      —¿Dime…?

      El alumbrado público es raquítico en esta calle pero, sin duda, la casa de Juan Puig es la de la esquina, la que tiene terraza. Ahora solo faltaría que saltaran los fusibles —que es lo normal— y se quedara la calle a oscuras durante unas horas; buena vigilancia haría.

      Me viene de perlas que quede enfrente de la pensión porque puedo hacer la guardia cenando un discreto bocadillo en mi cuarto. Por eso, no entiendo qué hago esperando en mi destartalado coche, al que no le funciona ni la radio y está más que recalentado del viaje. Creo que me estoy haciendo mayor y, además, dejándome influir por las películas de la oferta recopilatoria de “Los 150 años del cine de espías”. El tal Bogart controlaba muy bien desde su coche, pero eran otros tiempos. ¡Y era una película, hombre!

      Mientras espero haría bien en repasar los datos que tengo. Pues… bueno, creo que no tengo nada. No dispongo de nada. Ni un mal agarradero que me permita encauzar una tímida línea de investigación. Me estoy meciendo en aquello que me falta, aquello que, de momento, es solo aire. He de buscar donde sea necesario para encontrar pistas que me lleven a los puntos débiles del embrollo. Pero, mientras todo esto llega, un buen profesional no se queda parado: se inventa cosas… hipótesis, quiero decir.

      Y, si el chico estuviera ya en su casa, ¿qué hago?, ¿esperar toda la noche?...

      Inventemos: voy a plantearme una primera hipótesis. Quiero que el último cliente de la máquina no solo constituya una acción significativa, quiero que sea, además, la causa de todo el estropicio. Parece un poco fuerte pero hay que apostar duro; es la forma de conseguir algo. Si eso fuera así, ¿qué puede aportar a los supuestos de entrada? Ya que no se trataría de un acto programado de la compañía, ésta va a reaccionar, obviamente, desde la sorpresa: en un primer momento no va a saber de dónde le vienen los tiros. Pondrá a sonar todas las alarmas y mandará observadores a los puntos cruciales. Y claro: ¡un punto crucial es el sitio por donde se ha cortado la cuerda! Por lo tanto, Juan Puig y la máquina de la estación son los elementos principales de la investigación. Bueno, esto ya es algo. Y no es tan descabellado desde el momento en que mis clientes poseen tales datos. Bien… pero eso significa que la aKqüa-T va a perseguir a Juan Puig, igual que yo. Entonces he de tener un ojo en Juan y otro en esa compañía para ver si se juntan. Ya tengo algo. Así es. Estoy contento. La investigación puede ser, a veces, sorprendente y agradecida.

      Se acerca un chico que podría ser él, y viene acompañado. Tiene la edad adecuada y se dirige a la casa. ¿Irá con su padre? ¿Tú qué dices Bogart? Je, je… Sí que parece que van hacia allí y, por lo que veo, el muchacho debe de ser Puig… pero no me habían dicho lo del brazo… El otro no es su padre porque parece que se está despidiendo…

      —De acuerdo, pesado: mañana a las siete en la estación.

      —Descansa chaval, hasta mañana.

      Si no he oído mal dicen algo de la estación, a las siete; supongo que la del tren… Si es por la mañana he de estar preparado y, tal vez, subirme con ellos. Puedo intentar sacar algo de su acompañante… aprovechando que viene hacia aquí…

      —Perdone que le moleste. Vivo en la pensión y no he podido evitar oír lo que usted decía… ¿sabe si hay un tren a las siete de la mañana?

      —Sí, efectivamente. Sí que lo hay.

      —Eso me ha parecido oír, que ustedes lo iban a coger…

      —No, no lo ha oído porque no he dicho eso, pero a las siete tiene usted un tren… esto… perdone, me llaman…

      También es casualidad que suene ahora su teléfono. Me he quedado con un palmo de narices. En la época de Bogart los teléfonos estaban colgados de la pared, en casa de uno…

      —¿Trujillo?...

      Esto parece una broma; el que está llamando podría ser mi cliente; se llama igual que él. No… si al final estaré metido en una película de espías. Por lo que veo, mañana me toca madrugar porque estos dos cogen el tren y yo no me voy a quedar en este pueblo esperando a que vuelvan. Voy a cenar un poco y a coger ya la cama. Espero cinco minutos por ver si el chico baja a la calle otra vez o si se presenta alguna novedad… Me parece que está ocurriendo algo en la terraza, pero no acierto a ver de qué se trata. Si tuviera que dar una respuesta diría que están montando un telescopio. Es un poco raro a estas horas y, además, está todo oscuro, pero aquello que manejan juraría que es un trípode.

      —Sí, dime… ¿Carmen?

      —Lo


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