Espejo para ciegos. Bruno Nero
por el gusto de escribir, no por lo que sale de ello.
Si bien a Julia le parece frustrante oír aquello, sabe disimular su opinión y, por lo mismo, bebe un sorbo de su taza de café.
—¿Y vos? Lo lamento si te doy la lata.
—Para nada, para nada.
—¿Y la señora?
—La he dejado durmiendo la siesta.
Cual siquiatra, él anota algo en un bloc de notas.
—¿Te sirve para tu idea? —pregunta Julia con incredulidad en la voz.
—Todo sirve, ¿sabés? Es ciega, por lo tanto, imaginate que ella oye algo crucial a la hora de producirse, digamos, un asesinato. ¿No sería una buena trama que la única testigo ocular que se pudiera tener fuera ciega?
A Julia le da espanto la idea.
—Creo que está muy bien —dice en cambio. No sabe cómo exponer lo siguiente—: Verás, necesito reconstruir una historia, por lo que pensé que podrías aconsejarme, dado que eres escritor.
Él se recuesta en su silla y cruza los brazos, sumamente atraído por la propuesta.
—Esto es algo especial. Contame más.
Julia se siente revitalizada por el impulso.
—Lo primero es que… bueno, a mi señora parece estar fallándole un tanto la memoria, ¿vale? Y, por consiguiente, quiere hallar un libro cuya trama no recuerda. Enredado, ¿no crees?
—Fascinante, diría yo.
—Quizás, si ella reconoce personajes o diálogos…
—…podés rehacer un libro que acaso existió, pero que sería nuevo a la vez —completó él con los ojos iluminados.
El momento se sostiene un poco en el silencio, ese que resuena con el entrechocar de grandes inventos, pues ha dejado a sus dos participantes alelados.
«¿Será posible?», quiere saber ella.
«Simplemente genial», se relame él su paladar literario.
—Sí, sería un libro fabricado a medida, creo que se lo podría llamar —presume Julia.
—Serías una escritora fantasma, a fin de cuentas. ¡Bienvenida al rubro! —carraspea él.
Julia apura su café y mira divertida al escritor:
—A cambio de la inspiración que te hemos valido… ¿me convidas una hoja y un lápiz?
—Y sí, todas las hojas que querás, pero bolígrafo tengo uno solo.
—Ahora recuerdo que mi señora siempre tiene uno en su cartera.
—Por costumbre será.
Ella no capta la indirecta.
—Pues bien, veré cómo empiezo.
El escritor entrelaza otra vez los brazos. Julia percibe que él gozaría con ser parte de la construcción arquitectónica de ese drama en ciernes, pero que se recata de hacer cualquier insinuación. Ella tampoco quiere entrometer a alguien que pueda acabar revelando el engaño. Sin embargo, ha dicho la frase con un ruego de ayuda en el tono de voz, el cual él ha logrado interpretar.
—Lo primero será cosechar libros. No obstante, una siesta no da tiempo a escribir ningún libro. Acaso necesités de una prórroga.
—¿Una prórroga?
—Sí, una demora; alguna artimaña que te dé tiempo a construir el drama final. Estoy pensando qué sucedería en una novela dadas las mismas circunstancias. —Tamborilea sus labios con los dedos índice y medio de una mano—. ¿Qué tal si encontrás un libro en otro idioma? La traducción del mismo daría suficiente espacio para laburar en el collage de dramas.
—Eso es… ¡estupendo!
A ella tienen que brillarle los ojos tanto como a él, pero no tiene un espejo a mano para poder comprobarlo.
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